Opinión | paso a paso

Una frágil mariposa

La democracia, como una frágil y esplendorosa mariposa, se alza en ese rincón del mundo donde los sueños de libertad se entretejen con los suspiros de los ciudadanos. Su belleza radica en su capacidad para elevarse, revolotear con gracia y posarse en los anhelos de un pueblo. Sin embargo, es vulnerable y puede autodestruirse desde dentro, convirtiendo su danza en un siniestro aleteo hacia la desolación. Forjada en las mentes iluminadas de filósofos y revolucionarios, la democracia se erige como un faro de esperanza en este mundo oscuro.

A través de sus instituciones y la voz del pueblo, busca equidad y justicia. Pero, como todo sueño sublime, la democracia es frágil y exige vigilancia constante. Desde su núcleo, la democracia es propensa a la corrupción y el egoísmo. Y las mismas instituciones que deberían protegerla pueden convertirse en sus peores enemigas. Esos líderes que prometieron defenderla pueden sucumbir al poder y traicionar sus principios. Por supuesto, la apatía ciudadana también la amenaza. Cuando los ciudadanos se desentienden de sus deberes cívicos, la democracia se tambalea. Un pueblo comprometido y activo es esencial para su prosperidad. La polarización, el tribalismo y la intolerancia son venenos internos que pueden corromperla. Cuando la democracia se convierte en una lucha constante entre facciones irreconciliables, su belleza se desvanece.

La democracia, imperfecta pero la menos imperfecta de todas, requiere sabiduría para preservarse. Defender la libertad de prensa, proteger el estado de derecho y promover el diálogo son esenciales. La democracia, como la mariposa, puede elevarse hacia el cielo o caer al abismo. Depende de nosotros, los guardianes de la libertad, asegurarnos de que su danza continúe, que su belleza perdure. No permitamos que se autodestruya; en su fragilidad radica su grandeza

* Mediador y coach

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