Historia del Centro

La plaza de la Corredera, Doña Ana Jacinto y su exención real

Este emblemático espacio, tal y como se conoce hoy, fue levantado en el siglo XVII

Plaza de la Corredera.

Plaza de la Corredera. / FRANCISCO GONZALEZ

Una de las primeras historias que me contaron sobre la plaza de la Corredera era que el edificio situado al suroeste que «destonaba» y que rompía con la armonía arquitectónica del entorno se mantuvo en pie tras la reforma de este lugar gracias a los amores extra conyugales de un antiguo corregidor y de su amante Doña Ana Jacinto. Al parecer esa leyenda ha corrido de boca en boca durante décadas, pero no es más que un chascarrillo. 

La plaza de La Corredera fue levantada, tal y como la conocemos hoy, en el siglo XVII, auspiciada por el corregidor Francisco Ronquillo y Briceño tras una estampida durante una corrida de toros que le dio que pensar. Como recordaban los profesores de la Universidad de Córdoba Antonio López Ontiveros y José Naranjo Ramírez en su artículo Representación simbólica e imagen urbana de la Plaza de la Corredera (Córdoba) a lo largo de su historia, este espacio urbano estuvo en la zona extramuros durante época romana, formó parte de la ampliación de la Axerquíaen la primitiva ciudad musulmana y se consolidó como centro de actividad comercial en su etapa cristiana.

Precisamente, este último periodo «supuso la materialización de un espacio urbano de forma trapezoidal, construido de madera, con irregularidades en el trazado de sus líneas de fachada, con pasillos o soportales en la planta baja y estructura abalconada en las piezas superiores, especie de palcos para contemplar los espectáculos allí desarrollados. Todo ello compatible con una función comercial cada vez más sólida». Bien, pues el incidente que presenció el corregidor evidenció la «fragilidad de aquellas estructuras de madera» lo que le llevó a acometer la tarea de renovarla totalmente en 1633, «construida con piedra, ladrillo y arena, según proyecto de Antonio de Ramos y Valdés». Para ello hubo que demoler el entorno, pero cuando llegó la hora de derribar las casas de doña Ana Jacinto de Angulo, conocida como Ana Jacinta, y de Doña María Fernández de Córdoba, de tres plantas y con multitud de balconcillos, estas se plantaron.

Teodomiro Ramírez de Arellano

Contaba el escritor y periodista Teodomiro Ramírez de Arellano, a finales del siglo XIX, que ambas señoras «se opusieron al derribo de aquellas casas, por estar recién construidas, negándose al mismo tiempo a venderlas como les proponía Ronquillo. Mas este, decidido a saltar por todo, intentó lo primero, como lo hubiera realizado si las expresadas señoras, marchándose á Madrid, no hubieran conseguido de Carlos II una real cédula resolviendo a su favor el asunto; quedando la desigualdad que aun tanto choca a las personas que por vez primera ven nuestra plaza». Total, que no veo mucho amor entre el corregidor y doña Ana. 

Así se configuró la actual plaza que, como describieron López Ontiveros y Naranjo Ramírez, mantuvieron «las funciones tradicionales (mercado y lugar de celebraciones y espectáculos)» hasta que finales del XIX se construyó un Mercado Central de Abastos (de cemento, piedra e hierro fundido) en el centro mismo de la plaza», lo que «dejó aquel espacio reducido a cuatro calles circundantes al nuevo edificio. 

Lugar de encuentro

El periodista baenense Fernando Vázquez Ocaña, mano derecha de Negrín y director del periódico El Sur, que tenía su redacción justo detrás de la plaza, en Maese Luis, despotricaba de aquel mercado en un artículo publicado en 1928 en El Liberal y recogido por el periodista Francisco Expósito en Vázquez Ocaña, artículos cordobeses. Desde el periódico escribía que el mercado Sánchez Peña era «un edificio anticuado, sucio en desacuerdo con la sanidad social. La vida moderna solo debe tolerar mercados deslumbrantes de blancura, en los que cante el agua incesantemente. Mármol, cerámica de laboratorio y agua corriente» y que era «inaceptable, de todo punto», que se mantuviesen «esos jaulones de hierro oxidado; esos tenduchos malolientes y esos sótanos llenos de telarañas y ratas».

Vázquez Ocaña tuvo que exiliarse tras la Guerra Civil y no pudo ver como esa estructura desaparecería varias décadas después y que, gracias a su demolición, se descubrieron los mosaicos que hoy lucen en el Alcázar de los Reyes Cristianos y que se conservaron durante siglos en unas excelentes condiciones. 

Y hoy, La Corredera sigue siendo un lugar de encuentro de la ciudad y lugar de acogida de los visitantes, donde la charla, por qué no, también puede llevar al amor, aunque ya no haya corregidores.