Opinión | MEMORIA DEL FUTURO

"La institución y la persona"

Son los hombres y mujeres los que dan sentido y contenido a la institución a la que sirven

Muchas veces habrán oído decir que la institución, la que sea, está por encima de las personas. Yo pienso que son las personas, algunas personas, las que hacen a la institución y rara vez al contrario. A lo largo de mi vida profesional he conocido a muchas personas que han hecho grande a la Universidad de Córdoba, y con su vocación, profesionalidad y entrega, más allá de lo que señala la obligación contractual, contribuyeron a enaltecer la institución y a ocultar con su ejemplo a otros que merecían menos. Ni el oficio hace a la persona, ni la institución tampoco, del mismo modo que en la naturaleza no es el órgano el que hace la función, sino que de la necesidad de atender una función nace y se hace el órgano. Son los hombres y mujeres los que dan sentido y contenido a la institución a la que sirven.

Me sirven estas palabras para rendir un homenaje a quien ha sido durante muchos años la secretaria ejemplar de varios rectores y una funcionaria modélica. Toda una vida de servicio a la Universidad de Córdoba, que merece ser reconocida ahora que va a iniciar la etapa del júbilo en su vida. Rafaela Porras merece un espacio entre quienes han hecho brillar con luz propia nuestra Universidad.

¿Quién nos lo iba a decir? ¿Quién nos iba a contar que aquel día que por vez primera empezamos a trabajar iba a abrir paso a tanto y tanto? Cada uno seguro tenemos un recuerdo de aquel entonces. De la ilusión inquieta de los primeros días de trabajo, de las frustraciones, los éxitos, las decepciones, las alegrías, las ilusiones... Los días iban pasando y no parecían terminar nunca, otros corrían veloces como el viento. Las vacaciones, los fines de semana, los lunes, los plazos, los nervios, el cansancio, el regocijo, la frustración, la ilusión... Los nuevos compañeros, los nuevos jefes, las bienvenidas, las despedidas, los amigos, los que se fueron, los que nunca más, los malos, los buenos. Lo importante, lo urgente, lo innecesario, lo trascendente, lo banal.

Todo fue como una mezcla llena de sensaciones que nunca dejaban ver el final. No, el final no era imaginable entonces. Todo era una lucha constante por sobrevivir a todo y, a veces, a todos. En realidad, era el camino a ninguna parte, pero eso solo se aprende con el paso del tiempo. En todo caso, nunca nos fue dado saber que ese periodo de nuestras vidas, que las atraviesa como el eje necesario para subsistir, iba a pasar tan rápido. Sí, querida Rafaela, ahora que miras atrás no puedes negar que todo pasó como un suspiro. Parece que fue ayer cuando por vez primera te vi en tu despacho del antiguo edificio de enfermería. Aquel Consejo Social que me parecía tan nuevo, tan joven como tú, tan diferente. Nunca tampoco imaginé que quien me atendió iba a ser una de las personas que me acompañaría durante buena parte de mi vida en la Universidad. Ya ves, no olvido lo que no quiero olvidar. Con su genio pizpireto, sus nervios a veces tan parecidos a los míos, aquella chica estaría ya para siempre acompañándonos en los pasillos y los despachos de esta Universidad. Luego vendrían sus riñas, sus auxilios, sus miradas cómplices, sus consejos, sus críticas, sus apoyos… su lealtad.

Así es ella. Una mezcla de todos esos sentimientos, y ahora cierra una etapa de su vida en la que, sobre todo, ha conseguido una cosa: dejar huella en cada uno de nosotros. Mira Rafaela, la vida pensada en serio es una profunda estupidez. Es un correr, correr, a ninguna parte, porque ya todos sabemos dónde está el final. Entonces, ¿qué sentido tiene? Pues yo no lo sé, pero creo intuir uno. Ya que no nos queda más remedio que andar por aquí, intentemos no perjudicar a los demás. Esto, desde luego, hay una parte importante de la gente que no lo entiende, ni lo entenderá jamás. Pero a pesar de ellos, y, sobre todo, por encima de ellos, con un buen corazón como el tuyo, has conseguido ayudar a los demás a ser un poco más felices y a hacer que nuestro inútil transitar, sea lo más agradable posible para todos. Tú lo entendiste bien, porque nos has dejado tu marca y nos has hecho más fácil el camino muchas veces. Nos has llenado de sentimientos, a veces de alguna que otra regañina, con ese carácter tuyo que saca de dentro la fuerza de una mujer segura de sí. En muchas otras ocasiones, con tu sonrisa plena de compromiso y amistad.

Ahora que has dado todo, nos queda darte a ti. Este homenaje que te hago y que sé que es en contra de tu voluntad, con alevosía, nocturnidad y premeditación, solo tiene el sentido de decirte que te queremos, que nos has ayudado a caminar, a sonreír, a llorar, a vivir. Todos te hemos fallado alguna vez, por supuesto, pero ni pedir perdón ni dar las gracias son cosas que sean tan importantes entre amigos. Entre amigos no hay favores, solo se continúa barajando las cartas de la vida, suavemente como si fuera tan evidente que la amistad está ahí sin hacer ruido. Reconocer, enaltecer, engrandecer, amar, eso sí son sentimientos que unen a los amigos.

Hiciste grande cada uno de nuestros proyectos con tu apoyo técnico, pero sobre todo con el empeño y la pasión que pusiste para que hoy, en una parte, la Universidad de Córdoba sea también, gracias a ti, una institución grande.

Por favor sé feliz; no siempre, eso es de tontos. Solo a ratos y que algunos de esos ratos los compartas. Observa lo que queda escrito en tu álbum de recuerdos: mirar atrás solo para abrazar el tiempo construido con tu trabajo, tu amor y tu compromiso. Mirar adelante para ser definitivamente del viento que te lleva a donde tú mereces ir. Siempre serás, nunca dejarás de ser. Gracias por tanto, y ahora toca recoger el fruto de la madurez, que es el más sabroso.

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