Opinión | tribuna abierta

Buena muerte

La eutanasia hace referencia a la muerte inducida para evitar la prolongación del sufrimiento a petición del que lo padece

A medida que cumplo años pienso más en la muerte, en la de los demás, porque se van yendo poco a poco tantas personas cercanas, y en la mía, porque el cuerpo me avisa de que se va acercando con sus dolencias y enfermedades. Es inevitable pensar en ella, incluso sin pretender filosofar, que, según Montaigne -citando a Cicerón, que a su vez citaba a Sócrates, ¡qué de lejos viene la cita!- es aprender a morir, aprender a perderle el miedo, a ser capaces de encararla con serenidad. ¿Pero, podemos afrontarla con serenidad cuando nos envuelve el dolor o el sufrimiento intenso?

Por eso me ha llamado la atención la noticia que en los últimos días ha aparecido en varios diarios, incluido este: desde la legalización de la ley de Eutanasia, el 25 de junio de 2021, en Córdoba solo se ha aplicado en un caso; hubo otra solicitud aprobada, pero el paciente falleció antes de que se llevara a cabo.

Según los datos de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, Córdoba ha sido la provincia andaluza -junto a Huelva- con menos solicitudes y, a la vez, una de las provincias -junto a Sevilla- con más médicos objetores a aplicarla.

¿Somos los cordobeses -junto a los onubenses- tan resistentes al dolor y al sufrimiento que no necesitamos recurrir a una ley que puede aliviar nuestros últimos momentos cuando estos son tan penosos para otros? ¿O tienen los médicos cordobeses -y los sevillanos- unos principios éticos tan opuestos a dicha ley por encima de los médicos de otras provincias andaluzas?

Eutanasia significa buena muerte y, en un sentido más concreto, hace referencia a la muerte inducida para evitar la prolongación del sufrimiento a petición del que lo padece. La ley española exige que se cumplan unos supuestos: sufrir una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante; debe ser solicitada por el propio enfermo y debe certificarlo en primer lugar el médico al que se dirige el paciente y ratificarlo otro médico consultor, ajeno al caso. Además, cada caso debe recibir la autorización de la Comisión de Garantía y Evaluación de su comunidad autónoma.

Las asociaciones que promueven una muerte digna insisten en que no se ha informado, ni formado, a médicos y enfermeros sobre la ley y esta falta de información puede influir en la objeción tanto como los principios éticos de cada profesional. Como médico, sé que no somos un colectivo homogéneo. Igual que con el aborto, nos dividimos entre los que defienden que las decisiones sobre el cuerpo, la vida y la muerte son tributarias de instancias por encima de la voluntad del sujeto, y los que opinamos que es dicho sujeto el que ha de decidir sobre ello y que nuestra función es aconsejar y ayudar, no decidir por él. Y, como ciudadana que podría solicitar eutanasia, preferiría ser asistida por médicos y enfermeras de posturas afines a la mía que por alguien opuesto obligado a ello. Por eso defiendo la objeción, tanto como defiendo el apoyo a los no objetores.

Por encima de la población a la que va dirigida y de los profesionales que deberían asistirlos están las instituciones, gobernadas en nuestra comunidad autónoma por uno de los partidos que se han opuesto a la ley de eutanasia. Aunque una vez aprobada, las normas democráticas sostienen que deberían aplicarla, parecen renuentes a hacerlo: no informar sobre ella, o poner trabas burocráticas que provocan alargamiento de plazos, es una forma de boicot; la falta de información, el silencio, es otra. La ley no obliga a nadie a solicitarla, solo regula una práctica para aquellos que deciden libremente utilizarla y les dota de un sistema de garantías para evitar su mal uso.

Los testimonios de los profesionales que ayudan a morir a los pacientes que lo solicitan hablan de lo duro que puede ser para ellos, pero también del alivio y el agradecimiento de los pacientes y familiares. En otras comunidades autónomas se han creado grupos de apoyo para estos sanitarios, modelo que favorecería la aplicación de una práctica, la eutanasia, sobre la que más del ochenta por ciento de los españoles está a favor.

¿Qué hay de malo en pretender un buen morir? ¿No facilita alcanzar esa serenidad, ese perderle el miedo a la muerte, algo a lo que, desde tan antiguo, se ha aspirado? Parece que algunos piensan que no es aconsejable, ni siquiera es aconsejable que la población conozca que puede acceder a esa pretensión, que goza de ese derecho. Y sin embargo, hasta ellos, hasta los que están en contra de la eutanasia, se merecen una buena muerte.

*Psiquiatra

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