Opinión | TRIBUNA ABIERTA

Barbie y Nancy

Nancy, con sus errores lingüísticos y culturales, prueba que la lengua y la cultura no son de quita-y-pon

En 1955, cuatro años antes de que Ruth Handler sacara al mercado la muñeca Barbie y le diera una historia, Ramón J. Sender crea la historia de Nancy, que acabaría también siendo una muñeca. A Joaquín Maurín, que la recibe en la American Literary Agency (ALA, por siglas en inglés) le parece una «pequeña joya» y, cuando se publica ‘La tesis de Nancy’ en México, W,F, Mayo la considera apta para el momento de «coca-colonización americana» y resumen el tema y tono de la obra: «Es --escribe-- la novela de una estudiante americana en Sevilla que trata de documentarse para escribir su tesis académica sobre los gitanos. No hay duda de que el encuentro de lo yanqui con lo calé tenía que producir una colisión cómica».

Maurín le envía esta primera recepción a Sender con el temor de que le decepcione, pero el escritor le da la vuelta y se defiende: «Veo que Nancy va haciéndose conocer... y que tú percibiste enseguida la pequeña dimensión trascendente de esta novelita. No todo es espuma ligera. Hay alta picardía - me refiero a la calidad dentro del género. O por lo menos pretendo haberla puesto». Y para terminar las tempranas referencias al personaje (o muñeca) que nos ocupa, el 20 de marzo de 1963 Sender escribe a Maurín: «...En España dicen que ‘La tesis de Nancy’ es lo mejor que se ha escrito ‘en todos los tiempos’ sobre Andalucía».

Tal vez la emoción del exiliado desde 1939 le impide ver cuando en 1974 vuelve a España el sarcasmo con que le recibe el ‘Heraldo de Aragón’: «Sender regresa del brazo de Nancy», y, poco después, declara a la revista ‘Blanco y Negro’ su satisfacción porque le hayan dedicado algunas calles en España, «una en Alcalá de Guadaira, según me comunica su alcalde, don Manuel Rodríguez Granados, porque Nancy pasó más de un año en aquella bonita población y dio que hablar en el buen sentido y la recuerda siempre con verdadero cariño».

Aparte de que Sender pudiera haberse inspirado en una tal Nancy Culer, alumna suya, será oportuno señalar aquí que la creación del personaje Nancy se sitúa en los años que la sociedad norteamericana entraba en crisis por la Guerra de Vietnam y en los campus universitarios sobraban exotas idealistas que se abonaban a la Ley de Homero: el país más alejado del nuestro es el mejor. Muchos de estos jóvenes pudieran ser encuadrados en lo que se conoce por hippies o, simplemente, aventureros o inconformistas con su propia sociedad y que se desparramaron por el mundo con más o menos rigor científico para observar y estudiar al «otro». El «otro lejano» para un norteamericano podía ser el gitano.

Pero ¿cuál es la «dimisión trascendente» de esta novelita que se inscribe genéricamente dentro de una tradición literaria que inicia Montesquieu y que. en palabras de Todorov. se basa en la técnica de utilizar un narrador extranjero que, «al no compartir ni sufrir las costumbres del nativo, posee el claro privilegio epistemológico de percibirlas en la verdad»? ¿Dónde está la «alta picardía» de la que se jactaba Sender? Pues en que Nancy con sus errores lingüísticos y culturales es prueba de que la lengua y la cultura no son una chaqueta de quita-y-pon. Por eso a nosotros nos hacían gracia las Nancys antes de que invadieran el mercado las Barbies y sus accesorios.

*Comentarista político y periodista

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