EL CALLEJERO

Paseo de la Ribera: un lugar para el sol

La remodelación de este espacio en el siglo XXI dignificó un lugar que conoció el deterioro

Imagen de la Cruz del Rastro y el Paseo de la Ribera.

Imagen de la Cruz del Rastro y el Paseo de la Ribera. / A. J. GONZÁLEZ

La Ronda de Isasa y la Avenida del Alcázar, según figura en los callejeros, para Córdoba es en realidad el Paseo de la Ribera. Y llega hasta la Ermita de los Santos Mártires, aunque los planos digan lo contrario, porque todo el recorrido por esta margen del Guadalquivir se considera en la calle como una única identidad.

Este recorrido está siempre lleno de vida porque y es un continuo ir y venir de gente que sale a pasear o hacer deporte o que se sienta a disfrutar de la gastronomía local -tradicional y contemporánea- en una de sus múltiples y cada vez más frecuentes terrazas. Pero también es el rincón de la ciudad para contemplar las hermosas puestas de sol que, sobre todo en otoño, tiñen de naranja las piedras del Puente Romano y de la Mezquita y que le confieren a aguas del Guadalquivir un destello único.

El Paseo de la Ribera, entendido en su máxima extensión, ha vivido buenos y malos momentos a lo largo de su historia. Ha sido testigo de terribles riadas y refugio de quienes se buscaban el pan como buenamente podían y habitaban en pequeñas chabolas situadas en el Campo de la Verdad y junto al viejo Murallón, esa obra casi «eterna» a la que Córdoba dedicó una de sus expresiones más conocidas.

También ha sido testigo de las risas y carreras de los bañistas que poblaban sus orillas hasta bien entrado el siglo XX, y de los desfiles de calesas y trajes de flamenca camino de la Feria, y de los pasos procesionales de Semana Santa o de la llegada de los Reyes Magos.

Pero hubo una época en la que conoció el abandono y una progresiva degradación del entorno que era aún visible a finales del pasado siglo. Pero, como escribí hace ya algunos años la rehabilitación y peatonalización de La Ribera y de su zona monumental gracias al Plan Urban-Ribera devolvieron la dignidad, la belleza y el merecido respeto a este espacio de Córdoba, una ciudad que durante décadas prefirió vivir de espaldas al río Guadalquivir y a los vecinos que allí residían. Y eso que el trazado nos habla de la historia de la ciudad a cada paso.

Porque la ribera que hoy conocemos fue en época romana una importantísima zona mercantil y portuaria, en una etapa en la que el Guadalquivir era navegable y del que partían importantes cargamentos de mineral hacia todo el imperio Romano.

Aquí había un primitivo puente que formaba parte de la Vía Augusta y en el siglo I Roma levantó un conjunto público y una gran plaza ubicada donde hoy se encuentra la Plaza del Triunfo, delimitada por una antigua puerta que daba la bienvenida a la ciudad en su parte sur, como dio a conocer el Grupo de Investigación Sísifo de la Universidad de Córdoba.

Después, en época islámica, esa antigua puerta romana daría acceso a la Qurtuba universal, con su imponente Mezquita, al Alcázar o al laberinto de la Judería.

Después llegó Hernán Ruiz II, que el siglo XVI levantó la Puerta del Puente y ese mismo siglo se construye el antiguo seminario de San Pelagio, para dar cumplimiento a los dictados del Concilio de Trento que alentaron la formación sacerdotal en lugares creados para ese fin.

Quedaban muy cerca la Plaza del Potro, fuente de inspiración para Cervantes, el antiguo Hospital de la Caridad, hoy sede de los museos de Bellas Artes y de Julio Romero de Torres. y la desaparecida iglesia de San Nicolás de la Axerquía, que aún exhibe unos exiguos restos en la Ribera.

Quedan otros testigos de la vida de entonces, como la vieja noria, los molinos o el antiguo batán para las cortedurías.

Y donde hoy hay restaurantes, tabernas y otros lugares de ocio diurno y nocturno hubo antaño pescadores, rebaños y pastores o tiendas de artesanos que, a su manera, sacaron el mejor provecho del río y se deleitaron con los mismo atardeceres que hoy disfrutan las miles de vidas que cada día recorren el Paseo de la Ribera.