Opinión | Colaboración
Existir al mismo tiempo
Es muy alentador que Jerusalén tenga relevancia espiritual como Ciudad Santa
No fue un líder político quien dirigió estas palabras a uno de los que estaban con él, «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere.» (Mateo 25:51-52). Fue Jesús de Nazaret, nacido judío en Belén y viviendo en Palestina, bajo la opresión del Imperio romano. Estaba siendo arrestado injustamente, ello fue el preludio de los días de Pasión que acontecieron, y que ahora se escenifican cada año con más intensidad.
El domingo antes de su crucifixión entró triunfalmente en Jerusalén. Más tarde, en la Última Cena en el cenáculo en el Monte Sión, antes de su detención, se arrodilla humildemente en el suelo para lavar los pies de todos los que le acompañan, sus apóstoles. Sin importarle, y a sabiendas de, que uno de ellos negará conocerle y otro le traicionará.
Todo este acontecer muestra su liderazgo. Se trata de vivir con humildad, de situarse el servicio a los demás, de entrar en la solidaridad.
En nuestros días, las procesiones nos ofrecen, con su cortejo solemne, un crescendo emocional alrededor de esta doctrina. Estas escenificaciones procesionales, sin excluir identidad alguna, llenando los espacios de nuestro día a día, enaltecen nuestra existencia, exaltan el triunfo de la vida sobre la muerte.
El recorrido por la Vía Dolorosa hasta el Santo Sepulcro, a través del profundo y sombrío Viernes Santo, donde le azotaron, se burlaron de él, y cayó tres veces bajo el peso de la cruz, nos lleva al trascendental octavo día (el domingo), en el que su ejecutado cuerpo vuelve a la vida. Produciendo la resonancia que, sin limitación de tiempo y espacio, insta a la resolución de conflictos para mantener la paz y la vida.
Es muy alentador que Jerusalén tenga esta relevancia espiritual como Ciudad Santa. Como lo son también Santiago de Compostela o Roma. Sin embargo, su carácter sagrado en sonata conjunta para los judíos, cristianos y musulmanes que conviven allí, tiene tendencia a desafinar la armonía religiosa entre ellos. Toda esta sonata, en sinergia y tensión, está proyectada hacia Dios. Para los musulmanes el conjunto de la mezquita Al Aqsa y la Cúpula de la Roca está sobre el lugar desde donde el profeta Mahoma asciende al cielo. Y en la misma explanada, para los judíos, el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones es el lugar más sagrado. Muy cerca, para los cristianos lo es la Iglesia del Santo Sepulcro.
A esta convergencia le salpica el recorrido de ocupación y disputa política. Las legiones romanas arrasaron la ciudad. Llegó a formar parte del imperio bizantino. Los árabes la conquistaron. Los otomanos la gobernaron hasta 1917, los británicos hasta 1948, y Jordania hasta 1967 cuando Israel se la anexiona. Pero el conflicto continúa. Una considerable parte de nuestro planeta la considera ocupada, mientras que los palestinos esperan a que forme parte de su futuro estado.
Hoy, en el paisaje del que forma parte, el conflicto se resuelve con las fuerzas de las armas, la pérdida de vidas humanas y la destrucción, bajo las batutas políticas.
*Cronista
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