Opinión | Memoria del futuro

La universidad frente al autoritarismo

Vemos crecer en número pseudouniversidades de fondos de inversión privados que responden a idearios muy determinados

La época de resurgimiento del autoritarismo que estamos viviendo, casi como una macabra broma cronológica que la hace coincidir con los años veinte del pasado siglo, no se detiene ante ninguna institución y se extiende paulatinamente como hidra venenosa por todos los espacios de las sociedades contemporáneas.

No estamos frente a una situación coyuntural. Se trata de una profunda crisis de los modelos democráticos nacidos después de la II Guerra Mundial. Es, sobre todo, una tendencia, un flujo denso y constante que va tomando entidad y que se manifiesta en la desafección de la política, el rechazo a las élites, el miedo a la inmigración, la identidad como refugio, la conciencia de un sentimiento real o imaginario de malestar e inquietud ante el presente y el futuro. Los ultraconservadores nacidos de la mano de Banon y expandidos por América y Europa han sabido oír este descontento y ofrecen un discurso sin soluciones reales, pero cargado de emociones que está calando transversalmente en las sociedades occidentales. Leíamos días pasados que los jóvenes ya no identifican democracia con prosperidad, también que el autoritarismo no es percibido como especialmente peligroso.

La estrategia diseñada por los voceros de este movimiento trata de fragmentar las instituciones, difundir el tribalismo, unificar el mensaje y construir un ideario uniforme que revitalice un pasado imaginario que, según su discurso, fue siempre mejor y sirve de refugio frente a un presente incierto. La cada vez más previsible amenazante victoria de Trump, propiciaría a finales de este año un escenario de inseguridad para la estabilidad de Europa muy difícil de gestionar. Si cumple alguna de sus promesas, entre ellas la de retirar el apoyo militar a Europa, abandonar la OTAN, y dejarla frente a la Rusia de Putin, el peligro de que la guerra llegue a suelo de la Europa comunitaria puede convertirse en realidad. Contexto perfecto para el autoritarismo.

Con todo ello, esa ideología va tratando de crear enemigos por todos lados para tratar de controlar el discurso, difamar y desprestigiar todo aquello que pueda en el futuro contrarrestar sus ansias de controlar todo poder. La invención, el engaño, la mentira, la desinformación constituyen su discurso, sabedores de la cada vez más escasa capacidad de buena parte de las masas de cotejar la veracidad de lo que afirman, bien por indolencia, bien por incapacidad formativa. El adocenamiento de muchos sectores, jóvenes y no tan jóvenes, a través de las adicciones a los entretenimientos virtuales de todo tipo, está limitando enormemente la capacidad intelectual para enfrentarse con discursos entendibles y bien estructurados. Mensajes cargados de apelaciones a las emociones inundan el espacio público de aquellos partidarios de la motosierra, de la destrucción del Estado, de la afirmación de la identidad salvadora.

Ahora le ha tocado el turno dentro de esa voracidad destructiva a la Universidad. En una cumbre conservadora celebrada días pasados en Washington, el líder de Vox expuso que las Universidades de Salamanca, Bolonia o Harvard han dejado de ser templos del saber para convertirse «en máquinas de censura, de coacción, de adoctrinamiento y de antisemitismo». Así, sin mayor anestesia soltó este exabrupto sin aportar ni un solo dato, ni un solo fundamento, ni una sola consideración reflexiva. Solo dijo que quería Universidades que fuesen centros de saber, «de la libertad de pensamientos, de la transmisión de conocimientos», porque «no queremos comisarios perturbados que inventen géneros, que perviertan la inocencia de los menores, que reescriban la historia o que promuevan ideologías criminales». Remató, afirmando que las Universidades fueron un puntal frente al autoritarismo del pasado y «hoy le han declarado la guerra al sentido común, a la verdad, al lenguaje y a la biología».

Aunque suena a broma pesada y de mal gusto, no es inocente ni una sola de sus palabras. Se inicia una guerra declarada a la libertad de pensamiento que habita en la Universidad, a la investigación, a la verdad científica de los datos, a la creatividad literaria, filosófica, artística, a la libertad de cátedra en definitiva. Provoca confusión manipulando cínicamente, pues el autoritarismo precisamente es su bandera. Para ellos todo lo que no coincide con su discurso es adoctrinamiento, todo lo que no es su versión de la historia es falsedad. Les da igual no aportar ni un solo dato. Basta con lanzar el mensaje y que este se mueva por las redes para generar aversión hacia un nuevo enemigo: las Universidades. Una vez desprestigiadas, ofrecerán su modelo alternativo. Destruidas las bases intelectuales y culturales que se han construido durante los últimos doscientos años de ilustración, es necesario ocupar hegemónicamente todo espacio y, por supuesto, el del saber es prioritario. Su modelo de régimen necesita una educación exclusiva en sus valores. Ya el fascismo y el nazismo encontraron en los estudiantes universitarios un puntal desde el que lanzar una nueva ruptura generacional y construir un control ideológico, seleccionando un profesorado depurado y transmisor de una educación monolítica, respetuosa con su forma de ver el mundo. Nada más contrario al autoritarismo que la libertad de pensamiento y la disputa intelectual entre saberes, conceptos, métodos, resultados y demás elementos constitutivos del conocimiento.

Junto a ello, desde hace tiempo la Universidad dejó de gustarle a muchos políticos. Me refiero claro está a la Universidad pública. Gracias a una legislación que desde 1983 blindó su autonomía y, en cierto modo, autogestión, les cuesta trabajo someterla a su control. Cada vez que se plantean reformas de su gobernanza, las sombras que se ciernen sobre el horizonte apuntan a un mayor control político, porque aquello de la Autonomía Universitaria no encaja bien en sus propósitos. Solo un dato: casi todas las Universidades públicas están muy por encima de las provincias en las que se asientan. El nivel de inversión pública es muy inferior a la rentabilidad que ofrecen nuestras Universidades públicas. Los números son claros y al respecto pueden consultar cualquiera de los estudios que publica la FECYT o los del INE o las entidades financieras. A pesar de todo, hay una obsesión por abrir la puerta a privadas de dudosa calidad, pero de nítida rentabilidad. El negocio es el negocio y, además, en estas su control político es más fácil.

Los vientos no son propicios para la Universidad. En Estados Unidos se suceden dimisiones de rectores y profesores acosados por la presión ideológica autoritaria. Progresivamente, la autocensura va a ir cobrando espacio en las aulas. También vemos crecer en número pseudouniversidades de fondos de inversión privados que responden a idearios muy determinados. En estas hay escasa preocupación por fomentar el conocimiento y el pensamiento crítico. En fin, esta corriente de fondo autoritaria tratará de horadar nuestros cimientos del saber científico, y mientras tanto no nos queda otra que seguir estudiando, investigando y enseñando. Solo el saber nos hizo libres y solo el saber nos dará más libertad y dignidad, justo lo que les falta a quienes dicen hablar en nombre del pueblo. Huid de quienes digan hablar en vuestro nombre.

Suscríbete para seguir leyendo