Opinión | HISTORIA EN EL TIEMPO

Addenda universitaria

Don Juan de Mata hacía todas las mañanas una tabla de gimnasia al cubrirse y destocarse continuamente

Varios --no muchos-- lectores que tuvieron la fortuna de educarse universitariamente en el ‘Alma Mater’ española de los decenios centrales de la centuria pasada han solicitado del anciano cronista la ampliación de sus recuerdos de dicha etapa de nuestra Enseñanza Superior, en especial, en lo atañente a los modos y maneras de los esclarecidos maestros que la enaltecieron durante la referida época. Y, obviamente, intenta hora complacerles con la mejor de las intenciones, sin entregarse a una baldía exhumación de vivencias muy personales y, a fin de cuentas, intransferibles.

Tal vez desde la óptica actual, uno de los rasgos característicos de dichos maestros era su exquisito comportamiento con las todavía escasas alumnas que acudían a las aulas del ‘Alma Mater’ nacional (entre públicas y privadas no sobrepasaban por entonces la veintena...). Formados en un país en el que los avances del irreversible proceso secularizador se mostraban todavía poco perceptibles en un contexto de cultura católica tradicional, la conducta en tal plano en clases y seminarios de los «maestros» era casi sin excepción alquitarada. En tal orden de cosas recuerda el articulista la actitud de su admirado maestro D. Juan de Mata Carriazo y Arroquia, nacido en el bello, noble y Santo Reino de Jaén en las postrimerías del siglo XIX. Preclaro alumno y profesor de la Institución Libre de Enseñanza hasta bien adentrada su edad adulta, hacía todas las mañanas una verdadera tabla de gimnasia al cubrirse y destocarse continuamente --a la manera, por cierto, de Luis XIV con la señoras de la limpieza el Palacio de Versalles-- por los patios de la Facultad de Filosofía y Letras sevillana ante la presencia de srtas. y sras. No otra actitud era la de su colega y admirador --bien que situado en los antípodas ideológicos-- D. José Antonio Calderón Quijano, yerno de uno de los personajes con mayor ascendiente en todo el primer franquismo: D. Javier Benjumea, ministro de Hacienda y, luego, gobernador del Banco de España, prototipo de la modestia y discreción que adornaron a los hidalgos de nuestro Siglo de Oro.

Partícipes de las tormentas de la época y honda y sinceramente preocupados con el porvenir de una patria casi siempre adorada, su porvenir en clave política los inquietaba. Empero, tal postura no los inclinaba al proselitismo estrecho o a la posición unilateral o sectaria, con explanación, a menudo controlada, de ideas y convicciones con la marca de inteligencias penetrantes y, a las veces, un punto genialoides, cuando no de envidiable brillantez. Y, venturosamente, el futuro estaba indeficientemente más operantes en ellas que un ayer en el que se malbarató la herencia cultural refulgente de la España liberal.

Memorias todas de un tiempo pasado y hodierno quizá inoperante, acreedoras, sin embargo, a la evocación más vívida del lado de los que fueron sus, pese a las inclemencias del ambiente, afortunados protagonistas.

*Catedrático

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