NOVELA

El silencio de Vargas Llosa

El escritor regresa a sus raíces peruanas en un viaje sentimental de despedida

Mario Vargas Llosa. | EUROPA PRESS

Mario Vargas Llosa. | EUROPA PRESS

Eduardo Moyano Estrada

Eduardo Moyano Estrada

Vargas Llosa ha dicho que ‘Le dedico mi silencio’ será su última novela. Si así fuera, daría por finalizada una larga y brillante trayectoria como narrador, una carrera que se inició hace sesenta y cinco años en la revista ‘Mercurio Peruano’ con la publicación del relato «Los jefes» (1957) y que tendría su punto álgido en la concesión del Premio Nobel de literatura en 2010.

El estilo directo y sobrio de sus novelas, el entorno en que se desarrollan (la ciudad, la selva, la serranía...) y el ritmo intenso, a veces incluso frenético y trepidante (hasta el punto de leerse algunas de ellas casi como un ‘thriller’), son rasgos típicos de la narrativa de Vargas Llosa. Respecto a los ejes temáticos, están la tiranía, el abuso de poder y el militarismo (como en ‘La ciudad y los perros’, ‘La fiesta del Chivo’ o ‘Tiempos recios’), así como la corrupción política (‘Conversación en La Catedral’) y la revuelta milenarista (‘La guerra del fin del mundo’), pero también la figura del antihéroe (‘La casa verde’ o ‘El héroe discreto’). Y sobre todo, la utopía, nunca alcanzada y siempre truncada, que atraviesa toda su narrativa.

También trata de la utopía la que es su última novela, ‘Le dedico mi silencio’. Esta vez es el sueño utópico de Toño Azpilcueta, cronista de la música popular peruana, que aspira, cual quimera, a unir a través de huainitos, valses, marineras, resbalosas... a un país tan dividido y fragmentado como el Perú. La novela puede calificarse de total, en el sentido de que en ella se combinan elementos narrativos, antropológicos, políticos e históricos. Hay, por supuesto, pues si no, no sería novela, elementos narrativos en ella, organizados en varios planos, como una matrioska. En un primer plano se sitúa la voz de un narrador anónimo, que cuenta la vida de Toño Azpilcueta y su pasión por la música criolla. En un segundo plano, el propio Toño Azpilcueta narra la vida del joven guitarrista Lalo Molfino tras quedar seducido en una especie de éxtasis casi religioso por el sonido de su guitarra la primera y única vez que le escuchó en el barrio colonial limeño Bajo el Puente, junto al río Rímac. Enterado de la muerte de Lalo Molfino a los pocos meses de aquel encuentro, Toño Azpilcueta decide escribir un libro sobre el joven que tenía una carrera prometedora por delante en la música criolla, pero que resultó truncada por la enfermedad. Azpilcueta reconstruye la vida del guitarrista a partir de la escasa información de que dispone y cubriendo los vacíos con su propia capacidad de invención como narrador, actuando así de novelista dentro de la novela.

Escribir el libro sobre Lalo Molfino será la obsesión de Toño Azpilcueta como si el joven guitarrista con su muerte prematura le hubiera dedicado su silencio, y él se sintiera obligado a mantener viva su memoria para así poder pagar la deuda contraída por la emoción que sintió aquella noche en la que un silencio mágico inundó el corazón de todos los que estaban en el caserón de Bajo el Puente. Además de esas razones de carácter personal, el sentimiento de hermandad que Toño percibió aquella noche mágica en torno a una música popular que unía en un abrazo fraterno a personas de muy diferente condición social, política y religiosa, lo convenció de la necesidad de escribir ese libro, adentrándose así en el terreno de la utopía, y, como toda utopía, también del delirio.

Como parte de su delirante libro, Toño Azpilcueta incluye un ensayo sobre la música popular de Perú a partir de su propia vida de cronista. En ese ensayo analizará la historia de esa música que surge en los ambientes más pobres de las casas de vecinos del Perú (los populares callejones), y que irá escalando hasta alcanzar a las clases medias y altas. Al hacerla también suya estas clases sociales, la música criolla se convertirá, según Azplicueta, en la de todos los peruanos, encontrando su punto álgido en la figura de Chabuca Granda, que fue quien la llevó por todo el mundo con canciones ya universales como «La flor de la canela» o «Fina estampa».

Por último, hay también en la novela un análisis historiográfico del Perú prehispánico y colonial, en el que el propio Toño Azpilcueta, convertido en ensayista, plantea su tesis (que es también la de Vargas Llosa) sobre el valor del mestizaje en la identidad peruana y sobre la importancia del idioma español como vehículo de cohesión en un país, como el Perú, que, antes de la conquista hispánica, tenía más de un millar de dialectos y lenguas locales.

En la voz de Toño Azpilcueta puede adivinarse, en definitiva, la de un Vargas Llosa que regresa a sus raíces peruanas en un viaje sentimental de despedida, como si con esa novela, que al parecer será la última, él también nos estuviera dedicando su silencio a los lectores de su extensa obra literaria.

‘Le dedico mi silencio’.

Autor: Mario Vargas Llosa.

Editorial: Alfaguara. Madrid, 2023.

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