María Zambrano fue una de las pocas mujeres que, al contrario que la mayoría de sus coetáneas, disfrutó del reconocimiento en vida. La malagueña formó parte de los círculos más granados de la intelectualidad de su tiempo e influyó, de manera decisiva, en las generaciones de poetas y filósofos que le sucedieron. Su «razón poética», su pensamiento y mirada, la convirtieron en un indiscutible referente internacional, lo que le valió, entre otras recompensas, el de ser la primera mujer galardonada con el Cervantes. Sin embargo, apenas dio a conocer sus poemas y, cuando lo hizo, fue a su círculo más inmediato y por correspondencia. Concedía tal valor a la poesía que, como gesto de respeto al genero que consideraba «sublime, majestuoso, algo divino, el escalón más alto del conocimiento», prefería llamar «delirios» a sus textos líricos. Tampoco se veía a sí misma como filósofa o poeta, sino pensadora, que respondía mejor al territorio que configuraban sus hemisferios. Todo ello lo explica Javier Sánchez Menéndez en el amplio y clarificador prólogo que precede a estos «delirios». Textos que han visto la luz en los volúmenes de las Obras completas de Moreno Sanz, pero que Menéndez alumbra con un formato menos académico en La isla de Siltolá con el propósito de «acercar los poemas, los ‘delirios’ de María Zambrano, al lector habitual de poesía y filosofía», esfuerzo que representa uno de los grandes aciertos de este volumen y que, sin duda, saciará la curiosidad de cuantos desconozcan esta faceta de la malagueña más universal.

En Poemas, el lector encontrará cincuenta y un escritos construidos con distintos esqueletos, pero unidos por una misma naturaleza: su pulsión poética. Un pálpito que habita en su centro y que alimenta la cosmovisión de Zambrano. En ellos hay prosa poética, versos, esbozos, anotaciones e, incluso, una conferencia de la propia autora sobre El claro del bosque. Están todos los que fueron, pues la autora utilizaba estos fogonazos para salir de sus bloqueos teóricos y avanzar en su pensamiento.

A lo largo de estos textos, que Zambrano comenzó a escribir en un momento muy inicial, allá por 1929, y a los que se dedicaría hasta 1986, podemos descubrir, y, de algún modo, seguir, la mitad velada de su «razón poética», su gran aportación a la historia de la filosofía («poesía del pensamiento o pensamiento de la poesía», decía Moreno Sanz). Una «razón poética» con la que Zambrano busca volver a unir filosofía y poesía, dos campos complementarios, que un día se separaron (casi enemistaron), y que en el mundo occidental ha dado lugar a un exceso de confianza en la razón o «razón técnica», conduciendo a lo que Zambrano identifica con tiempos oscuros: «Materializadas, por un poder poseídas. Son las palabras propias del progreso, las que quieren hacer suyas las palabras, y suyo a quien la escucha», dice en el «delirio» 51, la conferencia que lleva por título «La palabra». Para recuperar esa unión que en su día convivió en Platón o Aristóteles y que ha formado parte de filósofos tan principales como Plotino, Kant, Spinoza, Nietzsche o Heidegger, Zambrano se adentra en la filosofía oriental, en el sufismo y los poetas persas; se sumerge en san Juan de la Cruz, en la mística; en definitiva, pone en valor la dimensión espiritual del ser humano como parte del pensamiento; subraya la importancia del subconsciente, sabedora de que el mundo de los sueños es un territorio generoso con la palabra poética, razón por la que Freud, Jung y la Gestalt son capitales en la concepción de su obra.

Pero será el amor el motor último de toda su vida y visión, el origen y el final: «¡Que no voy sola -el amor me lleva», dice, y continúa: «El amor que mantiene la cohesión de los cuerpos los hace soñar con la libertad». El amor es, por consiguiente, «la fuente viva» que permite acceder a ese camino de conocimiento que es la «noche oscura».

En conclusión, filosofía y poesía son los dos caminos que conducen al pensamiento de Zambrano, pero lo hacen de distinto modo: la primera a través de la pregunta y la segunda, de la revelación («la poesía es todo, y uno no tiene que escindirse. El pensar escinde a la persona; mientras que el poeta es siempre uno», asevera).

María Zambrano difuminó los límites de la palabra seduciendo a poetas de la talla de Emilio Prados, Lezama Lima o Valente; una luz cuya potencia irradia, con más fuerza que nunca, sobre la poesía actual.

‘María Zambrano: Poemas’. Edición de Javier Sánchez Menéndez. Edita: La isla de Siltolá. Sevilla, 2018.