La Pasión en Córdoba

La escenificación de un drama sagrado

El siglo XVII constituye el periodo de esplendor del Barroco, un movimiento originado por una nueva forma de concebir las artes visuales que acabarían influyendo tanto en el pensamiento político como en el religioso. Daba inicio una etapa de acusadas diferencias que marcaría la forma de conmemorar la Semana Santa

Sermón del Paraíso en Baena

Sermón del Paraíso en Baena / CÓRDOBA

José Manuel Cano de Mauvesín Fabaré

El Concilio de Trento favoreció en gran medida el movimiento cofrade toda vez que se consideraba un instrumento para la difusión doctrinal de la contrarreforma, garantizaba la participación de los fieles en los actos litúrgicos más destacados y propiciaba nuevos recursos económicos con los que solemnizar las ceremonias religiosas y atender el decoro de los templos. Las cofradías introducirán nuevas costumbres en la piedad de los fieles y, en última instancia, estarán bajo el control de los párrocos. No es de extrañar, por tanto, el fuerte estímulo que reciben, hasta el punto de que muchos prelados, entre ellos el de Córdoba, ordenarán en las constituciones sinodales su creación obligatoria en las parroquias de sus diócesis. Las del Santísimo Sacramento y las de Ánimas del Purgatorio serán un buen ejemplo de ello. Si durante el Concilio los luteranos defendieron la iconoclastia y el culto interno como medio de depuración de la fe, proclamando que «no se debe adorar a Cristo en la eucaristía, ni honrarlo mediante fiestas, ni pasearlo en procesiones, ni llevarlo a los enfermos», los católicos argumentaron que las manifestaciones externas eran apropiadas para excitar los sentimientos de reverencia a Dios, por cuanto las imágenes constituían una gran ayuda para la formación religiosa. En consecuencia, la celebración de la Semana Santa fue fomentada, pues servía para manifestar de forma mucho más plástica, con imágenes y representaciones, el mensaje evangélico del Triduo Pascual.

Por su parte, los laicos también obtendrán grandes beneficios de las confraternidades, de ahí su buena disposición para afiliarse a ellas. Las indulgencias, las oraciones de los hermanos y los sufragios que se ofrecerán por su alma tanto en el fallecimiento como en los distintos cultos del año aseguraban los auxilios espirituales necesarios para la otra vida, mientras que en el abandono de ésta se garantizaban igualmente una mínima infraestructura funeraria para la conducción del cadáver y su posterior entierro (estandarte, acompañamiento e incluso un ataúd comunitario para traslado del cadáver). A ello se unía el desarrollo de mecanismos de sociabilidad ya que las celebraciones litúrgicas se acompañaban, generalmente, de otras de carácter profano entre las que no faltarían comidas comunitarias, bailes y espectáculos que ayudaban a mitigar la dureza de la vida cotidiana.

Sin embargo, los excesos que podían conllevar estas manifestaciones de religiosidad popular, preocuparon desde muy pronto a las jerarquías eclesiásticas. De hecho, en Córdoba, el obispo don Alonso Manrique ya había convocado un sínodo en la temprana fecha de 1520, con el fin de instruir a los creyentes en una fe sincera sin supersticiones, prohibiéndose para ello que se hicieran en el interior de las iglesias representaciones sobre la Natividad, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, bajo pena de multa de 2.000 maravedís. Aún así, de poco sirvieron los enconados esfuerzos de los prelados para regular la vida religiosa de sus diócesis y la adopción de los cánones tridentinos implicó el continuo recurso a decretos episcopales con los que se enfrentaban a unas arraigadas costumbres sobre las que no fueron capaces de ejercer control efectivo.

Juan Valera

Juan Valera / CÓRDOBA

El auge del Barroco

Esta religiosidad popular alcanzaría gran fuerza a partir de 1650, gozando en muchos lugares del apoyo de las elites. La sobriedad que hasta finales del quinientos se había mantenido en las estaciones de penitencia daría paso a una etapa de boato donde se introducirían elementos innovadores que serán acogidos con agrado por los devotos. Se acentuaba la espectacularidad de las procesiones, apareciendo soldados romanos, sayones y figuras bíblicas que intervendrán en las escenificaciones pasionistas que desarrollan a lo largo del desfile y en el conocido como Sermón del Paso.

