Opinión | COSAS

Jacobinos

Para las elecciones europeas, la miscelánea de siglas conocerá un nuevo partido: Izquierda Española

Se ha dicho que el gran éxito de ‘El Rey León’ -banda sonora aparte- se soporta en la reinvención de una tragedia shakespeariana. Una de mis secuencias favoritas es la hilarante transformación de las brujas de Macbeth en tres histriónicas hienas, a las que le salen sarpullidos nomás pronunciar el nombre del rey Mufasa. Pese a adentrarse en ese jardín de pieles finas y autocensura en el que se desbroza la crítica política, no dejo de contemplar en ese acné tragicómico el atávico temor de la izquierda a invocar o simplemente vocalizar el nombre de este país al que llegamos a través de circunloquios. Por ello, lo que tendría que pasar como un elemento redundante, como el color del caballo blanco de Santiago, se significa como un valor identitario y un potencial activo para la captación de votos.

Para las elecciones europeas, la miscelánea de siglas progresistas conocerá la concurrencia de un nuevo partido: Izquierda Española. La bancada de la derecha ya ha aplaudido este oreo ideológico, obviamente no por altruismo sino por ese desgaste cuyo axioma es anterior a Julio César, aunque el triunfador y cronista de la guerra de las Galias le puso nombre. También el PP añorará aquellos días en los que se levantaba sin tener un vecino en su extremo derecho, una cesura que especialmente ha lamentado en las últimas Generales; donde episodios tan grotescos como la piñata de la calle Ferraz enrevesan su camino a la Moncloa.

A Izquierda Española no se le asocia más con la Brunete mediática porque es un descalificativo demasiado viejuno. Y quiere griparse su arranque porque en sus cuadros milita una amalgama de supuestos resentidos, antiguos dirigentes que quedaron barridos por el carácter centrífugo del sanchismo, cuando su vocación es centrípeta, ahora que el poder lo tientan tan lejano y pueden permitirse esgrimir la igualdad y la solidaridad interterritorial. También lo intentó, cual Jeromín, Albert Rivera en los días álgidos de Ciudadanos, atreviéndose a plantear la revocación del Concierto vasco y otros privilegios significados en la territorialidad, aunque su meteórica caída no provino de esa quimera, sino de una catastrófica estrategia de ensoberbecimiento.

Pero el as en la manga de Izquierda Española es el jacobinismo; ese linaje ideológico que vindica el halo mítico de la Revolución Francesa y que, paradójicamente, entronca más con la iconografía de la emoción, aunque los jacobinos sustentan la racionalidad, la secularidad y la igualdad como pilares de sus fundamentos. Su propia evolución en Francia ha equilibrado este movimiento en la centralidad, acaso para desagraviar su primera asociación con el Terror. Y sin embargo no se renuncia a esa invocación mesiánica propia a su etimología, cercana a los jacobitas escoceses, que ansían un Estuardo en el trono de Edimburgo; la causa común de Jacobo o Santiago que para laicos, legos o revolucionarios sigue siendo el patrón de España.

No sin unas gotas de cinismo, la llegada de este nuevo partido puede recibirse con un ilusionante escepticismo, visto el zarandeo que en su día se les dio a los afrancesados para recibir con ramas de olivo al peor rey de nuestra Historia. Imputándoseles la carga de la autoestima, esta alternativa puede corregir el rumbo a la socialdemocracia, con una introspección de la izquierda ante la cegata avaricia de los soberanismos. Pero para su consolidación se le requiere al nuevo en esta plaza una ración doble de honestidad y coherencia, no vaya a convertirse el jacobinismo en una especie de peronismo europeo.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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