Opinión | Cosas

Centrifugados

Rocha es la versión timorata del rubialismo; un laico pontífice de transición para asegurarle a la dirigencia del fútbol español su opacidad

Nos gustan los grandes titulares como una singular manera de capturar y acotar el tiempo. «España se acostó monárquica y se levantó republicana» es una frase indisociablemente unida al advenimiento de la II República. Sin alcanzar la trascendencia de este cambio en la forma de Gobierno, nos enganchan los cambios bruscos de guion. Sin ir más lejos, la semana pasada Pedro Rocha entró en los juzgados como testigo y salió como investigado. Esta metamorfosis procesal demuestra el estado de convulsión del fútbol español. Hay una extendida sensación de que Rubiales se cayó del caballo no por un sistematizado y fundamentado acoso y derribo, sino por el efecto mariposa de un calentón; ese beso que es la estela del empoderamiento y revierte a los príncipes en sapos.

Otro candidato a presidir la federación española de fútbol incidió en la cara de pasmados de esos avalistas que en masa apoyaban la candidatura del otrora vicepresidente. Presunciones aparte, Rocha es la versión timorata del rubialismo; un laico pontífice de transición para asegurarle a la dirigencia del fútbol español su opacidad. La impune sensación de que en este deporte continúa encontrando calorcito la literalidad de una acepción -el pelotazo-, siendo insuficiente el triunfo de los equipos españoles para taponar esta oleada continua de escarnios.

No es bastante esa chabacanería en el palco, más propia de Bigas Luna en sus ‘Huevos de oro’; o las carantoñas con el ex de Shakira por un piquito de comisión al llevar la Supercopa a territorio saudí. Ahora falta la metonimia a tildarnos a los aficionados como racistas, a costa de unos poquitos desalmados que se hormonan con la anónima desinhibición del hincha. Y para cargarnos el escaparate, como otra muestra más de su cautiverio político, este Gobierno hace mutis por el foro con las bravatas marroquíes para alojar la final del mundial, sin sacar a relucir los galones balompédicos de Madrid.

El mundo está ahora para otras cositas. Irán ha materializado el sarcasmo de un ataque de buena voluntad, con los preavisos de la guerra de Gila y la provocación a la defensa israelí para contrarrestar en sus cielos ese ataque de marcianitos. Desde Bahía de Cochinos no existía la sensación mundial de que uno de los tontucios que nos gobiernan puede conducirnos al Armagedón.

El fútbol no es menos fuerte que la diplomacia del pingpong, aquella que facilitó la distensión entre China y Estados Unidos. Si en alguna esfera somos superpotencia es en el planeta fútbol. Con o sin la intervención de los poderes del Estado, hay que meter a este deporte en un programa de agua caliente.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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