FERIA DE SAN ISIDRO

Dos orejas de consolación para Ventura y Marín en tarde de pocas emociones en Madrid

El festejo taurino contó con muy escasos momentos de emoción | Paco Ureña cosechó dos silencios tras una estocada caída y una desprendida delantera

Diego Ventura, en la imagen ante uno de los astados, logró una oreja.

Diego Ventura, en la imagen ante uno de los astados, logró una oreja. / Daniel González / Efe

Paco Aguado (Efe)

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Ganado: dos toros de María Guiomar Cortés de Moura (1º y 4º), despuntados para rejones, con volumen, uno sin entrega ni fijeza y el otro noble y de incansable galope. Y cuatro de Montalvo, muy bien presentados por cuajo y seriedad de cabezas, aunque dispares de alzada. Salvo el quinto, desrazado y a menos, tuvieron una más que manejable nobleza, dentro de su desigual fondo.

El rejoneador Diego Ventura: pinchazo rejonazo desprendido (ovación); pinchazo y rejonazo contrario (oreja).

Paco Ureña: estocada caída (silencio); estocada desprendida delantera (silencio).

Ginés Marín: estocada trasera (silencio); estocada delantera (oreja tras aviso).

Incidencias: cuarto festejo de la feria de San Isidro, con lleno en los tendidos (22.342 espectadores, según la empresa), en tarde fresca y con rachas de viento.

El rejoneador Diego Ventura y el matador Ginés Marín pasearon este sábado sendas orejas por el ruedo de Las Ventas, que premiaron con agradecida holgura los contados y muy escasos momentos de emoción que se vivieron en el cuarto festejo de la feria de San Isidro.

Y no porque varios de los toros que salieron por chiqueros, tanto de rejones como de lidia a pie, dieran pocas opciones para que sus lidiadores provocaran más momentos de brillantez, sino porque estos no siempre llegaron a apurar esa nobleza general con mayor intensidad.

Diego Ventura, por ejemplo, tardó en calentarse y ponerle fibra a la lidia del cuarto de rejones, que no paró de galopar con buen son y absoluta fijeza tras sus cabalgaduras. Pero no fue hasta que montó al bayo "Bronce", una de las estrellas de su cuadra, que el trasteo del sevillano tomó realmente vuelo.

Tres banderillas cortas al violín acabaron por ameritar la oreja que se le concedió y que le sirvió para salvar una tarde de desigualdades, ya que había estado poco acertado con un primero sin fijeza, al que clavó, eso sí, un soberbio par a dos manos que pasó desapercibido para un público menos amable que el de los festejos exclusivos de rejones.

La otra oreja llegó cuando la tarde parecía irse ya por el sumidero de la intrascendencia, y fue la que le dieron a Ginés Marín del toro de más duración de los tres más que manejables que soltó la divisa salmantina de Montalvo.

El empeño del diestro extremeño tardó también en tomar altura, pues los primeros compases, a pesar de la prontitud del toro, tuvieron más pausas que intensidad, sin que Marín, esperando con la muleta retrasada, acertara a marcar el ritmo de tan clara embestida.

Fue mediado el trasteo, y cuando se echó el engaño a la zurda, cuando, por el mejor pitón del de Montalvo, llegaron los muletazos más largos y ligados, aunque no todos limpios, para pasar a adornarse con variedad y rematar un trabajo que no acabó de macizar con una estocada de muy buena ejecución.

Esas mismas y dilatadas pausas tuvo también la plomiza faena de Marín al tercero, así como cierta brusquedad en los cites que no ayudaron a asentar al toro de menos fondo de esos tres con visibles opciones que tuvo la corrida.

Por su parte, Paco Ureña solo lució con el capote en un pique de quites con Ginés Marín en el tercio de varas del segundo, pues replicó con unas gaoneras de mucha firmeza a unas ajustadísimas chicuelinas del extremeño.

A partir de ahí, la faena del murciano -brindada a sus paisanos Ortega Cano y Pepín Jiménez- fue un vano esfuerzo por cogerle el pulso a un toro que pedía menos exigencia y más precisión y suavidad que la que aplicó Ureña, que ya no pudo sacar mucho más de un quinto desrazado que nunca quiso emplearse.