NOVELA

Muchachos de Atzavara

Navona recupera la obra de Manuel Vázquez Montalbán

Manuel Vázquez Montalbán, con sus perros, en 1996.

Manuel Vázquez Montalbán, con sus perros, en 1996. / SALVADOR SANSUAN

Rafael Ruiz Pleguezuelos

Publicada originalmente en 1987 y rescatada y puesta de nuevo en librerías por la editorial barcelonesa Navona, Los alegres muchachos de Atzavara es una novela que viene a recordarnos que Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) fue un escritor total, capaz de trabajar muchos registros. Leyendo el libro uno siente que en la valoración de su trayectoria hay muchos textos de mérito que han quedado injustamente relegados. Quizá pese demasiado la herencia de la popularidad de su detective Pepe Carvalho. Se trata de una situación parecida a la del escritor Georges Simenon, autor de excelentes obras no detectivescas cuya distribución ha quedado ensombrecida por la fama del comisario Maigret.

Lo que encontramos en Los alegres muchachos de Atzavara es un acercamiento inteligente a la manera en que vivían la homosexualidad unos intelectuales de posición privilegiada económica y socialmente en la Costa Brava de turismo creciente del final del franquismo. Atzavara es un pueblo imaginario ambientado en la costa de Tarragona en el que elites catalanas han comprado viejos caserones para rehabilitarlos y veranear en un entorno tranquilo y bello. La novela se centrará en los sucesos de una de esas casas reestrenadas, habitada por una tribu muy particular: profesionales liberados, matrimonios de mentalidad abierta y homosexuales que buscan gozar libremente de su condición. Esos «alegres muchachos» del título viven días de liberación y apertura a la sexualidad, aunque no falten elementos que pongan en peligro su proyecto. Esas situaciones confusas o comprometidas serán la salsa de la novela, dividida en cuatro partes, tantas como puntos de vista desde los que se narran los hechos. El capítulo mejor construido en mi opinión es el primero, abordado desde la perspectiva de Paco, un currante de barrio que se encontrará con un amigo de infancia, Vicente, amante del protagonista del colectivo, el refinado Rafa. Paco vivirá en una constante sensación de pez fuera del agua en un universo cuyas reglas son muy distintas al barrio en el que se han criado, resultándole imposible asimilar que su amigo haya elegido esa vida. La segunda y cuarta parte del libro optan por la visión femenina de los sucesos, desde la voz de las amigas de estos hombres que conviven. La tercera se narra a través de un escritor perteneciente al grupo, y en estas páginas se ofrecen reflexiones metaliterarias o relativas al mundillo literario de la época de mucho interés. El breve capítulo final es un colofón que sirve como apéndice y reflexión final a cuanto se vivió en aquella casa y esa época.

Aunque publicada ya en democracia, se trata de una novela que retrata muy bien las ansias de cambio y apertura que se vivieron en los estertores del franquismo. Vázquez Montalbán era un maestro para encontrar el tono y ritmo adecuados a la narración emprendida, y Los alegres muchachos de Atzavara sirve para recordarnos esa habilidad suya de emprender batallas literarias muy distintas y salir siempre airoso de ellas.

Suscríbete para seguir leyendo