La Pasión en Córdoba

El canto de la saeta en la Semana Santa

Este tipo de cante goza en Córdoba de un especial reconocimiento enraizado en la historia que tiene el flamenco en la provincia. Entre los nombres más destacados aparece siempre La Talegona, Pepe Lora, Onofre, las sagas de los Churumbaque o los Ordóñez y El Pele

SAETA ANTE EL CAÍDO. SAETERA CANTA UNA SAETA A NUESTRO PADRE JESÚS CAÍDO A COMIENZOS DE LA DÉCADA DE LOS NOVENTA DEL PASADO SIGLO.

SAETA ANTE EL CAÍDO. SAETERA CANTA UNA SAETA A NUESTRO PADRE JESÚS CAÍDO A COMIENZOS DE LA DÉCADA DE LOS NOVENTA DEL PASADO SIGLO. / A. J. González

«Molde de la estrecha vía/ dos hileras luminosas/ presidenta de las rosas/ viene la Virgen María/ de plata y de pedrería/ lleva las andas repletas/ y a su paso las saetas/ para más lujo y derroche/ se van clavando en la noche/ constelada de cornetas».

Este breve pero bello poema está sumido hasta hoy día en la ceremonia de la confusión, porque si bien su autoría se la conceden a Federico García Lorca, creado en su visita a Córdoba para disfrutar de la Semana Santa de 1935 junto a su amigo José María Alvariño, poeta cordobés y víctima de la represión franquista, otros estudiosos de la obra lorquiana lo ponen en duda e incluso rechazan la idea de que estuviera dedicado a la Virgen de las Angustias, a la salida del templo a su paso por la Beatilla, y que se publicó en la revista ‘Cofradías cordobesas’ en 1938. Pero sea como fuere, hemos de reconocer la belleza de las décimas poéticas en el marco incomparable de la iglesia de San Agustín.

La saeta ha sido siempre una inagotable fuente de inspiración, incluso en autores laicos como Antonio Machado, cuyos versos «Oh la Saeta el cantar, al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar» popularizó Juan Manuel Serrat hasta convertirla en himno adoptado por innumerables cofradías para sus desfiles procesionales en su recorrido por las calles de sus respectivas localidades. Aún nos cuesta trabajo entender esa ambivalente declaración de agnosticismo del poeta, que por un lado nos dice que «Oh no eres tú mi cantar, no quiero cantar ni puedo a ese Jesús del Madero, sino al que anduvo en la mar». Pero se trata de sentir el dolor de la saeta que nos llegue a conmover cual si una flecha nos llegara a la oscura raíz del grito de los versos lorquianos.

MARÍA LA TALEGONA. HISTÓRICA IMAGEN DE LA SAETERA CORDOBESA, SEÑA DEL CANTE DE SEMANA SANTA.

MARÍA LA TALEGONA. HISTÓRICA IMAGEN DE LA SAETERA CORDOBESA, SEÑA DEL CANTE DE SEMANA SANTA. / JEANNETTE WALEN

Pero, ¿cuándo este canto de iglesia de órdenes religiosas se va haciendo flamenco? En estas reflexiones no se puede abarcar el enorme contenido y la gran difusión de este rezo-cante que hoy interpreta cualquier artista femenino o masculino que lo incluye en su repertorio, en un alarde de voces expresivas que llevan al paroxismo cuando no al éxtasis en su más alta expresión. Las dogmáticas opiniones de los aficionados sobre el origen de la saeta flamenca se pierden en un maremágnum de fechas y argumentos que, por supuesto, hay que poner en el fiel de la balanza en el que el chovinismo juega un papel primordial en un mejor entendimiento de sus planteamientos. La saeta, cante hecho oración, es sin lugar a dudas un símbolo de nuestra Semana Santa, con un papel fundamental fuera de toda duda que el pueblo andaluz ha hecho suya, como adorno insustituible de su recorrido por las calles y plazas de nuestra geografía 

Los estudios exhaustivos sobre sus orígenes llenarían ríos de tinta ya que la personalidad de cada pueblo y ciudad le otorgan un matiz diferenciador, o sea que cada pueblo tiene su saeta como un apéndice importantísimo de su rico folclore. Entonces surgen las dudas sobre sus orígenes. Nacida como cante llano, salmodiado al calor de las procesiones de las órdenes mendicantes, pronto enraíza con la religiosidad musical y popular de ciudades y pueblos de nuestra geografía. De ahí que hay que partir de esta realidad en el proceso de su aflamencamiento, surgiendo una pléyade de cantaoras y cantaores que han elevado este género a su más alta expresión. Llegó la saeta a ser un ingrediente más sin cuyo concurso la Semana Santa andaluza se despojaría de la hondura del cante, restándole esa grandeza emotiva que nos atraviesa el alma cuando por seguiriyas, por tonás o martinetes, el saetero o la saetera impactan con sus voces al público expectante, que celebra el límite de los últimos tercios en una lucha inverosímil de cante y devoción. No deja de ser una exhibición del que canta ante la presencia del público al paso de la cofradía

Joaquín Turina ya dejó dicho que el profesional no habla ya con la imagen, trata más bien de lucirse, efectivamente, ante una determinada élite de economía y poder que es la que paga cantidades inalcanzables, y como contrapunto está el pueblo llano, que espera ansioso que llegue la imagen de su devoción para lanzar su saeta como un desahogo que espera con verdadera emoción todo el año como podemos ver y admirar en los pueblos de Andalucía. 