El Barroco propició el auge de las artes escénicas toda vez que sus elementos visuales serían clave para acentuar el dramatismo del espectáculo. Celebraciones religiosas como el Corpus Christi incorporarían a las procesiones costosos escenarios móviles que, sobre carros, se trasladarían hasta la plaza designada con la escenografía y tramoyas para llevar a cabo el auto sacramental. Estas representaciones, con precedentes que aparecen documentados desde mediados del siglo XIII, fueron concebidas para la exaltación eucarística; sin embargo, también se dieron variantes como los misterios o moralidades cuya temática, aun siendo sacra, difería de la que tenían las primeras. En Trento estas representaciones con actores vivientes fueron prohibidas, permitiéndose los desfiles con imágenes inmóviles, dentro de los cánones establecidos por las autoridades eclesiásticas. Como único vestigio de aquellos primitivos autos permaneció el simple acompañamiento de personas con rostrillos y martirios o símbolos que facilitaban su identificación con figuras del Antiguo o Nuevo Testamento. Sin embargo, la religiosidad popular, tan propensa a la teatralización de las celebraciones litúrgicas, encontró en el modo de vivir brillante y ostentoso del Barroco un fiel aliado para la recuperación y auge de aquellas representaciones que hundían sus raíces en los dramas medievales y que, mediante recitados y música, trataban de aproximar a un público poco instruido los pasajes más relevantes de la historia sagrada. Se hará uso de la teatralidad como medio de conmover al espectador mediante gestos dramáticos que expresasen distintos tipos de sentimientos, a la vez que se cuidaban mucho vestimentas y decoraciones, dándole importancia no sólo a lo más primario, sino también a lo circunstancial, por lo que todos los elementos significarán algo. La tranquila racionalidad del Renacimiento daba paso ahora a sentimientos emotivos y pasionales que los artistas barrocos elevarían a su punto más dramático. De este modo, y como apoyo indudable de la palabra, la escultura pasará a convertirse en un instrumento de catequesis urbana. Se trataba de aprovechar sus valores plásticos, su capacidad expresiva y sus posibilidades escénicas al incorporarle mecanismos que las dotaban de movimiento. En definitiva, estos factores hicieron comprender el alcance que tendría procesionar las imágenes, convirtiéndolas en un ejemplo propiciatorio para la conversión de los fieles. No en vano, san Juan Bautista de la Concepción ya indicaba a inicios del siglo XVII que era necesaria la publicidad de la virtud, utilizando la estación de penitencia como medio de presentar al pueblo modelos de conducta.

Puente Genil. Sermón del Paso en una poblada plaza en los años veinte del pasado siglo.

Puente Genil. Sermón del Paso en una poblada plaza en los años veinte del pasado siglo. / CÓRDOBA

La importancia de las imágenes

Las cofradías y asociaciones piadosas cuyos principales cultos tenían lugar en Semana Santa, haciendo sacrificios y manifestaciones públicas de fe en los desfiles penitenciales, utilizaron la escultura y la integraron como su elemento más esencial. Propiciadas por el espíritu de Trento, que proponía una participación asociativa de los laicos, las antiguas procesiones, en las que de manera sencilla se integraban las imágenes de un Crucificado y una Dolorosa, fueron incorporando nuevos personajes hasta cubrir todo el ciclo pasional en unos grupos concebidos como estructuras narrativas denominados pasos. En Andalucía, sin embargo, el fenómeno del acompañamiento escénico será más reducido, centrándose todo el esfuerzo en las imágenes titulares de las cofradías que habrán de mover la devoción de los fieles en los desfiles procesionales.

El diseño de estas composiciones escénicas acabará convirtiéndose en un género particular donde las primitivas imágenes, realizadas con materiales sencillos en tamaño inferior al natural, evolucionarán hacia un mayor perfeccionamiento. Se aumentará su escala y la madera policromada sustituirá a la pasta de cartón y telas encoladas con la que se hacían anteriormente.

Se les articularán los brazos y se las dotará de ojos de cristal, pelo y ricas vestiduras, estableciéndose con ello una comunicación más eficaz con quienes las contemplaban. La búsqueda de realismo dio como resultado un efecto sorprendente, de intenso impacto emocional sobre los fieles, que se mantendrá a lo largo del tiempo. Así podemos apreciarlo, por ejemplo, en la descripción que en 1896 el escritor y diplomático Juan Valera, hace de la Virgen de la Soledad egabrense en su novela ‘Juanita la Larga’: «[...] Aquella imagen es una obra maestra del arte cristiano en la época de su mayor florecimiento en España. Es cierto que se puede decir que el escultor no hizo más que la cabeza y las manos: el pensamiento puro y celestial y el medio por cuya virtud puede convertirse en acción el pensamiento. Pero aquellas manos y aquel rostro son de admirable belleza. Aquel rostro aparece divino, combinándose en él la expresión del dolor más profundo y la humilde conformidad con la voluntad del Altísimo. Los ojos de la Virgen son hermosos y dulces, el llanto los humedece. En las mejillas de la imagen hay dos o tres lágrimas como el rocío en las rosas.

