EL CALLEJERO

Compás de San Francisco: Memoria de la Axerquía

En el siglo XIII se construyó un convento en un terreno que en la etapa islámica era uno de los arrabales

Compás de San Francisco.  | FRANCISCO GONZÁLEZ

Compás de San Francisco. | FRANCISCO GONZÁLEZ / TERESA MUÑIZ

Hay lugares que invitan a la calma, espacios capaces de sosegar el espíritu y el paso y eso es, precisamente, la sensación que tiene el caminante cuando atraviesa el Compás de San Francisco, que deja al descubierto parte del claustro de un convento levantado en el siglo XIII y transformado en los siglos XVII y XIX. Al parecer, el cenobio se construyó inmediatamente después de la conquista de Córdoba a manos de Fernando III, apodado El Santo, que quiso conmemorar «tan fausto acontecimiento» dándole a los franciscanos una parte de los terrenos que ocupaba la Axerquía, uno de los arrabales de la Córdoba islámica. Allí levantaron el antiguo convento de San Pedro el Real.

El escritor Ramírez de Arellano explica en sus Paseos por Córdoba que «nadie concreta el año de la instalación de estos religiosos, mas debió ser muy inmediata a la conquista de Córdoba, puesto que diez años después, en el 1246, formaron hermandad con el Cabildo eclesiástico y desde entonces ambas corporaciones se auxiliaron mutuamente en los entierros de sus individuos y en muchos actos religiosos».

Por entonces, según la misma fuente, el convento era pequeño, pero poco a poco fue tomando importancia hasta llegar a ser «uno de los edificios mayores de Córdoba, así como su comunidad la más numerosa», dado que, al contrario de otras, acogían a personas con pocos recursos. Al parecer, el edificio contaba con «doce o catorce patios» y tenía una «extensa huerta lindante con las últimas casas de Maese Luis». Pero casi nada de esto llegó al último tercio del siglo XIX.

El convento se construyó inmediatamente después de la entrada de Fernando III

Con la llegada de los franceses y la suspensión de las órdenes religiosas, el convento se destinó a cuartel de los regimientos españoles, aunque la iglesia, con su portada barroca, datada en 1731, y transformada en el siglo XVIII, se mantuvo abierta al culto.

Tras la exclaustración el convento se vendió y se establecieron allí fábricas de paños «y por último lo adquirió una empresa que lo derribó y conserva la mayor parte del solar, donde empezó a edificar un barrio, utilizando muchos de sus materiales en la construcción del Café del Gran Capitán y algunas otras obras particulares». Corría el año 1873 cuando Ramírez de Arellano escribió estas líneas.

Lo que hoy queda en pie es la propia parroquia, que como recordaba Francisco Solano Márquez en sus Rincones de Córdoba con encanto, «es un museo colmado de pinturas y esculturas de mérito, muchas de ellas procedentes de la desaparecida parroquia de San Nicolás de la Axerquía» y que alberga en su altar a San Eloy, «el patrón de los plateros, que acuden a festejarle cada primero de diciembre». Y junto a ello, en lo que hoy es una plaza pública con una fuente neobarroca, se mantienen dos lados del antiguo claustro.

Este espacio sufrió un gran deterioro y comenzó a recuperarse a finales del siglo XX. El 13 de diciembre de 2008 se daba por concluida la actuación en la iglesia y el claustro de San Francisco, «tras una espera de 17 años», como publicaba Diario CÓRDOBA en 2008, que supuso una inversión de casi 588.000 euros destinados a mejorar la cúpula de crucero, la cubierta de la Capilla de los Reyes y otras laterales, la espadaña, la torre de las escaleras de caracol y el claustro. Después se restauró el arco que conecta el compás con la calle de la Feria, la entrada principal al compás.