Opinión | No me digas...

El bolígrafo de Paul Auster

Un amigo fue fulminado por un rayo justo a su lado

No he leído nada de Paul Auster, y voy a tener que hacerlo inmediatamente por diversas razones. Atraviesa España uno de los peores periodos cómicos de su historia. He dicho cómicos, no cósmicos. Un periodo en el que el histrionismo de quien desgobierna a golpes de cambios de humor, de deshumor, de timón y de opinión, nos tiene sumergidos en un continuo estado de sorpresa y de culto al capricho, a fuer de hacernos víctimas de una causalidad muy cutre. Y Paul Auster era el maestro, según dicen, de las historias impregnadas por el azar.

Por ejemplo, no era previsible que Sánchez nos sanchezeara la semana pasada con su cursi salida de tono, o que Óscar Puente provocara un conflicto diplomático con Argentina en un momento de euforia. Todo es sorpresa, azar, la purga de Benito que nos hacen tragar a la fuerza sin ni siquiera ponerle un poco de azúcar y canela al jarabe, como hacía Mary Poppins. Paul Auster lo solucionó a su manera, y algo habrá que aprender al respecto. Dicen que dice que contaba, que en una ocasión se encontró con uno de sus ídolos del béisbol, un tal Willie Mays, a las puertas del estadio de los Giants, y que este no pudo firmarle un autógrafo porque ninguno de los presentes llevaba un bolígrafo. En otra ocasión, un amigo que estaba justo a su lado fue fulminado por un rayo cuando atravesaban una cerca. Desde entonces, para evitar parcialmente el efecto pernicioso del azar, siempre llevaba Auster un bolígrafo, pero nunca dijo si llevaba también un pararrayos portátil, lo cual hubiera sido engorroso.

Hoy en día se hace difícil llevar encima un bolígrafo (en Argentina lo llaman, o lo llamaban, birome, por sus inventores: aprende algo de aquel país, ministro, en vez de decir idioteces), ya que las camisas modernas no llevan bolsillo y no siempre va uno con chaqueta o cosa parecida; y, en verano, ni eso. Para los que solemos usar pluma desde los siete años, la cosa es peor, porque es un objeto delicado como para llevarlo en el pantalón. A los de mi generación nos regalaban en la Primera Comunión la primera pluma Parker, el primer reloj de pulsera, algún libro no infantil y el escapulario de oro. Desde entonces, lo de la pluma. Yo escribo narrativa en el ordenador directamente, pero la poesía me exige pluma y Moleskine, aunque una estupenda poeta que conozco y que vive en Sevilla y sueña girasoles, lo hace con bolígrafo Bic en una Moleskine burdeos. Alejandro López Andrada me decía el otro día que escribe sus poemas en el ordenador, y lo hace divinamente. Cada cual es cada cual y para gustos los colores. Y sé que Francisco Carrasco escribe sus relatos con pluma. Óscar Puente creo que no escribe nada, sólo da coces.

*Escritor

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