AMANECERES

Abdul

Después de casi toda una vida dedicada a la enseñanza, disfrutando ya de una tranquila jubilación, la vida me suele poner en el camino reencuentros con antiguos alumnos que en ocasiones reconozco y en otras no. En el paseo matinal que ahora suelo hacer con tranquilidad, se me acerca un apuesto y atractivo muchacho, menciona mi nombre anteponiéndole la dulzura que aporta la palabra «profesora» y percibe al instante que yo no lo he reconocido. Se identifica como Abdul y, enseguida, me vino a la memoria aquel pequeño niño inquieto y travieso, dentro del aula, recién llegado a nuestro país en busca de algo mejor, supongo, y con el que yo me esforzaba para que aprendiera nuestro idioma. Abdul me cuenta, emocionado, que está trabajando y que sigue estudiando para obtener el carné y poder conducir un enorme camión. Entreveo en su cómplice mirada una gratitud humana y generosa que yo percibo con cautela y satisfacción. Addul me ha recordado que esta vida está llena de distintos matices y colores. Abdul ha colmado el día, y mi corazón, de una inocente generosidad llena de futuro y esperanza.

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