Opinión | El cuerpo en guerra

Maneras de ir al cine

Retomaré mi tradición de «los lunes al cine» sola, como debe ser

Después de él, recobré mi costumbre de acudir al cine sola. Me encanta. La echaba de menos. La pantalla, la historia y una misma. Salir después al azote del aire primaveral manteniendo esa atmósfera interior. Llegar a la casa en silencio y continuar paladeando la película. Después, ha coincidido que varios amigos han decidido acompañarme y he advertido que estar acompañada –quizás sentirme más arropada– me ha restado serenidad. Puede que sea casualidad o cosa de la elección de los títulos pero al salir acompañada tuve en todas las ocasiones una reacción emocional fuerte: en una de ellas me entró ansiedad y quise escapar a casa, en otra me derrumbé y me puse a llorar como si fuera el fin del mundo...

Tras ellas, decidí hacer un pequeño parón –ante mi sentimentalidad desbordada– y quedarme en la intimidad del cine doméstico. Y lo que más he hecho ha sido reírme y escribir después (no me ha salido nada mal la jugada). Después, reinventé y extendí la fórmula: emplacé a un amigo a ver juntos la misma película pero cada uno solo en su casa pulsando el botón del play a la vez, de tal forma que podíamos ir comentando por Whatsapp lo acontecido y, oye, nos gustó. Hemos repetido y todo. Os animo a probar.

Viéndome fuerte, me dispuse al reto definitivo: ver en casa (no la mía, para poder escapar) una película a oscuras con alguien en el sofá. Uf, hubo que ahuyentar muchos fantasmas conyugales y recuerdos. Mucha ansiedad, pero era un paso que debía dar en mi rehabilitación post divorcio. Logré no sentir tristeza, pero no apartar la culpabilidad. ¿Culpabilidad de qué? Mierdas que arrastra una. Total, que regresé a mi sofá a verme sola la nueva de Kaurismäki, Fallen Leaves. Y, de repente, metalenguaje. ¿Una cita en el cine con un desconocido? Me metí en situación, en la piel del personaje, y me descubrí ante el síndrome de la impostora en plena explosión. ¿Qué hacía yo allí en lugar de sola? Ahorrarme el dinero de la entrada a cambio de la incomodidad de no saber ya de qué va eso. Al menos, no sentí ya culpabilidad. Es un paso.

No hay ningún objetivo en mi exploración cinéfila más allá de continuar conociendo a la nueva Ana con la que convivo y encontrar maneras de que disfrute de una de sus pasiones. Definitivamente, creo que me quedo con el descubrimiento del placer de quedar con un amigo para ver una peli juntos cada uno desde su casa. Y retomaré mi tradición de «los lunes al cine» sola, como debe ser. Dentro de un tiempo recobraré la compañía en persona en todas sus versiones, pero mejor cuando la primavera deje de zarandearme.

*Escritora

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