POESÍA

Los haikus de Carlos Clementson

‘La sonrisa del agua’, el nuevo libro del escritor cordobés en Ucopress

Carlos Clementson.

Carlos Clementson. / FRANCISCO GONZÁLEZ

El sugerente título de este poemario invita a adentrarse en sus páginas preñadas, desde el inicio, de imágenes de exquisita elegancia, como la de ese ruiseñor al que el poeta otorga la calidez del sol: «El ruiseñor / con su pecho encendido / suplanta al sol», imagen que nos lleva a la Oda a un ruiseñor (Ode to a Nightingale) del poeta romántico inglés John Keats. De la misma forma, una única flor de almendro puede ejercer la función de la luna en la espesa negrura de la noche: «Hoy no hace luna. / Sólo una flor de almendro / la noche alumbra». Sol, lluvia, espiga, campos, nubes…todos estos elementos naturales se le ofrecen al poeta como jugoso regalo al que alcanzan sus ojos y estremecen su paseo, su alma. Clementson a fuerza de mirar al cielo, a los árboles, las hojas, en profunda e íntima admiración, los hace suyos y estos, a su vez, lo confortan con la placidez de una comunión que solo unos pocos privilegiados pueden disfrutar desde la conciencia de formar parte de ese mismo latido, de esa misma materia: «Trigos de junio. / Es de oro la luz. / ¡Qué mayor lujo!».

A través de las páginas relumbra el color dorado, la luz, el sol; ese siglo de oro del periodo del Renacimiento, Petrarca, Garcilaso de la Vega. La naturaleza produce en el poeta una visión optimista, vitalista, en la que cada uno de los días es un canto de gratitud a la vida: «Despunta el día. / ¡Cómo brilla su espada / desenvainada!», «Ebrio de luz, / la copa de oro apuro / del sol poniente». Su voz habla del paso del tiempo, de lo efímero de la existencia: «Como mis años / van huyendo las aguas».

Ese niño, en sus palabras «hoy viejo», sigue contemplando la luna con idéntica emoción, aunque el inexorable paso del tiempo lo ha mutado ya a él de forma caprichosa; y así brota en una magnífica prosopopeya la propia luna, que, en esta ocasión, le agradece la devoción de aquella mirada, fiel durante tantos años, a ese infante que la sigue venerando como a una diosa nívea: «Miro a la luna, / y ella aún me mira como / cuando era niño».

Como el poeta romántico William Wordsworth en «Lines Composed a Few Miles above Tintern Abbey» en ‘Lyrical Ballads’, Carlos Clementson muestra su deseo de mirarse aún en la luna con la inocencia de los ojos de un niño, a pesar de que el agua ha seguido fluyendo y ha cambiado la perspectiva, para, más tarde, continuar diciendo: «Todo el recuerdo / ya es de ayer y esta rosa, / viva, el presente».

El agua, elemento esencial de este poemario, fluye como hermosa metáfora del paso de la vida... «Frente al arroyo / oigo correr mis años / con las espumas». Sin embargo, es un agua tranquila, amable, risueña, cuyo recorrido el poeta asume desde la serena aceptación del transcurrir del tiempo: «Contemplo el agua; / el agua me contempla, / y me sonríe». La fina sensibilidad de Clementson lo detiene en los detalles minúsculos de la naturaleza, al estilo de los grandes poetas románticos ingleses, para hacerlos visibles en un hermanamiento con el universo: «Pequeña hormiga», «clara luciérnaga», «Hoja de hierba», «Hermana oruga». Todo es un obsequio en sí mismo, todo es motivo de celebración para aquel que se sabe afortunado de existir en este hermoso lienzo de vida. El autor expresa, además, su forma de concebir el arte poético, como aquello que perdura a través de los años, un libro, un poema no será nunca materia fungible; como los grandes monumentos y obras de arte, sobrevive a las inclemencias del tiempo: «Palabras hay / que, salvando el olvido, / vencen el tiempo». Un poemario es un lugar de regocijo, de sanación e incluso de nacimiento a la experiencia, a veces casi mística, de lo que ofrece: «Leyendo un libro / vuelve a nacer un alma / de un sepulcro».

Se pregunta, además, el poeta si la poesía no trasciende más allá de lo que queda impreso. En sus versos, hay lugar también para la ironía, al evidenciar la vanidad en este arte y sus defectos: «Tú, ¿poeta malo? / Ojalá que, aunque malo, / fueses poeta», al más puro estilo de Marcial o de Quevedo, continúa de esta forma: «Él si los lee. / Lo único que ha leído: / sus propias obras». «Tras largo esfuerzo / ha logrado tres versos / para él sublimes».

Ruboriza de esta forma a aquellos que aspiran a tal empresa sin haber sido agraciados por las musas y prosigue escanciando pistas para entender el bien preciado de la poesía, como ingredientes básicos enuncia el sentimiento, el pensamiento expresado de forma bella y el ritmo: «Tú, al pensamiento / infunde sentimiento / y forma hermosa». Solo así presentada, la poesía ejercerá su efecto evocador sobre el receptor.

En «Ars longa, vita brevis», Clementson hace cimbrear las ramas de la ética y la moral personal, con la única herramienta de su voz poética, que alza para denunciar actitudes poco humanas: «Esta mañana / ha muerto un niño. / Qué extraño que aún el mundo / siga en su sitio». «Brotó la sangre. / ¿Qué has hecho de tu / hermano? / Ahora estás solo».

Con solo unos breves versos, el autor nos ofrece la extraordinaria consistencia de su visión moral.

Acompañados siempre por el rumor alegre del agua, el lector atraviesa el río, las fuentes, mientras la vida se sucede sin urgencia, entre pájaros, lunas, soles, días, noches, el ayer, el presente y el mañana. Este bellísimo poemario, moldeado a modo de haikus encadenados, nos transmite la voz inconfundible de un poeta enorme, sublime, eterno.

‘La sonrisa del agua’

Autor: Carlos Clementson.

Editorial: Ucopress. Córdoba, 2023.

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