HISTORIAS DEL CENTRO

Un siglo de luto por Mateo Inurria

El insigne escultor cordobés da nombre a la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba.

El insigne escultor cordobés da nombre a la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba. / Víctor Castro

Hace casi 100 años las Bellas Artes españolas enmudecieron al perder a uno de sus grandes, el escultor cordobés Mateo Inurria Lainosa. El 21 de febrero de 1924 se cumplirá el centenario de su fallecimiento a causa de una enfermedad que mantuvo en vilo a todo el país durante el segundo mes de aquel año porque los periódicos nacionales y locales de toda España informaron casi a diario de su estado de salud y evolución. Habían pasado solo dos meses de la inauguración de la escultura ecuestre del Gran Capitán, que hoy preside la plaza de las Tendillas, una obra que fue profusamente elogiada también desde las páginas de las publicaciones de todo el país, a pesar de que el maestro no asistió a los distintos actos organizados por la ciudad «por el reciente fallecimiento de su hermana», tal y como publicaba el 16 de noviembre La Opinión de Madrid.

Los primeros rumores en prensa sobre su enfermedad comenzaron en enero de 1924, cuando El Progreso: diario liberal incluía en su sección Última hora (por teléfono) tres líneas en las que anunciaba que se había «agravado de manera alarmante» una dolencia que padecía el escultor cordobés. A partir de ahí los periódicos repetían casi a diario informaciones que unas veces mostraban la preocupación general por la delicada salud del artista, otras alertaban de que había padecido un «nuevo ataque» por su enfermedad coronaria y otras, las más optimistas, hablaban de ligeras mejorías. El 2 de febrero La voz: diario gráfico de información destacaba entre sus páginas que el alcalde de Córdoba, Antonio Pineda de las Infantas, había escrito un telegrama dirigido a Villa Udia, la residencia madrileña que Inurria había adquirido unos meses antes y que por aquel entonces se encontraba a las afueras de la capital, en lo que hoy es el barrio de Chamartín, «demandando noticias concretas del estado de salud del insigne artista, a cerca de cuya enfermedad circulaban hoy alarmantes rumores». 

Al día siguiente, el mismo diario recordaba que prácticamente «era ayer» cuando Matero Inurria «el escultor de Córdoba, se recreaba en su obra maestra: el bronce en que plasmó la figura ecuestre del Gran Capitán», mientras que, «hoy, seriamente comprometida su vida, los rumores alarmantes que sobre su estado corren de boca en boca, mantienen a Córdoba en horas de dolor y de duda» y pedía a los lectores que rogasen a Dios «que conserve y dilate su vida» porque «es un prestigio del arte nacional merced a los secretos de su cincel, que sabe convertir mármol en carne». Pero no se pudo hacer nada. El Noticiero Gaditano daba la nefasta noticia en su edición del 21 de febrero de 1924 de que «a las dos de la tarde ha dejado de existir el eximio artista Mateo Inurria». La causa fue una angina de pecho. La academia de San Fernando y el Círculo de Bellas Artes de Madrid colocaron colgaduras negras en sus balcones y Córdoba y los artistas de toda España se pusieron de luto. Inurria fue inhumado en el cementerio madrileño de Nuestra Señora de la Almudena, un camposanto en el que también reposaban dos de sus últimos trabajos, las esculturas del Cristo del Perdón y San Miguel Arcángel. 

Inurria nació en la casa número 24 de la calle Alfaros en 1867, fruto del matrimonio formado por Mateo Inurria Uriarte, un militar de origen de origen vasco que dejó el ejército para trabajar en el taller del escultor José Lainosa, y de la valenciana Vicenta Lainosa Corcolla, hija de su maestro. Comenzó sus estudios artísticos en Córdoba, en la Escuela Provincial de Bellas Artes y después los continuó en Madrid, donde tras unos años de formación académica en la Escuela Especial de Pintura Escultura y Grabado logró una pensión de la Diputación Provincial de Córdoba. La Real Academia de la Historia recoge que en 1890 Mateo Inurria participaba en la Exposición Nacional de Bellas Artes con su obra Naúfrago, «injustamente» tratada por el jurado, un «fracaso que se convirtió en éxito cuando la ciudad de Córdoba se volcó con su joven escultor» y organizó un festival en su honor en el Gran Teatro que permitió la adquisición de la obra por suscripción popular. Córdoba le dio grandes alegrías al escultor y ese amor fue recíproco. Trabajó como docente en la Escuela Municipal de Artes y Oficios y acompañó a Auguste Rodin durante la visita que realizó a Córdoba en 1905. En 1920 lograba la medalla de honor en la Exposición Nacional y dos años más tarde ingresaba como académico numerario en la Real Academia de San Fernando. Su obra fue vasta y su talento, cien años después de su muerte, sigue siendo objeto de admiración.