Opinión | guadalquivir

Discapacidad

«Las próximas generaciones sabrán mirar con más respeto a las personas con discapacidad»

Sus señorías han sido capaces, casi todos, en superar la discapacidad transitoria de reformar el artículo 49 de la Constitución de 1978. Ha sido un proceso muy lento, con la misma velocidad de la evolución social y cultural respecto a nuestros conciudadanos con una discapacidad. Todos los días me cruzo y saludo a Jesús Díaz, un viejo amigo que vende cupones en pleno centro del pueblo. Es evidente su discapacidad en un brazo y mano. Mantuvimos una larga conversación sobre su infancia, nuestra cultura con las personas discapacitadas y la maldad en el lenguaje colectivo que compartimos y elevamos a la categoría de normalidad. Aún recuerdo, cuando se inauguró, primero la Casa de El Cordobés para los subnormales, luego, el colegio Aprosub, vaya, el colegio de niños y niñas subnormales, que luego pasamos a llamar minusválidos. Nuestros mayores, con un sentimiento de dolor y pesadumbre, decían con voz delicada, que ese niño estaba malito. Supongo que habría grados de esa extraña enfermedad de la discapacidad, equiparando erróneamente a discapacitados intelectuales de los físicos.

El lenguaje era tan cruel, que para los primeros nos enseñaron que eran mongolitos, y por tanto un insulto mordaz era llamar tonto o mongolito a cualquiera que se osara cuestionar nuestra prepotencia. Para los discapacitados, mal llamados minusválido, la retahíla era perversa, desde tullido, cojitranco, cuatro ojos... y un mundo de refranes, dichos y sentencias despreciativas del discapacitado.

Inmisericordes con aquellos niños y niñas, aprendimos a ofender con naturalidad; y desaprender ha costado mucho. La convicción de la supuesta normalidad estaba tan instituida que nuestras madres bendecían a Dios y a la vida al comprobar que sus hijos irían al servicio militar pues eran normales, sanos y disponibles para la patria. Aunque tuvieran los pies planos.

Creo que las próximas generaciones sabrán mirar con más respeto e igualdad a las personas con discapacidad, saber distinguir una atrofia corporal de una incapacidad para el desarrollo emocional, intelectual, afectivo, integrador... podría poner muchos ejemplos, desde el científico Stephen Hawking a mi amigo Jesús, un magnífico vendedor de los ciegos, los cupones. Quien logra los objetivos de ventas, los premios que le otorga la ONCE y la felicidad de un trabajador honrado que llega a su casa y comparte la vida plenamente con su mujer, sus hijos y sus amigos.

*Doctor en Historia

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