Opinión | PAVESAS

Sus labores

Muchas de estas mujeres fueron recluidas en esa jaula de oro que el franquismo dispuso para ellas

Un día de marzo de 1936. En las páginas de un diario local, entre un anuncio para herniados y la noticia de un ciclón en Buenos Aires («varias casas han sido destruidas y las comunicaciones están interrumpidas», dice la crónica), en la sección «Vida Universitaria», figura la lista de alumnos admitidos al primer ejercicio de las pruebas de ingreso en la Universidad: son 47 en el Tribunal Primero, 55 en el Segundo. Entre estos últimos figura el nombre de mi padre: le faltaban tres meses para cumplir los 17 años. Al poco estalló la guerra, ese ciclón que tantas vidas destruyó, que tantas comunicaciones interrumpió. A muchos de los jóvenes convocados ese mes de marzo la partida que iban a jugar se les rompió ya en este primer lance, por lo que hubo que barajar las cartas de nuevo. En esta segunda combinación muchos destinos verían sus rumbos trocados.

¿Cuántos de ellos? ¿A cuántos la guerra desordenó su futuro? Pregunté a Google. ¿Me respondería? Pensaba que no: que esos jóvenes, nacidos y criados en una especie de precámbrico digital, apenas habrían dejado restos susceptibles de fosilizar en la red. Me equivoqué. De los 55 aspirantes del Tribunal Segundo hallé menciones nada menos que de 42. Sabía que mi búsqueda era sesgada y muy poco científica, pues casi todas las referencias que encontré aparecían en las páginas digitalizadas de antiguos boletines oficiales, lo que daba poca representación a quienes por diversas razones pasaron desapercibidos ante los ojos del Estado. Además, algunos de los buscados tenían nombres y apellidos tan corrientes que era imposible distinguirlos de sus homónimos. Lo cierto es que de un par de docenas sí que encontré bastantes noticias, lo que me permitió -uniendo sus trazos aquí y allá- completar el dibujo de una vida completa.

Había entre ellos nueve militares y cinco médicos, cuatro maestros, tres jueces, dos procuradores, un veterinario... En el extremo opuesto topé con nombres que eran mencionados una única vez -casi siempre a finales de los años 30- y de los que más tarde se perdía todo rastro. Correspondían a personas procedentes del bando perdedor: uno fue apartado de la Guardia de Asalto por «comportamiento antipatriótico», otro ingresó en un «Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores», a un tercero se le expropió por ser «desafecto al régimen». Pero, ¿qué fue de esos trece jóvenes de los que no encontré ni una sola referencia? ¿Tal vez el azar -o sus convicciones- los situaron también al otro lado de la trinchera, lo que les obligó a pasar los años de la dictadura en lugares donde no llegaban los boletines? ¿Quizás yace alguno sepultado todavía en una cuneta?

Pero tal vez el hecho más destacado de esta «investigación» sea el  que afecta a las mujeres; o, más bien, a su ausencia. De las dieciséis que aparecían inscritas en los listados de uno y otro tribunal solo encontré noticias de dos: de una joven que en 1942 aprobó unas oposiciones de auxiliar y de una farmacéutica. ¿Qué pasó con el resto? ¿Borró alguien sus nombres de la red? ¿Acaso formaron parte también ellas del bando que en la guerra salió derrotado? En cierta medida así fue. La guerra que perdieron, sin embargo, no fue la que enfrentó en nuestro país a rojos y azules, sino otra bien distinta. Pese a ello, sus efectos resultaron igual de devastadores. Muchas de estas mujeres fueron recluidas desde su juventud (y ya para siempre) en esa jaula de oro que el franquismo amorosamente dispuso para ellas, y que durante décadas recibió el nombre -que, como una marca, debían llevar inscrito en el documento de identidad- de «sus labores».

 ** Escritor

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