La siempre polémica discusión del origen de la saeta flamenca es algo que se la vienen apropiando estudiosos del tema, pero bien es cierto que la autoridad de alguien muy significativo como fue el gran cantaor Antonio Mairena, Llave de Oro del Cante, de que la saeta nunca fue un cante flamenco ni tuvo tal cuerpo siempre. La verdad es que esta oración hecha cante es uno de los atractivos de la Semana de Pasión en Andalucía, con un profundísimo arraigo del pueblo sencillo que la hace suya cuando el sentimiento flamenco la impregna de hondura y de pasión, sustentada por el grito seguirillero que mejor se presta a su interpretación  

La saeta flamenca no nace por generación espontánea, es un compendio de sensaciones y sentimientos que el pueblo tiene interiorizado y sin pretensión cuando las canta de lograr el lucimiento para conseguir el aplauso del público, aunque siempre se consigue. Se canta porque se siente de una manera, sin motivación artística, sino que atesora una raíz espiritual como algo latente que pugna por salir de la garganta del cantaor o cantaora hacia las imágenes de su devoción bajo los cielos de la noche andaluza. Se introducen tercios flamencos en la saeta, llamémosle primitiva, hasta lograr una forma totalmente distinta y nueva que se abre paso hasta culminar en la moderna saeta flamenca.

Cada pueblo, cada ciudad andaluza, tienen una devoción inquebrantable por las imágenes de su devoción y es la fe de sus devotos la que ensalzan cada Semana Santa esa oración hecha saeta que es el grito más sincero y espiritual sin parangón en el mundo. Algo inenarrable cuando contemplamos desde la sinuosidad de nuestra posición los desfiles procesionales por las calles de nuestra eterna Córdoba, que aún conserva algo de su trascendencia y seriedad en sus desfiles procesionales, sin caer en euforias propias de otras manifestaciones.

 Ya nos lo dijo el gran poeta Pablo García Baena que desde hace tiempo se nota una falta de carácter de nuestra Semana Santa a favor de otras ciudades de las que se mimetizan rasgos característicos en detrimento de nuestra seriedad y trascendencia. Un debate que no viene al caso, pero que estamos contemplando año tras año como una gradual pérdida de personalidad.

Pero ciñámonos a lo que Córdoba ciudad viene desde hace décadas ostentando como signo inequívoco de su idiosincrasia flamenca. Es nada más y nada menos que el cante por saetas en el que figura con letras de oro el nombre de María Josefa Zamorano ‘La Talegona’, extraordinaria saetera a la que se consideró, y aún persiste esta afirmación, como la Reina de la saeta cordobesa. Podríamos afirmar que esta mujer reunía todo el vitalismo de Córdoba en esa prodigiosa expresión del grito saetero que todavía se enseñorea en las eternas calles del itinerario semanasantero.

María La Talegona, en su cante impactante y desesperado, reclama, como se ha dicho, ser monopolizadora del sufrimiento de la Virgen en su recorrido pasional tras su hijo. 

La saeta, como los cantes de abisal profundidad, es donde la seguiriya se entroniza sin discusión y ofrece la versión más auténtica del pueblo andaluz, y estos tan resueltamente expresados que son como obra de arte inspirada en el misterio del alma andaluza.

MANUEL MORENO ‘EL PELE’ EL CANTAOR CORDOBÉS DURANTE LA EXALTACIÓN DE LA SAETA DE 2021.

MANUEL MORENO ‘EL PELE’ EL CANTAOR CORDOBÉS DURANTE LA EXALTACIÓN DE LA SAETA DE 2021. / Manuel Murillo

Todo ello lo vivía La Talegona desde su sencillez y desgarro, que viene a ser como una introspección que no deja indiferente a nadie, aunque el receptor de esa fe cantada a gritos, no necesariamente ha de estar inscrito en creencia alguna, pero que esperaba cada año que la garganta de esta mujer le estremeciera y aún sigue haciéndolo con los saeteros actuales, en las que el fallecido Churumbaque (padre), el gran cantaor El Pele, imprescindible su presencia en la Semana de Pasión por encima de intereses mercantilistas; Rafael Ordóñez, Churumbaque hijo, Antonio de Patrocinio, Emi Álvarez, su padre Angelillo, Anabel Castillo, El Califa, Soledad del Río y otros muchos que han mamado el flamenco desde sus respectivas vivencias y que engrandecen con su cante por saetas la Semana de Pasión. 

La saeta flamenca goza en Córdoba de un especial reconocimiento porque somos una tierra que vive el flamenco desde siempre y se ha asentado sólidamente entre nosotros. Los nombres legendarios de Pepe Lora, de José Moreno ‘Onofre’, de María La Talegona, la saga de los Churumbaque, de los Ordóñez y otros muchos que limitamos exclusivamente a Córdoba capital, nos dan una idea de la importancia de esa oración cantada que es la saeta. Hay razones para cubrir un manto de optimismo por esa Escuela de Saetas de Córdoba que cumple 20 años enseñando a jóvenes que quieren activamente participar lanzando su voz hacia la imagen de su devoción en las noches de nuestra Córdoba eterna.

Ya nos dejó dicho el citado gran poeta Pablo García Baena que la «saeta cordobesa, llana, melismática, litúrgica, grave, parsimoniosa, sin divismos y gorjeos pulmonares, tiene más de salmo gregoriano que de cante jondo. La misma elegancia interior de su pena le hace tragarse las lágrimas, y la saeta más que teatro preparado y jadeante fue confesionario». Esta afirmación espera un debate profundo por estudiosos de este apasionante tema, ya que en el fárrago de tantas opiniones tal vez arrojemos algo de luz el misterio de su recóndita procedencia.

«Esas lágrimas preciosas/ Que te ruedan por la cara/ Se paran en tus mejillas/ ¡no hay paño con que limpiarlas!».

(María La Talegona)

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