Opinión | FORO ROMANO

Nombres propios

A Salvador Fuentes se le está poniendo impronta de padre de la patria, perfil de estatua romana, busto de senador con toga. Además del peinado, la experiencia en el ágora ha conformado en él esa fisonomía de político con trienios que sólo se alcanza en los partidos empezando desde abajo y continuando pertinaz en el empeño. Nacido a medio camino entre Córdoba y Sevilla, este palmeño despertó a la política en aquellos tiempos en que la España democrática era una sopa de letras que necesitaba definir el centro derecha después del estallido de la UCD, profetizado por el por entonces joven Jorge Verstrynge (que pasó de Alianza Popular al PSOE y luego a Podemos). Ingresó en el Partido Demócrata Popular (PDP) de Óscar Alzaga y hubo de andar perdido, sin horizontes, hasta 1989, año en que José María Aznar dio un golpe de autoridad en la derecha después de los devaneos de pantalón vaquero y cercanía de aquella Alianza Popular de Hernández Mancha. Oteó el futuro, vio lo por venir, se afilió al PP en el 89 y en 1991 se hizo concejal del Ayuntamiento de Palma del Río. Desde entonces todo le ha venido rodado. O sea, que ha ostentado cargo público desde los 31 años, primero como edil, cuando ejercía su profesión de gerente y desde el 94, como diputado autonómico.

Este político, al que le pillaron todavía joven las aguas revueltas del PP cordobés, tomó el AVE a Sevilla como diputado autonómico desde 1995 a 2011 y el coche de línea a su pueblo, Palma del Río, de 2011 a 2015. Y siempre ha pretendido sacar billete cada cuatro años más en su viaje político. Cuando se bajaba de los trenes, del coche o del autobús los fines de semana Salvador Fuentes ha vivido la vida desde el sillín de una bicicleta. Ahora, que ya es presidente de la Diputación y abandonó aquel bigotillo oscuro, se le ha blanqueado el pelo, como a los padres de la patria.

Ahora que estamos en la vida de los políticos y vemos, aunque sea por primera vez, El Hormiguero de Pablo Motos, y esperamos a Ana Rosa Quintana con Sánchez y Feijoo nos atrevemos a comparar cómo se hacen sus vidas los políticos. La que más nos sorprende es la de María Guardiola, candidata del PP a la presidencia de Extremadura. Nos atrajo cuando dijo, refiriéndose a Vox, que no podía dejar entrar en la Junta extremeña «a quienes deshumanizan a los inmigrantes». Pues ahora parece ser que se ha dado cuenta de que su carrera política no puede sustentarse en ideas generosas para con los ciudadanos extremeños sino en estrategias que la encumbren en un pedestal, aunque en tenguerenge ideológico. Parece ser que lo único que vale para muchos políticos es cotizar cada cuatro años para conseguir una rentable jubilación. Me lo confesó uno, entonces parlamentario andaluz, cuando se compraban periódicos. «Manolo –me dijo-, a mi edad lo que me planteo es seguir en la política hasta que haya conseguido la jubilación».

Al canónigo penitenciario del Cabildo Catedral y anterior presidente de los canónigos, Manuel Pérez Moya, que fue cura de Villaralto y escribió en la revista El Jardal –información villaraltera, ácrata y sin padrinos--, el Papa le ha hecho capellán de Su Santidad. Cómo nos hacemos la vida cada cual: estudiamos los dos en el Seminario, él ya casi está en el Paraíso y además es copropietario de la Mezquita; yo ando todavía en las letras, aunque considero la Mezquita-Catedral también como parte de mi propiedad. La diferencia no es tanta. Sí lo es en el precio de las entradas. Ahora que se ha muerto Carmen Sevilla, una de esas artistas guapas con las que nos hemos criado, Los Pedroches se quedan secos y protestan por la falta de agua como cuando, recién estrenada la democracia, los alcaldes de la zona se encerraron en el Ayuntamiento de Pozoblanco. La época en que Mariano Aguayo nos entretenía con sus novelas y nos encendía la imaginación con sus pinturas. Aquellos tiempos en que caminamos de Córdoba a Montilla en dos días, para terminar rendidos en una bodega al amparo de San Juan de Ávila, que todavía no era santo, y que ahora llaman Travesía Senderista. Cuando caminábamos a jugar al fútbol a aquella Trassierra de don Juan Moreno Gutiérrez, el mismo lugar al que acudieron los espectadores que quisieron el viernes 30 ver Góngora, brillante oscuridad de Miguel Ángel Entrenas en el Centro Cívico. Paco Aguayo y Antonio Cañadillas me mandan la revista Tertulia, Plaza de San Nicolás de Córdoba, donde me tomé la última cerveza con Rafael Mir .

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