Opinión | COLABORACIÓN

Lo que no dijo Milei

Cuando Javier Milei, el flamante presidente de Argentina, se subió a la tribuna en el Foro de Davos y se colocó las gafas con una apariencia de profesor chiflado y anunció que Occidente está en peligro, yo me temí lo peor: el cambio climático hasta la desertización de la Tierra, una guerra atómica hasta la destrucción total de la civilización o tal vez el Juicio Final, donde antes entraría un camello por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos... ¡Qué sé yo, hay tantas cosas que nos asustan! ¿Olvidó el economista argentino que el socialismo entronca directamente con la filosofía occidental? En cualquier caso, una tragedia para aquel auditorio de empresarios, magnates y líderes mundiales que gozan de la vida.

Nada de eso fue. Milei traía una amenaza más urgente: la utopía de dar a cada uno según sus necesidades y recibir de cada uno según sus posibilidades. Es decir, anunciaba el fantasma del socialismo, y explicó el por qué: «[…] porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo y, en consecuencia, a la pobreza». Y lo dijo como si la pobreza y otras lacras, que son más que evidentes incluso en Occidente si uno se asoma a la ventana, no tuviera nada que ver con el capitalismo en estos siglos de ideología dominante. Y, por muchas vueltas que le doy al mapamundi, yo no veo mucho socialismo (y aún menos comunismo) entre los cerros de miseria, y sí veo Estados fallidos esclavizados a multinacionales y líderes corruptos que les rinden vasallaje. Veo un mundo polarizado y, en suma, el fracaso del neoliberalismo.

Pero, como esta realidad no puede ser ignorada, Milei culpó en origen al modelo neoclásico económico (s. XVIII) de donde, según él, deriva la aceptación de que el Estado debe intervenir para corregir los fallos del mercado, es decir, las desigualdades y las injusticias que recorren el mundo como los cuatro jinetes del Apocalipsis. Y aquí Milei hizo un corte: hablar de fallos del mercado, que ha traído la riqueza al mundo, es un oxímoron. ¡No hay fallos en el mercado!, enfatizó. Y es bajo este error que se ataca con regulaciones a estructuras concentradas tales como los monopolios, que son, precisamente, lo contrario al mercado de libre competencia que él dice defender. No hay quien le entienda y, quizás por eso, demanda un Estado mínimo, tan mínimo que pueda garantizar que el capital campe a sus anchas y reprima con contundencia cualquier movimiento de protesta. O, como lo expresó en otra ocasión dirigiéndose a los «zurdos»: «¡El Estado te lo metés en el orto y viva la libertad, carajo!». Le faltó decir: «El Estado soy yo». Esta inferencia no es gratuita: es la lógica del capitalismo desbocado que busca la ultraderecha.

** Comentarista político y periodista

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