Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Nadie elige ser gordo

Lo que sí debería ser respetado es la elección de dejar de luchar, aceptarse y ser feliz

El suicidio es la principal causa de muerte absoluta en España entre los 15 y los 29 años. Un grupo de población que constituye la base principal de los usuarios de redes sociales. Ésas que desde hace días están llenas de reacciones repugnantes a la prematura muerte de Itziar Castro a los 46 años, condenando con ensañamiento la obesidad y a quienes «intentan blanquearla».

Los que no se limitan a verter simplemente odio e insultos, explican, bienintencionados ellos, que el sobrepeso está asociado a un considerable número de patologías, que pueden derivar en finales tan desgraciados como el de la actriz. Y sin embargo, supongo que no se han parado a pensar el impacto que ciertas afirmaciones pueden tener en la salud mental de los jóvenes que leen sus contenidos; y las consecuencias directas en su bienestar y en sus vidas.

Castro, conocida entre el gran público por sus interpretaciones en ‘Vis a vis’, ‘Campeones’ o ‘Pieles’, murió por una parada cardiorrespiratoria, mientras se encontraba en una piscina de Lloret de Mar, preparando una gala de natación sincronizada.

Durante el confinamiento por la pandemia, una foto que colgó en redes sociales le sirvió para conocer que sufría una enfermedad genética llamada lipedema. Se trata de un trastorno progresivo y crónico del tejido adiposo caracterizado por depósitos grasos desproporcionados y dolorosos en los miembros inferiores.

Los expertos confirman, y así lo relató ella en su momento, que no se puede eliminar con dieta o ejercicio. Anunció en junio que se estaba preparando para someterse a una intervención quirúrgica para paliar sus efectos, mientras subrayaba que no por eso iba a dejar de ser una «gorda feliz» y sana, sin ningún otro problema médico añadido.

La anécdota debería haber servido para que muchos entiendan que el sobrepeso no es sinónimo de gula, de dejadez o de vaguería, como algunos dan por sentado; fomentando con ello una persecución y animadversión, que ya se conoce con el nombre de ‘gordofobia’ y que ahora con el fallecimiento de la catalana ha encontrado un ‘filón’ impagable.

Nadie elige ser gordo. Cada kilo de más, en la mayoría de los casos, es una batalla perdida. Y sí, en muchos casos es por falta de voluntad, pero también, otras veces, son las circunstancias de la vida; y otras muchas, por cuestiones de salud física o mental. Pero lo que sí debería ser respetado es la elección de dejar de luchar, aceptarse y ser feliz.

Aunque fíjense que creo que precisamente ese es el problema. Los ‘haters’ (abusones de toda la vida) no aceptan que las personas diversas, que no encajan en los cánones establecidos, sean dignos de ‘pedestales’. Y que alguien con sobrepeso tenga autoestima, éxito laboral, personal y seguidores, les repatea, porque consideran que es un mal ejemplo.

Recurrentemente, la obesidad está vinculada a enfermedades graves, como las cardiovasculares, la hipertensión, la diabetes o el colesterol alto, que pueden causar una muerte temprana; pero también lo están la depresión, la baja autoestima, la ansiedad y la soledad, como atestigua el índice de suicidios en España, especialmente entre los más jóvenes.

El otro día veía un vídeo de una psicóloga en Instagram recordando la importancia de que en estas Navidades, en reuniones y fiestas familiares, seamos conscientes del impacto de ciertos comentarios sobre los cuerpos, sobre todo en los adolescentes. Y yo lo extendería al resto de la humanidad. Todos tenemos un espejo en casa, al que nos asomamos con mayor o menor cautela, dependiendo del momento de la vida en el que nos encontremos. Nadie necesita a ese ‘cuñado’ que se empeña en poner en evidencia esos kilos de sobra, que cada cual sabe que tiene.

En un país donde la talla más vendida es la 42, tal vez ha llegado el momento de mandar a la mierda la hegemonía de la 36. Todos deberíamos poder vernos reflejados en alguna pantalla, sea del tamaño que sea, sin vergüenzas, ni humillaciones, no sólo para darnos cuenta de que no estamos solos, sino también para poner en valor la diferencia como atributo, no como estigma.

Por eso, son necesarios los referentes, por mucho que a unos cuantos les reviente. Gente como Itziar Castro, personas sanas, flexibles, atractivas e imparables, que se ponen por montera las reglas y los estereotipos y se atreven a brillar y hasta a eclipsar a otros con cuerpos más normativos, en las redes y en la vida, con toda su inmensidad, en el sentido más positivo de la palabra. DEP.

* Periodista

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