Opinión | A PIE DE TIERRA

Hablar con el vientre

Ha muerto Mari Carmen. Para el común de los mortales, una mujer sin apellidos

Para enfrentarse a esas dualidades que parecen corroer nuestra trascendencia, no es preciso embarcarse hacia Oriente. El yin y el yan están más cercanos de lo que parece, y puedes encontrarlos en objetos cotidianos. Los muñecos son un referente clásico de esta ambivalencia. Son, por un lado, el anhelo y el culmen de muchas fantasías infantiles, reservorio donde moldear nuestra imaginación. Pero, por otro, uno de los mejores instrumentos para imantar pesadillas. Bien lo ha reflejado el cine. Bette Davies y su ‘Baby Jane’ son el patético estiramiento de una infancia traumatizada en el maquillaje de la vejez. Y ‘Pinocho’ siempre ha sido el cuento más triste; el que mejor encarna, desde una turbia melancolía, el bucle de la muerte y de la vida y ensambla, desde una iconografía naif, nuestras aspiraciones prometeicas.

Ha muerto Mari Carmen. Para el común de los mortales, una mujer sin apellidos, como los personajes de Pirandello que deambulaban el escenario en busca de un autor. Si en su terruño conquense o en alguno de los pueblos de España le dedicaran una calle, cuando la desmemoria todo lo abarque, la posteridad perpetuará una inquietante banalidad. ¿Quiénes eran esos muñecos que se colaron en el callejero? Sus crónicas se fundirán en el hipotálamo de la intrahistoria con las nanas de aquel Mambrú que se fue a la guerra, aunque haya más fuentes para seguir su rastro: viejas revistas del ‘Tele Programa’, o cintas de vídeo de las galas de fin de año, cortesía de los que derivan el mal de Diógenes hacia los recuerdos.

No solo se extinguió el pájaro Dodo. También conocimos oficios murientes, como aquellos serenos que en los tiempos del Nodo eran una mixtura entre un consulado de San Pedro y unos alguacilillos; o aquellos otros que tocaban la zampoña. Quizá a Mari Carmen no le gustase leer ‘El último mohicano’ por eso de las barbas a remojar. Desconozco la filiación del gremio de ventrílocuos, pero el humor, esa ánima tan tornadiza e inaprensible de los humanos, le ha dado la espalda. Quizá también contribuyó a ese derrotero decadente el funambulismo con la justicia de José Luis Moreno, arquetipo también de un modelo de espectáculo que, conforme a los cánones actuales, estaría lleno de casposidad. Serrat hablaba de los fantasmas del Roxy, pero tampoco estaría mal invocar los fantasmas del Florida Park, nicotina y veladores en torno a la corte del rey Íñigo.

No hay ventrílocuos porque nos mostramos ensoberbecidos en nuestra superioridad tecnológica, y darle el crédito a ese peluche con alma sería como subyugar el oro a las baratijas y a las cuentas de vidrio. Y, sin embargo, oficiamos profesión de fe en el poder de la fuerza. Este continuo flirteo nuestro con la dualidad nos llevará pronto a crear muñecos con vida propia, a los que literalmente no habrá que meterles mano para que hablen. Y todos estos comisionados de la inteligencia artificial emularán a Xavier Trias, el frustrado alcalde de Barcelona, entonando con voz metálica una frase épica y lapidaria: «Que os zurcen».

Ventrílocuo es quien habla con las tripas, quien se empodera del diafragma para demediarse, abanderando a los avatares analógicos. El mutismo de esos muñecos de papel maché quedará como un jeroglífico de aquellos tiempos en los que aún podíamos dispensar la ingenuidad del asombro.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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