En el resto de la imagen no se advierte forma ni dibujo de cuerpo de mujer. Todo está cubierto de un riquísimo y extenso manto de terciopelo bordado en oro.

El artista, al representar el eterno femenino, la fusión en el dolor de las dos excelencias de la mujer, como virgen y madre, se diría que huyó de lo corpóreo y sólo quiso prestar forma visible al espíritu.

Sobre los adornos y bordados de la túnica de la Virgen se ven las empuñaduras de las siete espadas que le traspasan el pecho».

Como queda dicho, las estaciones de penitencia se convertirán en fastuosos desfiles con la introducción de elementos estéticos como las bocinas o trompetas anunciadoras de la procesión, música de capilla, lujosos exornos para las imágenes titulares y palios, reservados hasta entonces para las cofradías de Gloria, en los tronos de las Dolorosas y tras las imágenes de Cristo que despertaban una mayor devoción, como así lo veremos en la Semana Santa lucentina o en el Nazareno de Baena, que lo mantendrá hasta mediados del siglo XX.

Montoro Sermón del Paso, sobre los años 60 del pasado siglo.

Montoro Sermón del Paso, sobre los años 60 del pasado siglo. / Archivo Municipal

Las figuras bíblicas

Es la época en la que se incorporan a los cortejos procesionales las figuras vivientes de los apóstoles, virtudes, sibilas, soldados romanos y la representación en las plazas de pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento como el Sacrificio de Isaac, el Sermón del Paso o el Prendimiento, que aún perviven en la Semana Santa de muchos pueblos de la provincia. Si la escultura pasional congelaba una secuencia dramática en una sociedad en la que los valores escénicos respondían a códigos asumidos y muy comprensibles que formaban parte de la vida cotidiana, la presencia de estas figuras vivientes se concebía como algo necesario para la propia acción teatral que se hacía explícita en los generalizados sermones del paso. Así lo encontramos, por ejemplo, en Iznájar, donde el Paso Antiguo no será sino un conjunto de representaciones de exagerada mímica y poco texto que sirvieron para hacer entendibles al pueblo los sermones de Semana Santa. Las representaciones de la mañana del Viernes Santo en Baena tuvieron un carácter similar hasta su última reforma mediada la década de 1980.

En esta dramatización sagrada los roles estarán predeterminados sin dar lugar a interpretaciones erróneas. El número de personajes y las acciones que van a representar deben responder en todo caso al objetivo de meditación visual de la Pasión de Cristo por parte de quienes los contemplaban. Nos encontramos con un proceso de catequesis en el que la diferenciación sencilla y la puesta en escena de un lenguaje fácil de interpretar, a través de actitudes y acciones, hará inconfundible la identificación de los protagonistas sagrados que expresarán de forma dulce la aceptación y la entrega, el dolor contenido y la tristeza que, sin perder la divinidad, los acercaban más a la humanización de sus figuras.

Frente a ellos aparecen los sayones (judíos o romanos), que no son sino los verdugos. Personajes grotescos que se llegan a representar incluso con defectos físicos que buscaban acentuar la diferencia. Se exageraban los rasgos físicos, buscando fisonomías identificativas con el pueblo hebreo en una sociedad obsesionada por la limpieza de sangre, conocedora de su necesaria posesión para el ascenso social. Tanto en los grupos escultóricos como en los rostrillos de las figuras vivientes, el efectismo buscará en los personajes malvados la expresión de los más bajos instintos.

Estas figuras tienen contrapunto en corporaciones como las de los apóstoles que, como elementos barrocos, comenzarán a engrosar las cofradías cordobesas a partir del siglo XVII. Su origen habría que buscarlo en la participación de personas del pueblo llano en el lavatorio de pies que se llevaba a cabo en la liturgia de los Oficios del Jueves Santo. Así lo vemos en la mayoría de las poblaciones, donde se mantienen estas hermandades cuyos protagonistas llevarán a cabo, en algunos casos, distintas representaciones como el Abrazo (emulando la despedida de Jesús a sus discípulos) o «el descaro» de Moriles, consistente en el giro de cabeza que, a modo de desprecio, hacen los miembros de esta corporación cuando se colocan delante de la imagen de Cristo, emulando con ellos las negaciones que el apóstol Pedro hizo en el patio del Sumo Pontífice.

