Opinión | foro romano

El invierno de los pueblos de la España vacía

Un entierro en la soledad de la España vacía es el acontecimiento social más apropiado para la comunidad que vive de la historia

Asistentes a un funeral en un pueblo de la España vacía.

Asistentes a un funeral en un pueblo de la España vacía. / Efe

Las barras de los bares se están quedando vacías este invierno en esos pueblos donde España se vuelve silenciosa. Y ahora, en vez de tapear de pie, como ha hecho siempre, se ha sentado en una mesa reservada previamente. Sobre todo después de la pandemia, cuando los españoles hicieron ejercicios espirituales en su balcón o en su chalet, y también porque el precio de las cervezas ha subido tan escandalosamente que en vez de saborear su sabor compruebas que en la cuenta es el número que sobresale subrayado.

La España donde la soledad del invierno comienza casi al amanecer se va al campo cuando todavía hay niebla a contemplar cómo el sol la derrite o a comprar el pan en la panadería local donde comienza la vida de los sabores de siempre, los que han podido con la moda de la gastronomía. A los pueblos ha dejado el Gobierno que se vaya a vivir la soledad, cuya alta penitencia es que no necesita nada que no sea autenticidad. Lo bueno de la España vacía donde ya no se copea sino que la gente se sienta los fines de semana en la mesa de los bares de toda la vida a comer es que es el espacio donde habita la realidad, la que sus habitantes abandonaron cuando vieron que la vida necesitaba trabajos con sueldos decentes que había que encontrar fuera, como ahora hacen los emigrantes que llegan por el mar.

Quienes ahora llegan a los pueblos, aparte de los que viven el turismo rural, son los jubilados de la vida, que después de haber abandonado la ciudad que los transformó porque en ella crecieron como trabajadores que vuelven a sus orígenes, a esos espacios donde iban a los entierros en los que se velaba al cadáver en las casas no en los tanatorios, donde la soledad de la España vacía acude a contar su vida. Los tanatorios han reducido el número de asistentes a los entierros, que cumplen con la familia dolorida antes del enterramiento.

Un entierro en la soledad de la España vacía es el acontecimiento social más apropiado para esa comunidad que vive de la historia, a donde acuden sus hijos que emigraron para reencontrarse con su vida real, la que comenzó por esas calles, cuando el mundo empezaba en el desayuno de su casa, continuaba en el patio de recreo y finalizaba de nuevo en el comedor de su casa. Los bares casi vacíos durante la semana, llenos como comedores-restaurantes los viernes y sábados, son los espacios de los pueblos que rompen esos días algo su demoledora soledad y resucitan su alegría, la que conocieron antes de la jubilación, cuando todavía hacían planes. Los entierros son la otra auténtica realidad que en la soledad de la España vacía reiteran continuamente que existió otra vida en la que los protagonistas fueron jóvenes y se sintieron vecinos importantes de aquella comunidad que les vio nacer, cuando la vida, que se desarrolló en las grandes ciudades, estaba haciéndose.

Los pueblos, la realidad de la España vacía, es el tesoro donde se halla la vida en sus orígenes. Y donde vienen a despedirla quienes la dejaron por unos momentos cuando tuvieron que emigrar. Una gran ciudad en tiempos de la jubilación es el barullo, la confusión y el desorden, donde el alma tiembla antes de volver a los orígenes. Y los orígenes son esos amaneceres de niebla, sol y pan de horno. Y esas mañanas donde te acuerdas de los adoquines de los suelos, el sonido de las campanas del reloj de la torre y aquellos comercios donde vendían chocolate de Hipólito Cabrera para la merendilla, que se completaba con pan con aceite y azúcar. La riqueza de la soledad de la España vacía es que ha reconocido su valor, ser ese espacio a donde acuden los de edad avanzada para recuperar el comienzo de su vida, aquella donde los cielos, las nubes, los aires y el agua del río lo eran casi todo. Cuando los inviernos eran una soledad que empezaba a ser tiernamente silenciosa en la España vacía.

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