Opinión | MACONDO EN EL TELEVISOR

Maslow y los de abajo

Todavía hay quien critica los cortes de carreteras, mientras se queja de los precios del aceite

Hay un cartel que se ha hecho viral en las últimas tractoradas y reza: «No somos de derechas ni de izquierdas, somos los de abajo y vamos a por los de arriba». Un lema que podría estar sacado de ‘La casa de papel’, que resume el germen de muchas revoluciones habidas y por haber, y que nos debería inspirar como mínimo respeto, si no solidaridad. Aunque lamentablemente todavía hay muchos que no quieren o no pueden comprender su alcance y su significado.

Y esa es la base del problema. Porque si algo he aprendido en todos los años que llevo ejerciendo el periodismo es que para que una noticia o una historia llegue al público y les genere interés, y a veces incluso hasta reacciones, tienen que poder identificarse con sus protagonistas o al menos entenderlos. Y me da la sensación de que con el tema del momento: las protestas del campo, hay todavía gente que simplemente cree que la cosa no va con ellos.

Llevamos días viendo tractores, agricultores y ganaderos por todas partes, en Europa y en España, en todos los medios. Y si bien es cierto que en la mayoría de los casos la opinión pública y los profesionales de la comunicación apoyan su causa, no estoy tan segura de que haya quedado claro que una parte importante de lo que están defendiendo con valentía y sacrificios nos afecta a todos, porque son literalmente ‘nuestros garbanzos’.

Cuando era pequeña, uno de los conceptos que se me grabó a fuego en la memoria fue la pirámide de Maslow, en la que se establece la jerarquía de las necesidades del ser humano. En la base está la supervivencia física (comer, dormir, respirar), el siguiente nivel es el de la seguridad y la protección, seguido de los impulsos sociales, como la pertenencia y el amor. Y en lo más alto está la autorrealización.

Todos creemos, al menos en teoría, que el ser humano más evolucionado es aquel que tiene ‘controlados’ todos esos escalones, pero se nos olvida, o damos por sentado, como ciudadanos malcriados del ‘primer mundo’ que somos, que lo básico a menudo es la esencia y la garantía que nos permite aspirar o hacer frente a todo lo demás. O más sencillo, como decía mi abuelo Pedro: lo que comemos es lo que valemos.

Resulta irónico porque la comida es tendencia, en las redes sociales en la televisión... los chefs y la alta cocina generan un interés que mueve millones. Pero poco se habla del primer eslabón: los ingredientes; de sus costes de producción, siempre al alza, de las interminables exigencias fitosanitarias, la competencia desleal y el doble rasero para con otros países, o de la burocracia, utilizada como yugo, cuya ‘letra pequeña’ favorece siempre al grande y machaca y extingue al pequeño.

Por eso todavía hay quien critica los cortes de carreteras, y llama ‘fachas’ a los agricultores, mientras con incoherencia se queja de los precios del aceite. Y les bastaría echar un vistazo al Índice de Precios en Origen y Destino para darse cuenta del sinsentido: a los productores no les salen las cuentas, y a nosotros, tampoco. ¿Cómo es posible que el kilo recogido en el campo no haya alcanzado ni los dos euros, y el litro esté en los supermercados a más de 12?

Ese ‘abismo’ que separa las dos cifras es tan grande como la cadena que divide a los dos mundos en los que viven los productores y los consumidores. En el centro, están los intermediarios, que son los que sacan ‘tajada’ sin doblar el lomo. Por encima, los partidos políticos, que sólo se acuerdan de los agricultores y ganaderos en tiempos de elecciones; sin olvidar, por supuesto, los sindicatos agrarios, que consienten todo lo anterior, mientras ‘trincan’ de arriba y de abajo.

Y en ese círculo vicioso en el que siempre pierden y ganan los mismos, la opinión pública está en el ‘limbo’, con opiniones que en muchos casos están marcadas por la ignorancia. Y no es de extrañar. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, sólo el 16% de la población vive en la España rural, el resto son ‘urbanitas’.

Esta es su oportunidad de aprender que los alimentos, que son la base de nuestra salud y nuestro bienestar, no ‘crecen’ en los supermercados. Que todos somos ‘los de abajo’ en esta pirámide y que nuestro apoyo, real y con conocimiento, puede ser clave para que esta revolución tenga un final en el que nuestro sector primario no desaparezca.

* Periodista

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