Opinión | Foro romano

Un ser sometido toda la historia

Lo único cierto es que la mujer ha estado sometida toda la historia y que incluso caben las exageraciones para nivelar los conceptos

Manifestación de feministas católicas en la Mezquita-Catedral de Córdoba, hace unos días.

Manifestación de feministas católicas en la Mezquita-Catedral de Córdoba, hace unos días. / CÓRDOBA

Por las mañanas, cuando todavía hacía frío como para que te salieran sabañones en las orejas, ella me despertaba, me lavaba, me peinaba, me vestía y me daba el desayuno, normalmente leche con rosquillos. Y me iba a la escuela, que en aquellos tiempos, al menos en los pueblos, todos los niños sabían llegar a donde estaban los pupitres sin que nadie los llevase. Estábamos en el tiempo de recreo y algunas mañanas las campanas doblaban. Desde ese momento hasta que llegaba a mi casa al mediodía el corazón me temblaba de miedo porque pensaba que el sonido de luto de las campanas era porque mi madre -aquella mujer que me despertaba todas las mañanas- había muerto. Por las tardes, cuando ella hacía una parada en sus tareas de coser y remendar ropa, como era analfabeta, le propuse enseñarle a leer. Y lo hizo con las portadas de los periódicos, que traían la letra más grande. 

Cuando sí me llevó a la escuela fue cuando me trajo al Seminario, que se escurrió en el Patio de los Naranjos y se preocupó de enterarse de que no nos había visto nadie. Cuando yo ya estaba estudiando en Córdoba y no tenía que levantarme ni peinarme ella se apuntaba a ir a la Sierra a recoger aceitunas, por las Morras, La Chimorra y por algunas fincas de Obejo, aunque no sé si le pagarían más o menos que a mi padre, que era barbero, por ser mujer. Cuando Kennedy era el presidente de los Estados Unidos de América y no había en aquel país donde vivieron los indios, los apaches, los sioux, los cheroquis, los cheyenes, los chiricauas, los pies negros o los navajos gentes con tantas ganas de ser presidentes como Donald Trump -a cuyos almacenes en Nueva York subí un día-, un tipo con apariencia de todo menos de ciudadano demócrata e igualitario, al que el Supremo USA le permite ser candidato después de haber apoyado o participado en una insurrección. Más adelante, estando George Bush de presidente, me llamó muy temprano mi hija, que iba de viaje del colegio a Madrid: «Nene», así me llama, «que no podemos entrar en Madrid porque ha habido un atentado y lo han cortado todo». Era el 11 de marzo de 2004 y España se dividió entre quienes creían que había sido ETA la autora del atentado y quienes pensaban que eran los yihadistas. Lorenzo Milá, que estaba de corresponsal en Washington, hizo una entrevista a George W. Bush y a su esposa, Laura, al día siguiente del atentado, que TVE censuró y nunca emitió porque contravenía los planes de Aznar, ya que en ella Bush descartó a ETA porque para él era un atentado terrorista islámico.

En este momento aparecía otra de las mujeres de mi vida, mi hija, la nieta de aquella abuela analfabeta, que hoy es profesora de Filosofía Pura. Su madre, mi tercera mujer, me ha llevado por todos los caminos del mundo, en barco, avión, autobús o camello, espacios por los que me daba miedo pasar pero que creía necesarios para una buena formación. Y más si venían de una mujer que más que el hombre poseen una sabiduría con ribetes de belleza, ensoñación y magia. Lo que he encontrado en los puntos cardinales del mundo a los que me llevó la tercera de mis mujeres. ¿Es necesario declararse feminista a estas alturas? Lo único cierto es que la mujer ha estado sometida toda la historia y que estamos en un periodo en el que incluso caben las exageraciones para nivelar los conceptos. Como el título de Señora de las Tabernas que quizá acarree más trabajo que honores y que este año se lo ha ganado Mercedes Villar Montilla, de la taberna Rincón de las Beatillas. O las feministas católicas de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Córdoba, que apoyadas en la belleza de la Mezquita-Catedral han reclamado igualdad en la Iglesia con motivo del 8M. O Mikhail y Olga Korobkov, dos artistas ucranianos, que pintaron el mural por la paz en la Ribera, que se ha vuelto a recuperar en un acto donde Fernando Vacas, presidente de la Fundación Artecor, dijo que hay que seguir pidiendo que las mentes calenturientas dejen la oscuridad y se acerquen a la luz. Y que volvamos a acordarnos de aquellas mujeres que nos despertaban y arreglaban para ir a la escuela. Aunque ellas hubieran perdido esta oportunidad.

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