También en Baena la presencia de figuras bíblicas está documentada en los estatutos que en 1895 elabora la cofradía de la Vera Cruz y Santo Cristo de la Sangre, donde aparecen en la procesión del Miércoles Santo «... cuatro hermanos representando los Evangelios que guardarán una distancia de uno de otro de diez metros, los cuales irán acompañados respectivamente por una pareja de los hermanos de la turba». Más adelante, ocupando el octavo puesto en la organización del desfile, «la ymagen de Jesús de los Azotes con dos sallones y sus hermanos de andas, marchando detrás los Apóstoles y Virtudes», unas figuras que volverán a desfilar en la noche del Jueves Santo acompañando a San Pedro en el paso del arrepentimiento.

A partir del último cuarto del siglo XVIII, estas reminiscencias del Barroco no serían bien aceptadas por las autoridades diocesanas, que dictarán severas normas para eliminarlas. Sin embargo, en los pueblos de la provincia los decretos episcopales no habrían surtido el efecto deseado por los titulares de la mitra y, aunque aparecen procesiones en localidades como Rute, en las que consta que los acompañantes de las imágenes no llevan túnica alguna y «se visten dezente cada cual según le corresponde», lo cierto es que en la mayoría de los casos las indumentarias tradicionales resistirán a las medidas adoptadas para hacerlas desaparecer de las procesiones.

En la etapa neobarroca que se vive en la Semana Santa tras la restauración alfonsina habrá un deseo de mantener las vestimentas de costumbre, como así lo reflejan también los estatutos de la cofradía baenense antes mencionada: «El vestuario que han de usar los cofrades será el siguiente:

1º Los hermanos Profetas, Virtudes y Evangelios, rostro con cabellera y túnica y mantilla de color.

2º Los Apóstoles, rostro con cabellera negra, túnica morada y mantilla de color».

Más adelante nos encontramos cómo aparece un nuevo personaje representando al tetrarca de la Judea, que llevará también un uniforme característico: «... el Rey de los judíos usará capa encarnada con las vueltas blancas, pantalón verde y rostro y corona; y el Pilatos llevará trage morado, compuesto de túnica, birrete y rostro».

Por último, el apóstol traidor portará en sus manos un farolillo y la bolsa de monedas para llevar a cabo la representación del Prendimiento, pero también se le diferenciará del resto a través de un elemento tan sutil como el color de la peluca frente al negro de los demás discípulos, profetas o virtudes que participan en el desfile: «El Judas vestirá con túnica y mantilla de color con rostro con cabellera rubia».

Priego de Córdoba. Representación del Prendimiento, declarado BIC por la Junta de Anadalucía.

Priego de Córdoba. Representación del Prendimiento, declarado BIC por la Junta de Andalucía. / Chencho Martínez

Estas vestimentas tradicionales presentarán pocas variantes en otros pueblos del sur de Córdoba. De este modo, nos encontramos a los «judíos» de Cabra vistiendo calzonas amplias apretadas a los tobillos, en colores brillantes, granas o verdes, mientras que los primitivos romanos lo harían con un gran morrión adornado con flores llamativas y una levita y pantalón blancos.

En Iznájar aparece, dentro de la cofradía de Jesús Nazareno, una formación de hombres de curioso cometido, cuya vestimenta será muy parecida a la de los Sayones de Baena: «[...] esta cofradía tiene una compañía que sale bestida a lo antiguo con calzón de ante y coletos de lo mismo y una pica en la mano, para la que se escogen hombres de respeto y arreglados porque son a cuyo cargo está el conservar el orden, la devoción y que ni aún los compañeros hablen».

Indumentarias similares se dan también en Fuente Obejuna, según aparece en un informe conservado en el Archivo Diocesano en el que se hace referencia a la estructura de la hermandad del Entierro de Cristo, anteriormente denominada de las Angustias de Nuestra Señora: «Tiene hermandad formal en buen estado: el hermano maior se denomina Capitán, su segundo Alférez y tercero Sargento. El primero lleba en este día una pica mui alta con lazo negro en su punta; el segundo una vandera negra enrrollada en su hasta; y el terero rodela y alabarda. Suy trage de todos es el ordinario de capa y sombrero, y tocan de cuando en cuando un tambor enlutado y destemplado, pero ban con mucho silencio y deboción».

