Opinión | PARECE UNA TONTERÍA

No te mates

Llegas a creer que el pensamiento interrumpe el fluir natural de los acontecimientos

Agacharse a recoger algo del suelo, aunque sea tuyo, exige una extraña fuerza de voluntad. Me pregunto muchos días de dónde sale. La maniobra puede parecer sencillísima desde fuera: te inclinas, lo recoges, te incorporas, fin. Hasta un genio se sentiría capaz de hacerlo. Pero hay que verse en la situación, ojo. Dentro, al fin y al cabo, es lo contrario de fuera. En no pocas ocasiones a mí se me hace imposible agacharme, incluso mirar hacia abajo.

Es tan fácil que simplemente no puedo. No hay manera. Comprendo sin más, desde las alturas, la perfecta falta de importancia de lo que sea que se me ha caído. Yo hago lo difícil, en realidad, que es pasar de largo y dejarlo para un momento más propicio, cuando la falta de importancia del principio adquiere de pronto tintes urgentes, dramáticos.

Pondré un lamentable ejemplo: hace unos días programé la lavadora, y al acabar me llevé la colada en brazos a la terraza para tenderla al sol. A los diez minutos estaba lloviendo, pero esa es otra historia. Por el camino, se me cayó un calcetín. Hasta ruido hizo, el hijo de puta: quería que me encorvase a cogerlo. Pero mi inteligencia (?) me impuso el descuido, así que lo dejé atrás, porque a veces cuando te agachas a recoger un miserable calcetín se te cae del montón un calzoncillo, que si intentas pescar haces que se te caiga una camisa, que conviene dejar también en el suelo porque si no perderás una toalla, un sujetador y cinco calcetines de golpe.

Al regreso de la terraza, ya con las manos libres, pasé al lado del minúsculo calcetín ignorándolo por segunda vez. Me creía el joven protagonista del cuento Un día perfecto para el pez plátano, de J. D. Salinger, cuando está en la playa con una chica a la que acaba de conocer, y esta lo avisa de que viene una ola, y él responde «No le haremos caso. La mataremos con la indiferencia, como dos engreídos». En aquel momento no se activó ninguna inteligencia. A veces llegas a creer que el pensamiento interrumpe el fluir natural de los acontecimientos, anulándolos en cierto sentido. En mi cabeza sonó el ya famoso, y tristemente célebre, «No te mates», que no es tanto una cavilación como el tañido de una campana lejana.

Ese día transité, qué sé yo, 20 veces ante el calcetín. Lo miraba de reojo y me hacía una promesa casi sagrada: «Después». Al final ya no lo veía. Tampoco los otros miembros de la familia; y si lo hacían, lo castigaban con una displicencia no menos aterradora que la mía. El calcetín ni siquiera parecía tener dueño, y se empequeñecía por momentos, hasta la condición de pelusa o mota.

Pasó un día, pasó otro, transcurrieron tres, y todos seguimos sin agacharnos a recogerlo. Entonces, cuando se acercaba la hora de la cena, estallé: «¿Es que nadie ve que hay un calcetín en el suelo desde hace tres días?». Mi mujer parecía estar esperando la pregunta: «Por supuesto. Te estaba poniendo a prueba: a ver cuánto tarda en recogerlo». La miré, moviendo la cabeza, muy decepcionado. «Es alucinante», farfullé, mientras me agachaba y lo cogía.

 ** Escritor

Suscríbete para seguir leyendo