Opinión | Macondo en el retrovisor

El día de las alabanzas

Qué favor le hizo a tantísimas mujeres, poniéndole rostro y nombre propio al maltrato

Que Dios nos libre del día de las alabanzas», decía siempre mi abuelo. Nos advertía de que cuando llegara, saldríamos de casa con los pies por delante. Y qué razón llevaba. Es deporte nacional dorarle la píldora a los muertos. Agasajarles, aplaudirles y reconocer su valía a toro pasado, con el agravante de que, en algunos casos, se les tenía totalmente defenestrados en vida, como es el caso de María Jiménez.

Llevamos días viendo, escuchando y leyendo parabienes para con la cantante trianera. El reconocimiento a su poderío, dentro y fuera del escenario. Su valentía y sus ‘ovarios’ para plantarle cara a las adversidades, a la pobreza, a la depresión y a su peor enemigo, con el que compartió cama tantos años y con el que llegó a casarse hasta tres veces.

Víctima de la violencia de género, reincidente, pero consciente, fue de las primeras caras conocidas en denunciar y señalar públicamente a su marido y agresor, Pepe Sancho; aunque sólo consiguió una condena firme por maltrato ya en 2009, cuando el delito había prescrito. A ella, sin embargo, se le juzgó y se le ‘crucificó’ muchas veces, por aquello de lavar los trapos sucios fuera de casa.

Y esos mismos que entonces la tacharon de «alcohólica» y que arropaban y le daban trabajo al maltratador, ahora la llaman la «Chabela Vargas española», que queda mucho mejor, dónde va a parar. Con la misma poca vergüenza de los que la etiquetaban antes como «excesiva» y «vulgar», y ahora la denominan «empoderada» y le reconocen su valentía y pionerismo.

Da que pensar tanto aplauso unánime ante los árboles caídos. Ese acuerdo tácito, colectivo y unánime de ensalzar la figura de los que ya no están para poder disfrutar de los elogios, mientras que en los peores momentos de su existencia, una inmensa mayoría, les ha dado la espalda, condenándoles al ostracismo.

María Jiménez resucitó del olvido varias veces. De la mano de algunos sabios, admiradores de su talento, como Sabina o el ‘Lichis’, y también, de otros elementos mucho más carroñeros, que no supieron darle su lugar ni su valía. En 2005 coincidí con ella en un programa de telerrealidad, en el que participaba en calidad de ‘famosa’ y yo, de redactora.

Me pareció una Señora, con mayúsculas. Una profesional, como la copa de un pino, sin las demandas ni las exigencias de muchos otros de sus compañeros, que con mucha menos trayectoria, tablas o educación, consideraban que su ‘estatus’ justificaba privilegios y caprichos, que ella jamás planteó ni por asomo.

Recuerdo su presencia y su sencillez, con ese poso de sabiduría de quien está de vuelta de casi todo y ya no se asusta por nada. Yo no sabía por aquel entonces que dejó su Sevilla natal y un hogar con un padre maltratador con apenas 15 años para irse a trabajar a Cataluña de ‘criada’, como a ella le gustaba decir.

Que con sólo 18, se quedó embarazada del padre de su hija Rocío, que la abandonó, convirtiéndose en madre soltera en la España franquista de 1968. Que aquella criatura perdió la vida a los 17 años en un accidente de tráfico, tiñendo de tragedia la existencia de su madre para siempre; o que durante más de dos décadas se convertiría ella misma en la víctima de la misma violencia de género con la que se crió.

Es difícil encajar toda esa información con aquella ‘fuerza de la naturaleza’ con la que coincidí unos pocos días en África, tres años después de su divorcio definitivo en 2002, y dos de que publicara el libro ‘Calla, canalla’, en el que habló del yugo de Sancho y de su doble cara.

Qué favor le hizo a tantísimas mujeres, poniéndole rostro y nombre propio a la mujer maltratada. Y dejando bien claro que se puede ser brava, sabia y sensata y a la vez convertirse en víctima y sombra de un hombre perverso y retorcido.

Hace unos días, Álvaro García, fiscal general del Estado revelaba el dato de que, desde 2009 hasta 2022, se han interpuesto más de dos millones de denuncias por violencia contra la mujer en España. Estoy segura que todas y cada una de ellas tuvieron a alguna ‘María Jiménez’, que les ayudó a reunir el coraje para dar el paso.

Qué importante es reconocer en vida la labor de todas esas personas que son ‘referentes’ de otras, que se miran en ellas, y que repiten susurrando o a voz en grito eso de que ‘Se acabó’.

*Periodista

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