En Almodóvar del Río aparecen también unas figuras muy arraigadas en el vecindario que serán conocidas como «soldados de negro». Su misión será la de escoltar al Santo Sepulcro y montar guardia en el monumento el Jueves y Viernes Santo. En la correspondencia ordinaria del siglo XIX que se conserva en el archivo general del obispado, aparece la descripción que hace de ellos el vicario de la villa: «[...] el Jueves Santo desde que se pone el Señor en su Depósito hasta que concluyen los oficios de la mañana siguiente hai guardas ante el Monumento vestidos de negro, a lo militar, con sus caperuzas altas del mismo color y cubiertas las caras con gasas negras, y cada uno con su templón (especie de lanza) descansando la mano derecha sobre el hierro. De este modo asisten al Entierro de Cristo puestos al lado del Sepulcro que está muy decente».

Por su parte, en la Semana Santa de Montoro, la presencia de Apóstoles y discípulos no sólo está documentada en cuanto a su participación en los desfiles penitenciales, sino que quienes encarnaban estas figuras solían transmitirlas a sus sucesores como así se desprende en una manda testamentaria de 1787 conservada en el Archivo de Protocolos de Córdoba: «[...] le mando al referido Juan de Lara, mi hijo maior, [...] el puesto de discípulo que tengo para salir en las procesiones de Semana Santa de esta villa con su túnica y capillo que para el tengo [...]».

Su origen en la etapa de eclosión barroca se documenta en una nota marginal de un acta de 1698 perteneciente a la cofradía del Nazareno, donde se refieren algunas de las personas que encarnaban a estos personajes en la mañana del Viernes Santo: «[...] Calero, San Juan; Serrano, San Marcos; Madueño, San Mateo; Higuera, San Lucas [...]».

Al igual que en otras localidades de la provincia, los miembros de esta corporación llevaban rostrillo con una diadema en la que aparecía escrito el nombre del apóstol al que cada cual representaba. También aquí la figura de Judas o Judillas, como se le nombra en varias ocasiones en el libro de cabildos de la cofradía, aparecerá diferenciado del resto de discípulos, careciendo de aureola y con la peluca más corta y desgreñada en un deseo de ridiculizarlo como ejemplo moralizador. Junto a estas figuras, en la Semana Santa de Montoro se mantendrían hasta los años 20 del pasado siglo una serie de representaciones tradicionales cuyas formas seguían los esquemas del Barroco. Así nos encontramos el lavatorio de pies de los discípulos y apóstoles, el Prendimiento o el abrazo ante el Cristo de la Humildad en el Portichuelo y en el Sermón del Paso, del mismo modo a como se efectúa en Baena.

El arraigo de muchas de estas tradiciones hizo que se mantuvieran a lo largo del tiempo como así ocurría en Rute en los primeros lustros del siglo XIX, cuando el vicario de las iglesias de la villa informaba al obispo Trevilla de la siguiente manera: «[…] También salían en dichas procesiones enfilados en medio de ellas, otros con el mismo trage que nombraban Apóstoles con las caras cubiertas con caretas o rostrillos alusibos a el Apóstol que cada uno de ellos representaba como ygualmente otros vestidos con Alba y Estola que representaban los Evangelistas, también con las caras cubiertas con rostrillos alusivos al que imitaba cada uno; por el mismo orden salían algunos años, otros vestidos en trages de Profetas, según a ellos les parecía con las caras también cubiertas en la misma forma que los anteriores; también vestían muy de gala una porción de Niñas que llamaban Sibilas».

La representación de la Pasión

Las representaciones sacras a cargo de las cofradías penitenciales se describen igualmente por parte del escritor Juan Valera, que en la ya nombrada ‘Juanita la Larga’. Sin duda, sería un fiel reflejo de lo que en la segunda mitad del siglo XIX se continuaba realizando en Doña Mencía, Cabra, Baena y otras muchas localidades del sur de la provincia: «Así, por ejemplo, el pregonero desde el balcón de las Casas Consistoriales lee en alta voz la sentencia que condena a Jesús a muerte afrentosa en una cruz y entre dos ladrones por enemigo del César y por otros muchos delitos.

El predicador exclama entonces:

-Alla, falso pregonero; calla, viperina lengua, y oye la voz del ángel que dice...

Lucena. Jesús Nazareno con palio de respeto, en una imagen de los años veinte del pasado siglo.

