La feria de los discretos

Con la creación del personaje de Quintín García Roelas, Pío Baroja argumentaba la posibilidad de renacer del derrubio, de evadirse de lo adverso, de superar el espectáculo circense de la devastación que nos sume contemplando una España sacudida, ahora frenéticamente, por el rancio ultimátum del independentismo y la intolerable coacción de un evadido de la justicia española que pretende ser, contra todo orden, presidente de Cataluña. Inflamados de este aliento, los sencillos ciudadanos orquestan mociones y conjeturan cábalas sin saber muy bien a qué atenerse o qué discernir en el maremágnum de las conflagraciones. Finalmente, aunque sepamos con certidumbre cuáles son los valores que nos ungen y debemos defender, nos escudamos en la picaresca y el ingenio para que no nos tomen por imbéciles y sigamos viviendo a costa de la impostura en la que no confiamos pero aplaudimos mientras nos proteja la diplomacia o nos encubra la socarronería. Y aunque el mundo sigue sumido en un incendio que amenaza con abrasarnos, bebamos y bailemos porque la fiesta sofoca hasta los fuegos más demoledores.

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