POESÍA

Epifanía del ser

‘Almendro y caliza’, el nuevo poemario de Rafael Ballesteros

Rafael Ballesteros

Rafael Ballesteros / CÓRDOBA

Rafael Ballesteros presenta su elegía ‘Almendro y caliza’, dedicada a su hijo Pablo, con un luminoso estudio de cien páginas de una locuacidad y vislumbre sumo del catedrático y poeta José Lara Garrido, donde analiza hasta el más mínimo pormenor el enigma del ser y el desconcierto absoluto ante el dolor y la pérdida: «Como a través de un poema sinfónico, de la música dolorida a la música de la existencia aceptada en los límites de la condición humana, nos enriquece con lo más hermoso de la vida: la revelación del existir como finitud soportable, cuando ya la palabra –que en él es música vibrante y polifónica- deviene, acolchada por su esencial material, la epifanía del ser» (p. 96).

Frente a esa larga tradición elegíaca de una lírica que aletea ante la expiación del dolor y la consunción de la palabra poética llena de verdad, pero también de finitud, de muerte, Ballesteros nos aviva sobre el sentido de nuestra existencia, la epifanía del ser, el ímpetu de la vida. No es una poesía para el gemido o el gimoteo sino para penetrar en la raíz de lo que somos y de lo que significa nuestra momentánea presencia terrenal. Ahonda en el ser en sí, pero sobre todo en el «ser ahí», en el Dasein, el ser en el mundo y su grado de entrega a esa ilación mundana. Heidegger ya manifestó que el hombre es un ente que habla, su sentido está en la posibilidad que la fonación ofrece para descubrir el mundo, el «ser ahí», una teoría de la significación que hunde sus raíces en una ontología del «ser ahí», las cosas mismas, el ser cotidiano del ahí, que Ballesteros asume desde el inicio.

En el díptico simbólico-axial «almendro» y «ceniza» concita el enunciado del ser y su finitud, sin nombrar nunca a la muerte, porque, como nos dice al final del poema «entre lo inciso del almendro/ y la caliza, la vida, su misterio,/ lo más propio del humano (...)// Y allí/ busquen la paz sencilla del mundo natural,/ la cándida hermosura de la tierra». El almendro, símbolo universal, como nacimiento vital, ser sensible, dirá Lara, en tres planos ( «la paradoja de un momento del que el árbol tiene conciencia», «la mirada humana que la provoca» y «el concepto historiable de lo vivo») que nos advierten del sentido de la temporalidad, y la caliza como límite del reconocimiento del ser y el origen de la materia.

El dolor surte, «Está surto», agarrado, atrapado, incorporado al ser, injertado en él desde el origen, y se va manifestando, «nunca se apoca». A través de tres personajes (Dostoievski, Pessoa y Carriedo) conforman una figuración multidialógica donde ya desde el principio todo está claro: «todo lo amargo sé, y el terror de no ser para ser nada». En ese diálogo de preguntas con respuestas abiertas, la llaga y el cauterio se manifiestan desde el árbol humanizado (turba, inquieta, tiembla...) que en su gruta significa, y el poeta se pregunta retóricamente por su sentido, por su «única manera de ser uno y de crecer». Ese almendro es observado desde su raíz, desde su ambigüedad y razón última, en su pequeñez, porque «solo en lo pequeño vemos la diferencia real», y el yo poético se adentra en la historia del ser, en su «oscuridad», en esa almendra joven y fuerte, esa almendra que en su unidad aúna vida y fin: «árbol en juventud con carne ida y ya ceniza». En su libertad se crea y crece, pero también en su sentido de no ser, que nos adentra por las grandes preguntas retóricas sobre el mundo, la nada, la pérdida y en la reflexión sobe si el universo no pierde con estas muertes de jóvenes. El llanto se apodera del humano y se universaliza, se adentra en ese bosque perpetuo para tratar de explicar el sentido del todo. Y ambos al unísono, almendro y caliza, de la mano, como seres en sí que hacen su gruta más humana, más definitiva ceniza, manifestada en un absoluto vencimiento.

Y Pessoa, en «La caliza», se pregunta si fue ésta el «cimiento del mundo», y su proyección simbólica que juega con la paradoja de la fortaleza y la fragilidad («la caliza tiene hueco, zonas frágiles/ y genuinas se descubrió mina y hundimiento»), con las geminaciones de vitalidad y finitud en un eje de alegorías que nos adentran en el sentido de lo humano: «El humano ¿no se queda en asombro,/ ansioso, indagador, aterido, sin habla?». Es la palabra, esa entidad sígnica heideggeriana a la que aludíamos la que finalmente nos dignifica «porque la palabra es tea que a la materia/ ilumina y linda (...) es tofo (...) mantiene un instante (...). Las otras, las palabras (...) nacen heridas de morir», y frente a ellas su paradoja nihilista, el silencio, su oscuridad, su ceniza..., en una serie de correlatos paradójicos que determinan nuestro sentido del ser ahí y del no ser. Mientras acabamos aceptando nuestra condición de ceniza como emblema último que resuelve la ecuación de la vida, de la palabra, del ser en sí. Lo cíclico, lo circular. Y si aquel ser se había manifestado en la raíz ahora deviene dolor, ceniza, «vida que ya no es». Un excelso poemario, un grito de vida y conocimiento para adentrarnos por el ser en sí en uno de los grandes poetas contemporáneos, Rafael Ballesteros.

‘Almendro y ceniza’.

Autor: Rafael Ballesteros.

Edita: Centro Cultural Generación del 27. Málaga, 2023.

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