Lucena. Jesús Nazareno con palio de respeto, en una imagen de los años veinte del pasado siglo. / CÓRDOBA

Enseguida aparece, en otro balcón de la casa mejor está en frente del Ayuntamiento el niño de seis o siete años más bonito, más inteligente y de más dulce voz que en el lugar hay; y primorosamente vestido de ángel, con tonelete de raso blanco bordado de estrellitas de oro, con refulgentes alas y con corona de flores, canta una sencilla y sublime contrasentencia, que comienza diciendo: esta es la Justicia que manda hacer el Eterno Padre...

Luego explica con enérgica concisión que no se opone a la claridad, los misterios de la encarnación y la redención, cuando en la plenitud de los tiempos se una el Verbo increado con la humana naturaleza, glorificándola y haciéndola digna del cielo, y padeciendo en ella y por ella a fin de lavar sus culpas».

Así lo expuesto, durante la etapa barroca, en la mayoría de los pueblos cordobeses se realizaban representaciones alusivas a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Sin embargo, en algunos de ellos tendrían un carácter especial puesto que las imágenes sagradas no intervenían y todos los personajes, incluido Jesús, serían interpretados por los propios vecinos y sacerdotes. Sería este el caso de Rute, población de la que se conserva en el Archivo Diocesano un exhaustivo informe sobre el tradicional acto conocido como el Prendimiento, que tenía lugar extramuros de la villa en la noche del Jueves Santo. No lejos de la ermita de la Vera Cruz y ante una gran concurrencia de público «se executaba materialmente paso por paso los de la Pasión Sagrada de Nuestro Redentor Jesucristo».

En Bujalance, a raíz de las disposiciones decretadas por el obispo Pedro Antonio de Trevilla en 1820, se tiene constancia de la presencia de numerosas figuras bíblicas en la procesión del Santo Entierro, si bien no hubo necesidad de llevar a cabo ninguna reforma, ya que llevaba varios años que no recorría las calles del pueblo: «La procesión que salía del convento de San Francisco que es la del Entierro de Cristo y en la que había mucho que reformar pues salían los pasos de Abraham y Ysac; Melquisedec; las Sibilas; Profetas; Virtudes y Sacramentos: ya ai años que no sale y puede esperarse que en muchos años no lo intenten por haberse destruido muchos de los muebles que serbían para sacarla».

Por su parte, en Pozoblanco la estructura del Sermón del Paso presenta un esquema muy parecido al de otras localidades cordobesas como Baena, iniciándose con la escenificación del pecado original y la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Tras ello, continúa con la promesa redentora en la escenificación de Abraham e Isaac y uniendo Antiguo y Nuevo Testamento, las distintas secuencias de la Pasión de Cristo que aparece como Cordero Místico en el último y definitivo Sacrificio.

Estas representaciones correrán a cargo de personajes caracterizados con vestidos y rostrillos de cartón que originariamente y hasta las adaptaciones más recientes que las han despojado en muchos casos de su idiosincrasia primitiva, gesticulaban sin pronunciar frase alguna ya que la escena era narrada por el sacerdote que predicaba y se resumía también con la intervención del ángel que, a modo de pregón, recitaba unos versos con las sentencias divinas. 

En la mayoría de las poblaciones cordobesas el Sermón del Paso se desarrolla de manera seguida en una plaza o espacio abierto y céntrico, a la salida o a la mitad del recorrido de la procesión. Sin embargo, en Pozoblanco, al igual que ocurre también en Montilla y en otras localidades, las representaciones se irán desarrollando en distintos puntos del recorrido procesional. Así, los Sayones escenifican el Prendimiento en el Pozo de Ánimas y en la plaza, del mismo modo que en Baena, se levanta un tablado donde se lleva a cabo el Lavatorio y posterior Sentencia de Pilato. El encuentro con la Verónica tendrá lugar en la plazuela del Cano, mientras en la calle Real, las Niñas de Jerusalén, cuya presencia ya aparece documentada en las reglas de 1679, simularán a las santas mujeres que llorosas se acercaron a Cristo camino del Calvario.

Las afueras de las poblaciones serán el lugar elegido para la bendición de Jesús al pueblo, como se da en Priego de Córdoba, o del encuentro de la Dolorosa y el Nazareno tal y como se da en la zona del Santo, en Zuheros, o también en Pozoblanco donde tiene lugar el «aviso» de San Juan a la Virgen y, finalmente, el ya nombrado encuentro con la imagen titular de la cofradía.

