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Regular

Esto empieza con algo de clase de Lengua (algo breve, no huyan). Dicen que los antónimos pueden ser complementarios (si uno está «vivo» es que no está «muerto»), recíprocos (no hay «tía» si no hay «sobrina») o graduales (si el agua de la ducha no está «caliente», puede estar «fría», pero también «templada»). Uno de estos casos de antonimia gradual es el de las palabras «bien» y «mal», dado que entre ambas hallamos como término medio el vocablo «regular». Ocurre, no obstante, algo curioso con este adverbio de modo. Veamos.

Dos mujeres se encuentran en el mercado y una pregunta a la otra: «¿Cómo sigue tu madre, Toñi?». La tal Toñi enumera todos las males acumulados en el cuerpo nonagenario de la mujer que la trajo al mundo: retención de líquidos, las piernas superhinchadas, no hay forma de que orine, nena, una fístula infectada que veremos a ver, comida la justita porque le cuesta tragar un mundo... y la cabeza... la cabeza igual. Y a pesar de ese cuadro tan doloroso Toñi no dice que su madre está mal, sino «regular», tal vez el dictamen complementado por un penoso «na más», «regular na más».

Como puede observarse, el fenómeno consiste en el uso eufemístico de «regular» en lugar de «mal», algo así como una tentativa de quitarle hierro al asunto en cuestión evitando la negatividad del tabú.

Otro ejemplo. Incapaz de reconocer la tremenda decepción que le causó el restaurante en el que cenó anoche, Pablo no dice que la cosa estuvo mal, sino que estuvo «regulera» (últimamente se estila el empleo del sufijo «-ero» para potenciar el sabor del insípido «regular»).

El mismo caso de regularización se da cuando Jorge le pregunta a Marta cómo le queda la chaqueta, una chaqueta entallada que no encaja ni de coña en la rechoncha fisonomía del hombre que cambia varias veces de perfil en un probador de Zara poniendo cara de interesante frente al espejo. «¿Cómo me la ves, cari», a lo que ella contesta dubitativamente con un piadoso «regulín». Esta tendencia a regularizar lo chungo es más propia de la cercanía conversacional que de la altisonancia del discurso público. Si alguien de mucha confianza, por ejemplo su mujer, preguntara a Pedro Sánchez cómo cree que acabará la presidencia para la que fue investido con el «apoyo» de los independentistas catalanes, tal vez nuestro presidente del Gobierno evitaría el realista «mal» con el auxilio de un suavizante «regular». Bueno, ahora que lo pienso, nuestro presidente del Gobierno probablemente no diría «regular», sino que soltaría un «superbien». Y se quedaría tan pancho.

 ** Profesor

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