RELATOS

Martín-Santos: la vanguardia perdida

Galaxia Gutenberg recopila el legado de narrativa breve de uno de los autores más brillantes de los años sesenta

Luis Martín-Santos. | CÓRDOBA

Luis Martín-Santos. | CÓRDOBA

La publicación de la ‘Narrativa breve’ de Luis Martín Santos desnuda el proceso creativo de un mito de nuestra literatura. Los más de cien relatos reunidos por Galaxia Gutemberg se acercan sobre todo al joven que comenzó a tantear las letras entre estudios de medicina e inquietudes políticas. Sirven para apuntalar la certeza de que un hecho insólito como la aparición de ‘Tiempo de silencio’, en medio del erial narrativo de vanguardia español, no era producto de una epifanía o de un ‘deus ex machina’ sino resultado del trabajo y la constancia desde tiempos juveniles.

La cosa es que este compendio de gustosas irregularidades nos muestra un Luis Martín-Santos muy arriesgado, como no puede ser de otra forma, en sus primeros relatos breves, definidos aquí como cuentos aunque sus personajes tengan miga y la fantasía y la realidad se mezclen a partes iguales. Ya aparecen las voces interiores, un especial apego a lo mortuorio, casi necrofílico, en algunas redundancias temáticas y una adjetivación maravillosa, precisa, acertada, acendrada, excesiva. El regusto de esta primera serie es amargo porque abundan los muertos que hablan, los fantasmas románticos, asoman los locos que tanto trató como psiquiatra. El abuso del alcohol en el que se especializó como investigador...

Así las cosas, quizá lo que más sorprende es asistir al taller de un genio en esas primeras escaramuzas como relator donde se ve la bisoñez para redondear bien las historias pero se aparecen ya sus grandes temas la mencionada crueldad de la muerte, el arrepentimiento, el ‘ubi sunt’, los seres marginados o sometidos, la pobreza que golpea duro.

Son este grupo de Primeros cuentos o esbozos los que dibujan los rasgos generales del hombre que sentó el kilómetro cero de las nuevas formas de contar en nuestro país en cuanto a novela se refiere. El mismo que solo tuvo una gran oportunidad de decir que esta boca es mía y que de haber vivido más de cuarenta años sería uno de nuestros grandes inmortales de la ficción. El que marcó su último kilómetro de vida en una carretera en un día de resaca y el que su fulgurante porvenir como novelista tampoco había opacado su trayectoria como neuropsiquiatra hasta llegar a ser director del manicomio de San Sebastián, con su tiempo entre rejas añadido por su compromiso de izquierdas.

En tan poco espacio de tiempo, estos relatos mínimos traslucen una vida intensa y rebelada contra el adocenamiento, porque su prosa no descansa sobre ninguna estructura facilona ni sobre un discurso subversivo de manual, sino que desnuda una realidad hiriente a partir de un realismo sucio que lo encumbró, con una llamativa predilección por lo rural más que por lo urbano en ese primer estadio. Este militante socialista no menciona ni en un solo relato de su juventud, transida de injusticia y gravedad militar, su abominación del régimen y es con solo el infortunio de sus seres animados con los que nos traslada a nosotros, los lectores, la radiografía de un tiempo de horrores, silencios y penas. Evidentemente de autocensura y censura. De estas brevedades primeras cabe destacar ‘La prima María’, uno de los más largos y en la línea del realismo más clásico pero con su puntito de mágico.

El proceso de maduración y mejor cerramiento de las historias de estos relatos llegará con los reunidos bajos el epígrafe de ‘Amanecer podrido’, un proyecto inconcluso que mantuvo con su amigo, el también novelista Juan Benet y que reagrupa genialidades como ‘El autobús’, una suerte de parábola sobre el Franquismo con mucho de Cortázar y de ‘La cabina’ de Mercero. También hay algo de eso y de plasticidad de cine de Buñuel, surrealista, pero diciendo mucho en ‘La culebra larga’, donde las poderosas imágenes pueden hacerse sueño.

Con ‘El muchacho del fusil de goma’ sigue su manera de contar la opresión política y social sin mencionar nada de lo que estaba pasando y de una manera sutil, ambientado en una manifestación, evidenciando que parece que algo va a cambiar para que todo siga igual (‘El Gatopardo’). Es el primero de los relatos también exánimes de letras, brevísimos, de apenas una página de ‘Apólogos I’ y luego ‘Apólogos II’, que describen una mejor maduración de los argumentos y un mundo hostil del que bajarse. Pareciera con ellos que Martín-Santos también hubiera militado en el ‘boom’ latinoamericano y a la vez con un pie en el existencialismo de Camus o el absurdo de Beckett.

Aparece también el mundo laboral impersonalizado en ‘El médico y el paciente’ o la incomprensión de la dureza del mundo artístico en ‘Trabajos de un pintor’ o ‘ Trabajos de un escultor’. Ya anticipa por ejemplo la distanciada educación de los hijos o lo que es más abrirse en canal; relatar en ‘Dudas de un activista’, lo que le pasa por la cabeza a alguien que tiene que testificar en un interrogatorio que pertenece a una organización secreta o que va a tratar de negar la mayor. Observándose aquí la cima de su sarcasmo y negra ironía cuando soluciona este texto de una forma sorprendente y maravillosamente absurda, ante una realidad amenazante en su vida que acabó por herirle.

El libro se cierra con un relato póstumo magistral titulado ‘Condenada belleza del mundo’ que quedó bajo la custodia de Mario Camus y finalizó su hijo.

‘Narrativa breve’.

Autor: Luis Martín-Santos.

Editorial: Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2024.

Suscríbete para seguir leyendo