En Baena, además del tradicional paso de «asustar a los Evangelistas», que simboliza la persecución de los primeros discípulos por parte de los judíos y se lleva a cabo de manera incesante durante el recorrido de todas las procesiones; en la del Santo Entierro, los Sayones harán ademán de sortear la túnica de Cristo del mismo modo a como lo hacen sus homólogos de Pozoblanco cuando la procesión del Nazareno llega al Molino de Viento. En ambos casos, la tradición data de la etapa barroca, apareciendo en el inventario que en 1741 realiza la cofradía pozoalbense «una túnica de color musgo que es la que sortean los Sayones».

Montoro. Reglas de la cofradía de la Vera Cruz, bellamente ilustradas.

Montoro. Reglas de la cofradía de la Vera Cruz, bellamente ilustradas. / CÓRDOBA

Como queda expuesto, el auge que, desde los inicios del siglo XVII hasta mediados de la siguiente centuria, experimentan las cofradías cordobesas, se verá reflejado en los sermones y dramatización de los pasajes más significativos de la Pasión del Señor, donde además de las imágenes sagradas, participarán figuras bíblicas que podrán ir acompañadas de judíos o soldados romanos que actuarán en las distintas escenas. Así sucedería en Puente Genil cuando desde 1895 hasta 1925 en que la procesión del Viernes Santo daba la vuelta en la plaza de Santiago del barrio de Miragenil, volviendo a cruzar el puente para detenerse en el Paseo, junto al río, donde tenía lugar el célebre Sermón que ya aparecía documentado en el año 1665.

Cuando el Nazareno llegaba al lugar indicado se colocaba en el interior de una artística caseta, mientras que la Verónica lo haría al inicio de una calle próxima y los demás pasos en el centro de la plaza. Desde un balcón de las Casas Consistoriales el pregonero que representará a Poncio Pilato, juzgará y condenará a muerte a Jesús, comunicando al pueblo la sentencia.

En Baena, será el mismo ángel que ha intervenido en los Autos de la Creación y Redención del género humano, el encargado de hacerlo. Pero tanto en uno como en otro lugar las proclamas serán muy parecidas: «Yo Poncio Pilato que presido la inferior Galilea y su partido, por el emperador Tiberio en quien está el gobierno de Jerusalén […] Mando que para pena y escarmiento de este su loco y vano atrevimiento, en el monte que llaman del Calvario sea crucificado este temerario [...]».

Tras la sentencia, la Virgen de la Guía, que se encontraba en la antigua iglesia de la Caridad, frente al Ayuntamiento, saldría a la plaza en ademán de encontrarse con Jesús, siguiendo a la imagen de San Juan, que la precede acompañada del redoble de tambores hasta que unos soldados romanos se interponen en el camino, cruzando sus lanzas para impedirle el paso hasta que el sacerdote pide el paso desde el balcón y la soldadesca se lo deja libre. Llegará finalmente ante la imagen del Nazareno y, del mismo modo a como lo sigue haciendo en varias poblaciones de la provincia, impartirá la bendición a su angustiada madre y a todos los allí presentes.

En otras localidades, como Doña Mencía, serán los pregoneros o «resaores» quienes narrarán la escena que se está representando. Así ocurría en la madrugada del Viernes Santo cuando en el interior de la antigua parroquia, destruida en 1932, tenía lugar el Sermón del Paso, donde se escenificaba la historia de la Redención, estableciendo similitudes entre el hijo único de Abraham y el hijo único de Dios, ya que antes de su inmolación cargó con el leño sobre sus hombros tal y como haría Jesús con la cruz: «Al toque de las trompetas, y al empezar los pregones, sacan al Isaac Eterno, rodeado de sayones. Dimas a su derecha, Gestas al siniestro lado, la Santa Cruz le cargaron para darle penas mayores».

Al igual que sucedía en otros lugares de la provincia, también participaban las imágenes de la Dolorosa, San Juan, la Magdalena y la Verónica, así como las figuras bíblicas del Buen y el mal ladrón, Apóstoles, Evangelistas y Virtudes. Todas formarían parte de esa historia sagrada que irían cantando los pregoneros, a la par que se repetían las representaciones de la Pasión durante todo el recorrido procesional. El momento culminante se alcanzaba cuando el Nazareno, por medio del consabido mecanismo que le articulaba el brazo, impartía su bendición al pueblo en la plaza.

