Opinión | pavesas

La enciclopedia varada

El frenesí tecnológico conduce a su obsolescencia a todos los dispositivos que toca

Aquí se encuentra mi vieja enciclopedia. Parece una ballena que haya venido a morir a este rincón de la casa que ya nadie visita. Boquea en silencio. La piel de sus volúmenes se reseca, mientras en su interior los ácaros devoran las hojas poco a poco. Hace tiempo que nadie acaricia sus lomos, que nadie hurga en su interior en busca de nada. Sospecho, sin embargo, que esta no es la única enciclopedia que consume sus días de este modo. Me pregunto cuántas ballenas como esta agonizan en las viviendas de personas que tienen mi edad, y que ven apagarse en las orillas de sus bibliotecas a estos seres formidables.

Nadie pudo prever este fin cuando llegó por primera vez hasta nosotros, a mediados de los años noventa. Mi hija mayor terminaba Preescolar, mientras que la pequeña --un alevín de humano-- se arrastraba aún por el suelo. El operario la descargó sobre el pasillo como quien deja caer un pedido del supermercado. ¿Por qué experimenté al verla una emoción tan intensa? ¿Qué había en ella que hacía resonar en mi interior los clarines de las ocasiones solemnes? No se lo van a creer: ¡nada menos que el porvenir de mis hijas! Yo veía almacenado en esa enciclopedia el alimento que las nutriría en su desarrollo, el caldo espiritual que --transfundido a su sangre a través de la lectura-- llegaría a formar parte de cada una de sus células, en amable vecindad con el genoma que ya albergaban. Aquellos librotes iban a ser la herencia más valiosa que yo pudiera dejarles. Pues no se trataba de un legado personal, lastrado por tics, enfermedades o remolinos en el pelo. Sería la herencia de una cultura milenaria, que yo les ofrecía comprimida en esos volúmenes. También mi infancia germinó sobre el sustrato de otra enciclopedia que en la noche de los tiempos había adquirido mi padre.

No sabía, por supuesto, la que se avecinaba. La enciclopedia de la que se alimentó mi niñez tuvo una existencia fecunda y, sobre todo, muy longeva. Siendo mi padre octogenario, aún la consultaba cuando iba a su casa. Nada que ver con la que entregué a mis hijas. Una crónica de sus avatares carecería de todo interés, pues durante treinta años apenas recibió visitas –y aunque técnicamente aún respira, también es cierto que languidece desde hace mucho tiempo. No creo que esa existencia anodina se deba tan solo a que mi curiosidad sea insaciable, mientras que la de mis hijas se ve colmada ya en el primer sorbo (pero no siempre fue así: recuerdo cómo sus porqués infantiles se dispersaban al caer sobre mí en una multitud de nuevos y acuciantes porqués, como bombas de racimo). No, el que el transcurrir de esta enciclopedia haya sido tan poco emocionante, el que haya degenerado con tanta rapidez en un solar vacío, se debió a causas que escapaban por entero a nuestro alcance. Dichas causas se pusieron ya de manifiesto cuando, solo un año después de haberla adquirido, apareció por casa un émulo delgadísimo: un CD que comprimía en su superficie minúscula lo que en su hermana de papel se dilataba en miles de páginas, circunstancia que provocó que esta última quedara pronto obsoleta. Llegó luego la Wikipedia, que hizo que los discos se tornaran igualmente obsoletos. El frenesí tecnológico conduce a su obsolescencia a todos los dispositivos que toca –y, junto a ellos, también a quienes los utilizan. ¿Expresan por eso las presentes líneas tan solo la nostalgia de quien se ha hecho mayor o -puesto en el lenguaje de la época- quien ha devenido obsoleto? ¿Pertenecen estos lamentos a una ballena varada que solo alcanza a ver a su alrededor otras ballenas varadas?

* Escritor

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