Opinión | Memoria del futuro

La guerra y los que la cuentan

El testimonio gráfico y escrito de quienes viajan tras los vehículos militares deja constancia de parte de lo que sucede en las guerras

Hoy es un nuevo aniversario, ya van veintiuno, de la muerte de un joven periodista cordobés en la guerra de Irak en el año 2003. El siempre recordado Julio Anguita Parrado. Quienes inventaron las «razones» para aquella guerra ya no están en la primera línea política. De alguno de ellos todavía oímos sus estertores, bajo una mirada y una cara que sigue provocando temor y está plena de resentimiento y vacía de todo arrepentimiento por haber sido peón de una guerra que contribuyó a hacer un mundo mucho peor, como el que desafortunadamente estamos viviendo en nuestros días. Nunca le oirán hacer una propuesta de paz, todas sus intervenciones siempre se orientan a las líneas más inflexibles de la política global y a las más propensas hacia la tensión en la política doméstica. Debe ser por la pesada carga del dolor generado por su «maldita guerra» que siempre le acompañará.

El testimonio gráfico y escrito de quienes viajan empotrados tras los vehículos militares nos sirve para dejar constancia de una parte de lo que sucede en las guerras. Sin sus plumas, sus cámaras, sus grabaciones estaríamos huérfanos de saber qué ocurre en cada escenario en el que tiene lugar un nuevo fracaso de la Humanidad para resolver de modo pacífico sus conflictos. En las guerras se expresa el resultado final de muchas decisiones políticas, ambiciones, negocios, influencias, miserias, bajos sentimientos, falsas ilusiones, épicas innecesarias, patrioterismos falsos, engaños, traiciones, venganzas y todo lo que se les ocurra que sirva para aflorar lo peor de los sentimientos humanos. Y lo más obsceno de todo, que quienes las inventan, las deciden, las conducen, las preparan, las alientan… casi nunca están en la línea de combate. Ni ellos, ni sus hijos. Siempre la épica sagrada del conflicto conduce a la batalla a los hijos de los demás, pero no a los suyos. Es muy plástico eso de envolverse en la bandera de la patria, pero que la sangre la pongan los demás.

De todo lo anterior, se puede deducir la extrema dificultad que entraña contar la verdad de una guerra. Los intereses en juego son tan miserables, tan espurios, tan difíciles de justificar, que lo mejor es ocultarlos al máximo posible bajo relatos que exaltan apelaciones a los sentimientos de las personas. Así, es mejor expresar a voz en grito las ínfulas patrióticas, la necesidad de proteger una religión, una identidad, una tierra de nuestros mayores, unos derechos escritos en papel biblia o una supuesta superioridad moral o el afán de una supervivencia mitificada. Todo ello impide o debe impedir que el contador de lo que sus ojos ven lo pueda hacer. O bien, que se le ofrezca un relato más acorde con esos intereses o simplemente se le dificulte la realización de su trabajo para que el resto del mundo no conozca la verdad de lo que acontece o lo que se esconde en una guerra.

El periodismo en zona de conflicto es quizá la vertiente más evidente de lo necesaria que es la información para que podamos construir nuestra opinión. En definitiva nuestra voluntad política, que nos permita decidir sobre aquellos que nos gobiernan y exigirles responsabilidades por aquellas decisiones que afectan directamente a nuestras vidas y a nuestra supervivencia sobre la faz de la tierra. La información en toda sociedad es necesaria para contrapesar el ejercicio del poder en cualquier caso, pero cuando lo que está en juego es directamente la propia vida o la de nuestras familias esa información ya es tan vital como el propio aire que respiramos.

Por ello, el Seminario Permanente de Periodismo en Zona de Conflicto «Julio Anguita Parrado» viene a reforzar el objetivo que ya se propuso el Premio de Fotografía que lleva su nombre. Al objeto de que se rinda homenaje al sacrificio del joven Julio y al de todos aquellos que cada día dedican su vida a contarnos qué hacen y deshacen los señores de la guerra, qué intereses juegan en la disputa donde muchos mueren para que unos pocos incrementen sus rentas. Su información es vital para que seamos capaces de entender si los vientos de guerra son reales o los construyen los que habitan en los despachos del poder en función de sus ávidos intereses de supremacía y dinero. En marzo de 2014 se organizó una primera actividad de este Seminario con la intención de ponerlo en marcha desde la Universidad de Córdoba, pero diversas circunstancias impidieron dar continuidad al mismo. Han pasado diez años desde entonces, pero desde el pasado año ha renacido con fuerza aquella iniciativa gracias a la decisión del actual Rector. Su nítido apoyo a la difusión de la cultura de paz y al papel de la comunicación, la información y la prensa como pilares fundamentales de la sociedad democrática, solidaria y libre apuestan por defender desde la Universidad, como sede del conocimiento, este papel.

En esta tarea, la exposición «Mujeres Afganas» de Gervasio Sánchez y Mónica Bernabé en el Centro de Arte de la Fundación Rafael Botí supone abrir una mirada a mujeres indefensas, maltratadas, laminadas por una guerra que las ha ocultado y que debe remover nuestra conciencia para exigir y exigirnos una acción decidida a acabar con las guerras. Las experiencias contadas de Ucrania por Mira Milosevich, experta en Rusia y la región de la Europa oriental y por Khadija Amin sobre su situación como refugiada afgana en nuestro país y lo que vio y vivió en el suyo, nos cuentan lo que ocurre realmente detrás de los informativos. De este modo es más difícil olvidar esa realidad que no debemos imaginar como la secuencia de un videojuego, como a veces parece transmitir un bombardeo ejecutado por un dron.

Si de todos los ponentes uno representa todo el sacrificio y la importancia que tiene la información para denunciar la cruda realidad de una guerra, este es el premiado de este año, Wael Al-Dahdouh. Él simboliza la resistencia por encima de toda presión, para informar al mundo de lo que las armas y los políticos que las guían son capaces de cometer. Su esposa, su hija, su hijo y un nieto murieron y otros cuatro hijos resultaron heridos durante un bombardeo israelí en el campamento de Nuseirat donde habían huido siguiendo las órdenes israelís de evacuación y en el que, además, murieron otras 21 personas, incluyendo otros ocho familiares suyos. Unos días después, desarrollando su trabajo como jefe de la oficina del Al Jazeera en Gaza, sufrió las heridas provocadas por un bombardeo en una escuela de Jan Yunis donde un compañero perdió la vida mientras informaban. Finalmente, en enero de este año, otro hijo suyo, también periodista, murió en un nuevo ataque de Israel.

Es evidente que todo este cúmulo de horrores no lo fueron por casualidad, sino para amedrentar a quien ya era un referente del periodismo del mundo árabe. Él era consciente de que aquel horror también habría de tratar de pararse desde la información, pero finalmente tanto dolor y tanta violencia le obligaron a salir de Gaza y refugiarse en Catar. Denunciar estos hechos es afirmar el valor de la información para saber, para conocer, para documentar, para evitar la impunidad, para facilitar las pruebas que un día puedan ponerse a disposición de un tribunal internacional que juzgue estos crímenes. Si todo esto es lo que se ha hecho con luz y con prensa, no puedo imaginar cuánto más se habrá hecho en oscuridad y sin testigos que lo cuenten.

Gracias a la Diputación y al Ayuntamiento por ayudarnos a construir este foro de información y estudio en un mundo en el que ahora más que nunca se siembran vientos de guerra que necesitan más que nunca voces de paz.

*Catedrático. Universidad de Córdoba

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