Opinión | Paso a paso

Serotonina ancestral

Cada partícula de luz es un acorde de vida

En el torbellino cromático de las eras que se suceden con la ineludible cadencia de las mareas, donde la melancolía se nos adhiere con la persistencia de una segunda epidermis, invocaciones seculares nos remiten al redescubrimiento de un bálsamo, tan venerable como el propio firmamento: la lumínica caricia del sol. Los ancestros, en su sabiduría arcana, ya contemplaban en este astro una deidad de luz y vida, un espejo celeste de la divinidad que, con su aureola de fuego, dispensaba salud y esperanza. Hoy, los modernos oráculos de la ciencia, con sus instrumentos de medición que se asemejan a arpas celestiales, nos revelan cómo el advenimiento de los días claros infunde en nuestro ser una renovada liturgia de bienestar, aumentando los niveles de esa substancia etérea, la serotonina, cuyo nombre evoca el elixir de los mismísimos dioses. ¿Qué sendero tomar, entonces, con esta revelación que nos llega revestida de los fulgores de la modernidad, pero arraigada en el aliento de la tradición? La respuesta se despliega ante nosotros, no como un simple dictado, sino como una epifanía: promover la inmersión en el aire libre trasciende la mera evasión del tedio; constituye un solemne llamado a restablecer nuestros lazos con el cosmos, a reanudar nuestro diálogo con el infinito, recordando así nuestro lugar en el vasto mosaico de la creación. El bienestar del demos, azotado por las tempestades de la desazón, hallaría su faro en la práctica de la oración bajo el dosel celeste, en la reverencia ante el renacer esmeralda de Gaia, en el sacramento de inhalar la pureza primigenia. Tales rituales, que nos reconectan con el núcleo de nuestra humanidad, se convierten en versos corpóreos, en himnos al milagro de nuestra existencia. Así, mientras el conocimiento nos ofrece las claves de este templo olvidado, es la poesía de lo viviente la que nos enseña los rituales para adentrarnos. En esta sinfonía universal, cada partícula de luz es un acorde de vida, cada suspiro de brisa, un poema que nos recuerda, en la más dulce de las armonías, que, a pesar de las sombras, permanecer es, en sí mismo, un acto de fe luminosa.

*Mediador y coach

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