EL CALLEJERO

La plaza de Capuchinos y el Cristo de Los Faroles

Es uno de los rincones más conocidos de Córdoba, quizá porque parece que allí se ha detenido el tiempo

Plaza de Capuchinos en Córdoba, con el Cristo de los Faroles.

Plaza de Capuchinos en Córdoba, con el Cristo de los Faroles. / FRANCISCO GONZALEZ

Pocas plazas resultan tan sobrias como la de Capuchinos y quizá, por eso, su paseo invita casi siempre al silencio y a la reflexión, al paso pausado, porque en este lugar, salvo en fechas señaladas, reina la calma. Parece que en este rincón, convertido en uno de los más emblemáticos y reconocibles de Córdoba, se haya detenido el tiempo. Seguramente pensarán que la frase es un topicazo, y no voy a ser yo quien les quite la razón, pero hagan la comprobación empírica y caminen solos o muy bien acompañados sobre su suelo empedrado y dejen que la plaza haga su magia. 

Este espacio, al que se puede acceder por dos entradas, por la calle del Conde de Torres Cabrera y por la Cuesta del Bailío, debe su nombre al antiguo convento de Padres Capuchinos que se ubicó en este espacio en el primer tercio del siglo XVII, como relataba Teodomiro Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba: os sean apuntes para la historia, una obra publicada a partir de 1873. Antes había sido bautizada como plaza Almunia, porque aquí se encontraba la casa del Marqués de Almunia, Francisco Centurión y Fernández de Córdoba, que los religiosos compraron al noble por 1.000 ducados y que empezaron a ocupar en 1.633. 

A partir del siglo XIX comenzaron los problemas para los Capuchinos porque fueron exclaustrados en tres ocasiones, en 1810, con José Bonaparte; en 1821 y, finalmente, en 1836, con la desamortización de Mendizábal. 

Cuenta Ramírez de Arellano que el edificio fue vendido y que su nuevo propietario «lo derribó, sirviendo parte de los materiales para la construcción de la plaza de toros». Pero sí quedó en pie la iglesia que aún hoy se mantiene en pie y abierta al culto.

Hospital de San Jacinto

Justo enfrente, en el lugar que hoy ocupa una residencia de ancianos, estaba el antiguo Hospital de San Jacinto, «para pobres incurables». Este edificio también se compró al marquesado de Almunia, esta vez a Juan Antonio de Palafox, que tenía allí «unas casas principales» que vendió por 7.000 ducados al padre Posadas. 

De este antiguo hospital forma parte la Iglesia de los Dolores, en la que se encuentra la venerada imagen de la Virgen de los Dolores, conocida como la Señora de Córdoba y protagonista indiscutible del Viernes Santo, una imagen que realizó el imaginero Juan Prieto alrededor de 1718.

Pero si hay una escultura que es de todos conocida es la del Cristo de los Faroles, de finales del siglo XVIII, cuya advocación es la de Cristo de los Desagravios y Misericordias. Cuenta Ramírez de Arellano que «a devoción de los PP. Capuchinos, ayudados con las limosnas de los Marqueses de Hariza y otros devotos, se formó en aquella plazuela la via-crucis repartida por la misma, y se colocó el Santo Cristo que ocupa el centro, la imagen de mármol blanco y la cruz y pedestal del azul del país».

Ricardo de Montis escribiría, en sus Notas cordobesas, una recopilación de artículos sobre la ciudad publicadas en Diario de Córdoba que «aquel Crucifijo de piedra que se levanta en el centro de la plaza (...) tiene un encanto inexplicable, lo mismo para el hombre de acendradas creencias religiosas que para el más indiferente». 

Y es que la plaza de Capuchinos embruja a quien la conoce y por eso ha sido uno de los escenarios protagonistas de numerosas películas nacionales e internacionales. •