HISTORIAS DEL CENTRO

El pogromo de 1473

 El Jueves Santo de 1473 se vivió una de los días más trágicos de Córdoba 

Cruz del Rastro

Cruz del Rastro / FRANCISCO GONZALEZ

Córdoba es por tradición la Ciudad de las Tres Culturas, el ejemplo vivo de convivencia entre los hispano-musulmanes, hispano-cristianos e hispano-judíos que alguna vez coexistieron entre las calles de la ciudad vieja. Pero la convivencia, como bien saben, fácil, lo que se dice fácil, no es . Si ya cuesta mantener la calma, la armonía y la paz entre unos pocos, imagínense entre unos miles, cada uno de su padre y de su madre, cada uno convencido de que su Dios es el verdadero, y cada uno con unas costumbres y unos credos distintos. Y todos cordobeses y cordobesas de pura cepa, de los de toda la vida, no se vaya usted a creer, de los que te aseguran que el bisabuelo de su tatarabuelo ya estaba aquí cuando llegó Abderramán III, dio un golpe en la mesa y dijo aquello de « ¡ea, pues a partir de ahora esto es el Califato Omeya y, si no os importa, yo me quedo de mandamás, que para eso me lo he currado». Como se curró - aunque seguramente menos - lo de tener varias esposas, una de ellas, por lo visto, esclava de origen cristiano. 

Total, que al parecer, en aquella época, las cosas iban bien entre moros y cristianos, y también judíos, algunos de los cuales eran consejeros del califa. En aquella Qurtuba se hablaba por igual el árabe, el hebreo o el latín, el romance o lo que fuera menester. Una alegría, vamos.

Pero con los siglos la cosa comenzó a torcerse, se. Primero se deshizo el califato, llegaron los reinos de taifas y ahí los cristianos pensaron, «esta es la nuestra», y se lanzaron a la conquista de los territorios que antes habían gobernado los musulmanes. Y entre unos y otros, la cosa comenzó a enrarecerse. Se veía venir.

Los judíos salieron muy mal parados desde bien pronto, porque sufrieron diversas persecuciones, tanto en Córdoba como en el resto de la Península Ibérica y en Europa. El primer gran pogromo cordobés se produjo en 1391 y acabó con la vida de muchos de ellos. Los que quedaron vivos tuvieron que convertirse al catolicismo.

Pero lo peor llegaría un siglo después, porque supuso la expulsión definitiva de los llamados cristianos nuevos de Córdoba. Fue en 1473, antes de que las reales plumas de Isabel y Fernando decretaran la salida definitiva de su patria a los ciudadanos judíos. 

Como cuenta el escritor Teodomiro Ramírez de Arellano, en sus Paseos por Córdoba, durante la Semana Santa de 1473 se vivió uno de los episodios más negros para los judíos y conversos cordobeses. Fue el Jueves Santo, durante la procesión de la Virgen de la Caridad, cofradía de la que solo se podía formar parte si se era cristiano viejo. Aquel día cayó sobre el manto de la virgen «cierto líquido inmundo arrojado desde una ventana por una chica que se creía aconsejada por algún judío. Este hecho horrible, produjo el escándalo consiguiente, bien pronto aprovechado por los deseosos de vengar sus iras en los judíos y conversos, a quienes en seguida achacaron aquel sacrilegio». El herrero Alonso Rodríguez comenzó a dar voces contra los judíos y aquello se convirtió en locura. La muchedumbre comenzó a invadir «las casas de los culpados, matándolos, robando é incendiando sin caridad alguna y sin que hubiese quien los contuviera en tantos desmanes. Gran número de muertos hubo este día y los tres siguientes en que duró la lucha», que solo cesó cuando entró en escena Alonso de Aguilar, hermano de El Gran Capitán, quien, ayudado por sirvientes y amigos, mató al herrero y a sus enloquecidos seguidores cuando estos se negaron a parar aquella salvajada. Y hubo peleas varias y luchas entre Alonso de Aguilar y otro noble, Diego de Aguayo, que le obligó a retroceder y a amotinarse, junto con sus hombres y muchos judíos, en el castillo de la Judería, en el Alcázar.  

Al final se perdonaron todos los crímenes cometidos, pero «los pocos conversos y judíos que habían escapado de la saña de sus enemigos, salieron desterrados de Córdoba, perdidas sus haciendas, sus alhajas y dineros, que les habían sido robadas por aquellos mismos que tanto blasonaban de buenos cristianos». La hermandad de la Caridad colocó una cruz de hierro para recordar aquel horror al final de la Calle de la Feria, donde había un rastrillo para comprar distintas mercancías. Y ahí quedó la llamada Cruz del Rastro, que ha cambiado a lo largo de los siglos, para recordar la barbarie de aquel pogromo que acabó con los judíos cordobeses. Los de toda la vida.