Opinión | Caligrafía

El euro

El otro día, intentando pagar un café en Priego, la señora que me lo puso me indicó que no podía pagar con tarjeta, porque el datáfono sólo lo manejaba el dueño y acababa de salir por la puerta. «Pues no llevo efectivo». ¿Nada? «Ni un céntimo». Tardamos un rato en dar con la alternativa del pago por bizum, y ya en paz los dos me señaló los problemas de ir sin monedas por la vida, aunque en las puertas de todos lados estén las pegatinas de pago con tarjeta, móvil, reloj, o lo que sea. Falla el móvil, decía, y ya pasa lo que pasa. Como había pasado, no tenía sentido negárselo. Hace veinte años se pagaba con tarjeta con cierta culpabilidad, como si se tuviera que recurrir a las reservas personales por haberse gastado el dinero de bolsillo. Ahora la sorpresa es solicitar pago en efectivo, que parece hasta turbio. Pero el euro hace falta. Para desencadenar carritos de la compra en algunos supermercados y para aparcar en Reina Sofía.

Imaginen la situación: niño que va aumentando la fiebre poco a poco. El apiretal no hace nada y ya los padres comienzan a inquietarse. 37, 38, 39. Sube, y ya hay que ir a Reina Sofía. Padres naturalmente muy necesitados en ese momento de descansar y sin más objetivos que poner baños, cenas y pijamas. En el mejor de los casos, uno conduce y otro se baja, y el primero aparca en el aparcamiento. 1.200 estupendas plazas, que requieren, para pasar y ocupar una, un euro, entregado en mano a uno de los vigilantes. Si va uno con el niño con cuarenta de fiebre y vomitando, paga un euro. Si va con una urgencia de maternidad, paga un euro. Si va con un corte, paga un euro. En un momento, cualquiera, de necesidad médica, en la que no se haya llegado en ambulancia, aparcar en un hospital público cuesta un euro en efectivo, que es hasta difícil de encontrar. En la desbandada que se produce en una casa media al salir para urgencias, hay que añadirlo a las pertenencias indispensables que llevar encima: la tarjeta, las llaves, el móvil, la cartera y un euro. Es triste ir con tu hijo desva-neciéndose, o con un brazo roto, o con una contusión, y tener que andar prestando atención al euro que soltar al llegar al hospital.

Hay gastos que pueden justificarse con muchas retóricas. Probablemente exista alguna contabilidad que permita entender la pertinencia de que el aparcamiento de un hospital público sea privado y lucrativo. Va un enfermo a urgencias y lo tiene todo pagado menos el aparcamiento, de la operación de trasplante a la quimio o la escayola. Menos aparcar. Parece claro que es un gasto muy antipático que imponer al enfermo o la familia del enfermo, que ya paga religiosamente sus impuestos. Si se pone uno malo muy tarde o muy temprano, pues se lo ahorra, claro. Pero, ¿por qué demonios tiene que pagar un enfermo, o familiar, o visitante del enfermo (a los que ahora un cartel medio echa, porque no sientan bien a la salud, parece)? ¿Por qué cobrar por algo tan completamente indeseado y que se hace por necesidad?

** Abogado

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