Opinión | Tribuna abierta

Estraperlo y mascarillas

Entre los que se enriquecieron durante la pandemia encontramos algo en común: la cercanía con el poder

Cuando era pequeña, en los años 60, a menudo oía hablar a mis padres del estraperlo. Siempre lo nombraban bajando la voz al pasar por delante de una farmacia. Como los mayores no daban explicaciones a una niña curiosa, tardé en saber de qué hablaban. Hasta entonces pensaba que esa palabra se refería a perlas y, por el sigilo con que la pronunciaban, seguro que las perlas debían de ser falsas. Un día descubrí que aludían a algo sucedido con un antibiótico escaso y difícil de conseguir, la penicilina, que había sido esencial para muchos: algunos se habían enriquecido con él; otros habían muerto por no poder adquirirlo.

Tampoco sabía que la palabra estraperlo era reciente. Nació en 1930, cuando dos socios holandeses llamados Strauss y Perlowitz fabricaron una ruleta a la que bautizaron con el acrónimo de sus apellidos: Straperlo. Con ella intentaban burlar la prohibición de los juegos de azar que en aquellas fechas existía en toda Europa. Sin embargo, como la gente seguía jugando, pensaron que si modificaban la ruleta clásica podrían introducirla en casinos. Para conseguir la autorización necesitaban la cooperación de empresarios y políticos en el poder. En 1934 la habían conseguido y la ruleta estraperlo funcionaba en el casino de San Sebastián y en un hotel de Mallorca. Pero algo salió mal y meses después se prohibió su uso. Entonces, el señor Strauss exigió la devolución de su inversión, incluyendo el dinero y los relojes de oro regalados a los cooperadores, entre ellos altos cargos políticos y miembros del gobierno. Como no parecían dispuestos, el señor Strauss envió al presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, la relación de beneficiarios y su pagos pormenorizados. Una investigación parlamentaria confirmó que era cierto, se desencadenó una crisis de gobierno y la carrera política de Alejandro Lerroux, que presidía el gobierno, llegó a su fin.

Lo curioso fue que la palabra estraperlo (variedad fonética adaptada al castellano de straperlo) no desapareció, quedó sembrada en nuestra sociedad para definir toda aquella práctica comercial que actúa al margen de las normas de regulación. Durante la Guerra Civil y, sobre todo, durante la posguerra con las hambrunas y el racionamiento, el estraperlo se extendió por toda la sociedad para referirse al comercio ilegal de productos intervenidos por el Estado. Azúcar, café, tabaco o penicilina, cualquier artículo que escaseara era tributario de circular en mercados opacos al control. Los grandes estraperlistas construyeron o desarrollaron fortunas que aún perduran; otros, los pequeños estraperlistas, apenas lograron sobrevivir con prácticas de trueque de lo poco que podían cultivar o pescar. Los gobernantes miraron hacia otro lado en algunos casos (no se conoce ninguna sanción al bar Chicote de Madrid, donde se vendía de estraperlo penicilina) y, en otros, sancionaron a bombo y platillo para ejemplarizar. Pero, en su conjunto, se moldeó una práctica que ha echado raíces en nuestra comunidad.

¿Cómo se explica si no es así lo ocurrido durante la pandemia del covid-19 con el material sanitario? En 2020, en un estado de pánico por la cantidad de muertes que mermaban la población a causa de un virus desconocido hasta entonces, sufrimos una nueva escasez: la de productos de protección que iban desde sofisticados respiradores, hasta batas desechables y, sobre todo, mascarillas. Ni los teníamos ni los fabricábamos y había que traerlos de donde sí los hicieran: China. Asomaron comerciantes de todo tipo, algunos con experiencia y otros recién llegados. Al final los consiguieron, aunque fuera a precio de oro y de oro se hicieron algunos. Entre estos, entre los que se enriquecieron, encontramos algo en común: la cercanía con el poder. Vemos a familiares de políticos, aristócratas que en batín pasean a su perro, empleados polivalentes (guardaespaldas-chófer-persona de confianza) de un ministro, presidentes de club de fútbol y otros menos exóticos. Junto a ellos han aflorado lujosos chalés, coches y barcos, pisos en Benidorm y dinero, mucho dinero, que guardaban en casa. ¿Tendrán también relojes de oro?

Cuando miro mis mascarillas (tengo muchas, por necesidad) me pregunto qué habrán visto ellas en su trayecto desde China, si era inevitable que se especulara con su compra, si es inevitable que vuelva a ocurrir, si el virus del estraperlo ha entrado en nuestros cuerpos y ya no se irá y, sobre todo, me pregunto por qué los estraperlistas de ahora son tan cutres: mientras la picaresca del Siglo de Oro tenía un encanto literario, en los actuales no lo encuentro, miro y miro y solo veo perlas falsas. Es difícil escribir algo con ellos.

¿Qué ocurrió con los implicados en la crisis de la ruleta de 1935? Los inculparon, pero cuando se iba a celebrar el juicio, estalló la Guerra Civil y no se llevó a cabo.

¿Y saben qué salió mal para que se prohibiera la ruleta Straperlo después de haber sido autorizada? Pues que estaba trucada y el crupier podía accionar un mecanismo para dirigir donde iba a caer la bola. Ya saben: la banca siempre gana.

Otra perla falsa.

* Psiquiatra

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