Opinión | Caligrafía

El cartel

En el cartel de la feria sale una señora estupenda, que orbitarán doscientos moscones por caseta; pero se ha liado porque no es cordobesa auténtica. Era la Córdoba de las tres culturas y la Cosmo y la feria abierta hasta que hemos dado con la pureza de la raza. No puede ya uno ni sacar en sus cosas a la legítima. Cordobesa falsa, no como la pelirroja ígnea del 30, las verbeneras de 1902, o los fenotipos del 35, el 40, el 47 o el 58 , que podrían ser, perfectamente, mexicanas de Hollywood a lo Lupe Vélez. ¿Es la auténtica la de 1917, la de 1920, la amazona naranjera de 1910 o la vecina de 1904, esta sí de pureza acrisolada, tal vez tatarabuela de la dama de 2011, y que es como las mujeres cordobesas hechísimas polvo que retrataban los viajeros franceses en los patios antes de que fueran elegantes? La mujer cordobesa, si tiene que ser una de Julio Romero o de José Luis Muñoz, es tan improbable aquí como en cualquier otro lugar de España. Serían cordobesas cuatro cordobesas algunos días. ¿La de 2002, que podría hacer de dama del armiño? Cordobesa sin debate es la de 1984: una reja con flores. Qué escondido tenemos el arte del que se nos llena la boca y qué poco hay que raspar para dar con el Fuero de 1279: que en la ciudad no haya otro señoreador sino nosotros.

El triunfo del arte es su muerte por asimilación, o sea, que la gente crea que las obras con autor célebre son refranes populares y las mujeres inventadas por un pintor, una raza. Tal vez una modelo mexicana tenga más sangre andaluza histórica que muchos cordobeses. O igual Wallada era china además de rubia, a saber.

*Abogado

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