Opinión | Colaboración

La dignidad exige un alto el fuego

Los poderosos intentan silenciarla, pero la dignidad no se deja amordazar

Con la dignidad pasa como con la palabra amor que deforma su significado esencial. La dignidad es un concepto mal entendido, la gente dice que se «indigna» sin saber a qué se refiere. Ese vacío o desidia del concepto sacro de la dignidad es aprovechado por los que la enuncian, para animar a la guerra, manda el paradigma «Si vis pacem para bellum». La reciprocidad bélica supone que, si me disparan, respondo; y si me aniquilan, habrá venganza. Tener un concepto claro sobre la dignidad pone todo en orden. Solo se concibe la guerra sin pausa, porque detenerse supondría vergüenza por ceder terreno. Así, el alto al fuego es la oportunidad de reconocer la sinrazón y atender a lo común de las partes, lo esencial debe ser un código de guerra para pensar la dignidad. Aristóteles situó la característica racional del hombre como lo superior a otras especies de la naturaleza lo que constituye algo excelso, mas lo obvio de vivir en paz, sin embargo, se pierde de vista. No obstante, la guerra desnaturaliza lo humano y nos vuelve fieras insaciables. Aristóteles se refirió también a la ciencia práctica que busca la «verdad práctica» (Metafísica), es decir, la bondad moral de los actos humanos mediante el juicio racional basado en la ley natural, ser concordantes antes que vencidos y vencedores. El nuevo mundo deberá concebir una «cultura de la dignidad», apoyada en el axioma: «Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro» como fin, no como medio.

Mas en un rincón olvidado de la ciudad, donde la destrucción impera y el aire viciado, vive un ser singular. No es un héroe ni un villano, sino algo más profundo y esencial: la dignidad. Sus ropas empolvadas y su mirada cansada no revelan su verdadera naturaleza, pero cuando la injusticia se cierne sobre los más vulnerables, la dignidad se alza como un titán. No necesita armas ni palabras afiladas; su presencia es suficiente para detener a los opresores. Por las calles, la dignidad camina con firmeza, se cruza con miradas despectivas y risas burlonas, pero no se inmuta. Sabe que su valor no se mide en monedas ni en títulos, sino en la fuerza de su espíritu y la integridad de su corazón. Los poderosos intentan silenciarla, pero la dignidad no se deja amordazar, sus palabras resonando en conciencias de quienes han olvidado humanidad. «No disparen», dice con voz serena, «pues soy dignidad». En un mundo donde la avaricia, las guerras y la crueldad reinan, la dignidad se erige como un faro de esperanza, su presencia basta para recordarnos que todos merecemos respeto y justicia. Así piensa la dignidad, no disparemos contra ella, sino protejámosla y defendámosla, porque en su esencia reside la verdadera grandeza de la humanidad.

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