Desde su erección en el primer tercio del siglo XV, la parroquia de esta localidad de la Subbética no estuvo sujeta a la autoridad del prelado de la diócesis, dependiendo directamente del provincial de los Dominicos, al estar erigida en el propio convento que esta orden mantenía en la villa. Este hecho influyó para que los decretos episcopales que, desde mediados del siglo XVIII, intentaban prohibir la presencia de figuras bíblicas y escenificaciones de la Pasión en las procesiones de Semana Santa, no se llevaran a la práctica. Sin embargo, durante el largo pontificado del obispo Trevilla, en las primeras décadas del siglo XIX, sí que se verían afectadas como lo muestra la modificación a la que fue sometido el Sermón del Paso en 1818.

Aun así, la fuerza de la tradición y el arraigo de estas figuras en el pueblo hizo que volvieran a resurgir en la segunda mitad de la centuria y así se constata en la cofradía de Jesús Nazareno, que en los últimos lustros del XIX estaba formada por trece cuadrillas, siendo una de ellas la de los Apóstoles, Evangelistas, Virtudes y Soldados Romanos, que tendrían también como agregados a los pregoneros o «resaores» y trompeteros: «[...] Había un número de doce además figurando el Apostolado llevando cada cual el instrumento que representa su martirio. También había cuatro destinados a salir figurando los Evangelistas, otros siete a las Virtudes, y finalmente una escolta de soldados romanos».

En los primeros lustros del siglo XX la prensa testimonia igualmente la presencia de los Apóstoles y del buen y el mal ladrón en la mañana del Viernes Santo. Así consta en la crónica publicada por ‘El Defensor de Córdoba’ en su edición del 9 de abril de 1915: «A las seis se organiza la procesión del modo siguiente: guión de Jesús, San Juan, María Magdalena, soldados romanos, pasionarios, Jesús Nazareno, Dimas y Gestas, Apóstoles, nazarenos penitentes, la Santa Verónica, Virgen de los Dolores, Clero, Ayuntamiento, banda municipal y muchos devotos».

Evangelista y judíos en Baena se representa el paso del Evangelista, en el que participan los judíos.

Evangelista y judíos en Baena se representa el paso del Evangelista, en el que participan los judíos. / CÓRDOBA

La pervivencia de representaciones

Aunque el Sermón del Paso será el más extendido en los pueblos de la diócesis, otras representaciones de la Pasión tuvieron un especial arraigo como el Descendimiento en Montoro, Luque o Baena, circunscrito originalmente al interior de los templos y, posteriormente, durante la etapa barroca, escenificado a la salida del Santo Entierro, con una organización que se alejaba cada vez más del control del clero. También el Prendimiento se llevará a cabo de manera recurrente, haciéndolo, sobre todo, en la noche del Jueves Santo, aunque en localidades como Baena se verificaría además en la procesión del Miércoles Santo. En Priego de Córdoba, a pesar de las prohibiciones decimonónicas, se mantiene uno de los más singulares, organizado por la Pontificia y Real Archicofradía Sacramental de la Santa Vera Cruz, Nuestro Padre Jesús en la Columna y María Santísima de la Esperanza.

Esta confraternidad, cuya sede se sitúa en el antiguo convento de los franciscanos, data de mediados del siglo XVI y ya en la centuria siguiente introdujo dentro de su estación de penitencia una serie de representaciones conocidas originalmente como Paso del Prendimiento, que en la actualidad se encuentran inscritas en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz por su carácter identitario del ritual del drama sacro y su pervivencia en la población «a lo largo de un dilatado espacio de tiempo desde, al menos, mediados del siglo XVII, según constatan los documentos conservados sobre la Constitución de la Hermandad».

Una reflexión final

La esencia paralitúrgica que estas representaciones han mantenido durante más de tres siglos, su arraigo en las distintas poblaciones y el especial énfasis de los cofrades por mantenerlas y recuperarlas dentro de sus procesiones las convierten, sin duda, en símbolos identitarios de la Semana Santa cordobesa.

La presencia, además, de las figuras bíblicas constituye el principal atractivo de la celebración sacra en municipios como Puente Genil o Moriles. Pero los valores intrínsecos de estas dramatizaciones y de los personajes que las representan van más allá de lo meramente estético asociados a un folclore autóctono.

Quienes participan en ellas, manteniendo la mayoría de las veces tradiciones familiares que los vinculan generación tras generación, se llegan a sentir mimetizados con la figura que representan, involucrándose en su historia y llegando a transformarse en su interior una vez que las antiguas caretas de tradición barroca les cubren el rostro.

Suscríbete para seguir leyendo