Opinión | Caligrafía

Encontrar el sueño

Escribo esta columna a la vuelta de un par de días en Mérida celebrando un juicio. En la preparación de los juicios grandes me doy a una vida mala para mí pero buena para mi estudio, de la que me arrepiento sólo al terminar: grandes cantidades de café, latas de Monster blanco, madrugones confusos, atracones de carne roja casi cruda entre tomo y tomo. Por una parte vivir así me coloca en un estado eficaz. Es el punto en el que puedo tomar toda la cafeína que quiera, porque ya no me hace nada, y me dormiré en el momento en que lo desee, o en el que me deje la preocupación, en el que simplemente no quepa una gota más en el vaso de mi cerebro. Es relativamente fácil porque en estos asuntos, entre la responsabilidad de ejecutar correctamente mi arte (y ese es mi deber) y la preocupación por el resultado, dormir es imposible, y se reduce a la mínima necesidad física. Este maltrato corporal debilita las uniones entre mi carne y mi cabeza, y la segunda funciona más fina y elevada, más liberada.Físicamente es un tormento, pero la alteración de la consciencia -las largas horas consumidas en lo que parece un segundo, la memorización de cosas cuyo momento de estudio luego no recordaré- es adictiva. Tampoco sé hacerlo de otra forma, así que lo podré hacer mientras mi cuerpo aguante. Cuando no pueda, igual me pasa como a Maedhros, que después de perder la mano buena acabó siendo, con la espada, más letal con la que al principio era su mano torpe.

Creo que en gran medida el servicio que prestamos los abogados es el de compartir la preocupación de los clientes. No es que se sostenga la carga con ellos, aunque demos consuelo u oídos. Es que clonamos la preocupación y nos acompaña como si el problema fuera nuestro, fantasmal, hechizando nuestras horas de familia y descanso. Así conseguimos a veces algo que los clientes valoran, tal vez, más que ganar: que alguien conozca su historia y la entienda. Muchos creen que sin entenderla profundamente es imposible defender, y en ciertos asuntos puede que tengan razón. Con frecuencia nos pasa a todos lo mismo y todos los creemos especial, pero incluso ahí defender es reconocer la singularidad que exista, por pequeña que sea.Vivir la preocupación ajena como propia tiene algo de expiación. Contamina algunas decisiones: cargar con la preocupación ajena puede restar la necesaria valentía y compartir las consecuencias de la preocupación. Eso es una debilidad: cargar con ella no debería hacernos a los abogados lo mismo que a los clientes, porque así ayudaríamos poco. Deberíamos hacer con esa materia prima lo que el cliente no puede, sea darle voz o darle forma o desnudarla de ropajes confusos.

Ayer me dijo un cliente que iba a dormir bien por primera vez en años, y yo lo entendí perfectamente porque en mi escala pequeña, paladín o aventurero o mercenario según los casos; estaba sintiendo a la vez que él cómo se relajaban las garras bien clavadas de la preocupación. Tras muchos días yo también encontré el sueño.

*Abogado

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