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Cismas sin género

El 8M ha quebrado misoginias y ayudado a romper cierta sensibilización de salón que aún imperaba

Toda empresa humana suele dejar dos rasgos característicos en su consolidación: la simplificación de su título y las turbulencias de la división. Como ejemplo de lo primero, no hay más que acercarse a los topónimos que utilizamos para las fundaciones en el Nuevo Mundo. La principal metrópoli de California se bautizó originariamente como El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de Porciúncula. Incluso hace tiempo que la denominación le viene largo a los angelinos, pues hasta Sinatra le hizo una declaración de amor valiéndose de sus iniciales. Respecto a la división, y moviéndonos en el mismo registro, comprobemos la censura violenta en Lima entre los Pizarro y los Almagro.

A esta máxima parece que tampoco escapa el 8 de marzo, pese a ciertas capciosas expectativas con el eterno femenino. El Día de la Mujer ha ido recortando el decoroso calificativo de Trabajadora; para no hacer distingos en la causa siendo inclusivos con todos esos otros precarios escenarios, empezando por el hogar. El 8 de marzo arrancó con una huelga hace 166 años, la industria textil como ápice de la vindicación de unos derechos más justos. Un ataque por la igualdad en muy diversos flancos, cuando aún se antojaba lejano el voto universal. Fue en ese cambio de siglo cuando las sindicalistas y las sufragistas inmolaron a sus primeras mártires; con aquel terrible incendio de Nueva York que zarandeó las vergüenzas desalmadas del Primer Mundo y ha ido rebotando en las deslocalizaciones asiáticas, donde aún te achicharras por esa hipocresía con los sueldos y las condiciones de seguridad.

Pero, paradójicamente, la división es la certificación del éxito. El 8M se ha convertido en una marca que ha ido quebrando misoginias y ha ayudado de manera notable a quebrar esa sensibilización de salón que aún imperaba en buena parte de la sociedad. Verse ridículos con aquellos anuncios de lavadoras o aquella sumisión edulcorada con el macho alfa casi hablará de un cambio de paradigma que ha ayudado a jibarizar el machismo. Desgraciadamente, el reverso se muestra en la violencia de género y ese repunte parcial de las nuevas generaciones de empatizar con el control y el sometimiento. Pero el triste triunfo es la división.

Creíamos que eso del cisma era coto cerrado para los machotes, el juego de las guerras religiosas entre papistas, luteranos o dulcinistas y en los que las brujas se prendían en la hoguera no tanto por su herejía cuanto por su sexo. O tal vez fue el penúltimo arrebato de testosterona entre una izquierda que se tragaba la quina de las reconversiones y un sindicato hermano que tenía que negarle el pan y la sal al felipismo.

No se puede deconstruir lo andado, pero para el 8M se anuncian dos manifestaciones en los Madriles. La Ley Trans ha hecho daño al feminismo clásico; y la soberbia y la especulación del rédito del «solo sí es sí» se ha instalado para agrietar unidades de acción. Lo peor es mirar por encima del hombro con una misantropía que evidencia trazas de machismo. Pero tampoco es válido practicar el mutismo ante tanto choque de egos; de ese pugilato por galvanizar los derechos de la mujer que siembra, entre evidentes avances, el desconcierto. El movimiento feminista no es ajeno a esa regla universal en la que, tras la ilusión heroica y los esforzados logros, siempre se instala como etapa intermedia el desencanto.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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