Opinión | historia en el tiempo

El papa Francisco y el catalanismo

El resurgir del catalanismo «monserratino» halló en la clerecía catalana del tardofranquismo el mayor impulso

En la hora agridulce de las evocaciones y recuerdos, el articulista rememora con modesta complacencia las muchas horas que consagrase al estudio y análisis de la compleja interconexión y mistura de Iglesia y catalanismo en la más reciente historia de su entrañado país.

En primer término, no hay en ella, conforme a su muy falible opinión, figura en numerosos planos más genuinamente hispana y de mayor enjundia intelectual que la del apocado y melancólico canónigo vigatense Jaume Balmes i Montaner (1810-48), cuyo sentimiento patriótico alcanza hoy sus vibraciones quizás más poderosas y esclarecidas. Sintomática y pesarosamente, el segundo centenario de su nacimiento transcurrió en el mayor de los olvidos en una España zaragatera y hedonista.

Tampoco existe, según su ‘¡hèlas¡’ infirme juicio, personalidad eclesiástica más alquitarada en los anales religiosos de nuestro reciente pasado que la del cardenal tarraconense Isidro Gomá i Tomás (1869-1940), máximo y aquilatado definidor del concepto probablemente más controvertido de la historia ideológica del último capítulo del pasado hispano: el del nacional-catolicismo. Mente poderosa, recio carácter, gobernante imponderable, prelado extraído de los más encandilados y luminosos vitrales catedralicios medievales, intelectual de formación muy densa y arquitrabada, brillante escritor de altos quilates en castellano y catalán desapareció cuando en el horizonte español se perfilaba una hora decisiva cara a la superación de la humillante guerra civil y a una búsqueda de una concordia mínima para reparar las dimensiones más trágicas del excruciante drama. Como Balmes, hodierno permanece en la sima más honda del marginamiento, si no del desprecio.

El autor efectivo de la resonante y polémica Carta Colectiva del Episcopado español del verano de 1937 conocía sobradamente el influjo incomparable ejercido en el Vaticano de su tiempo episcopal -(en conjunto, el del pontificado de Pío XI (1922-39)- por la elite catalana eclesiástica con insuperable ascendiente en la Santa Sede a la hora de trazar el rumbo de los temas españoles, y cuyas secuelas negativas padeciera personalmente en no pocas ocasiones. Durante todo el franquismo, desde «el puro», hasta el «tecnócrata», tal poder no menguó en ningún momento, ni siquiera bajo las embajadas romanas de Joaquín Ruiz Giménez y Fernando María Castiella. Y bien sabido es que a lo largo de los días preconciliares, conciliares y postconciliares del Vaticano II la presencia y actividad de dicho núcleo sacerdotal catalanista frisó casi en lo inconmensurable.

Tal circunstancia determinó, por último, que el resurgir del catalanismo de corte «monserratino» hallara en la clerecía catalana del tardofranquismo la inspiración determinante y el impulso más pujante, sin cuyo resalte toda reconstrucción del movimiento otra vez en la pleamar política española la hace una vez más incomprensible, como habrá oportunidad de recordar en un próximo artículo.

* Catedrático

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